Uno de los problemas más serios de nuestra sociedad, inclusive dentro del contexto cristiano, es el concepto equivocado respecto al significado y valor del matrimonio.
Estar rodeados de películas, televisión y medios que le dan un valor tan bajo al matrimonio es algo normal. Miles de canciones que son éxitos mundiales hablan de cómo podemos enamorarnos y “des-enamorarnos” fácilmente y en cualquier momento. Muy pocos son los ejemplos en nuestra cultura de mantenernos fieles y en amor con nuestro cónyuge.
El matrimonio bíblico es la figura de un pacto (una palabra clave en nuestra teología del matrimonio); no es un contrato que se puede romper si alguien no cumple alguna cláusula, ni que da salidas fáciles en momentos de insatisfacción. El matrimonio es un pacto entre un hombre y una mujer, delante de Dios y para siempre. Esta figura lo vemos a lo largo de toda la narrativa bíblica. La imagen de un Dios apasionado que por amor acepta a su novia (la Iglesia) en gracia y por misericordia. Al leer pasajes como Ezequiel 16 y Oseas 1-3 que describen a una esposa infiel (nosotros), vemos como Dios en su eterno amor la ama, le da una promesa de redención y la toma como esposa de nuevo.
En Efesios 5, Pablo hace referencia a Génesis 2, donde Dios constituye el matrimonio. Pablo aclara que es una ilustración de Cristo y su Iglesia. El matrimonio siempre ha sido con la intención de reflejar la relación de Cristo con sus novia. Dios instituyó el matrimonio, el romance y la intimidad para demostrarnos cuánto nos ama.
Expectativas claras y realistas
Durante la etapa de noviazgo, por la emoción y la ilusión del matrimonio, suelen omitir el hablar de temas sumamente importantes. Por esta razón, siempre es necesario tener cursos y sesiones “pre-matrimoniales” en su iglesia local. Uno de los temas más importantes dentro de estas sesiones son las expectativas de cada uno de los cónyuges.
Todos tenemos expectativas, como niños, en el colegio, con los amigos, etcétera… y el matrimonio no es una excepción. Lastimosamente, nuestra misma cultura nos ha vendido la idea de que al casarnos todo será color de rosa, encontraremos al príncipe azul o a la pareja perfecta y que tendremos un matrimonio perfecto. Otros, por cuestiones de experiencia, consideran que el matrimonio no trae otra cosa que dolor, sufrimiento y división. Muchos dentro de nuestras congregaciones le tienen miedo al matrimonio porque sus expectativas han sido influenciadas por su pasado.
Las expectativas para nuestros matrimonios no pueden venir de otra parte que no sea de la Palabra de Dios. Es la Biblia la que nos muestra qué es y cómo funciona un matrimonio Cristo-céntrico. La cultura y la tradición no pueden dictar parámetros para nuestras expectativas matrimoniales.
Dos pecadores no hacen menos pecado
Una de las doctrinas más importantes para nuestra cosmovisión y por ende para nuestros matrimonios, es que por naturaleza y elección, todos somos pecadores.
Tú eres pecador y estás casado/a (eres una sola carne) con otro pecador. Es una expectativa falsa el pensar que si ambos por naturaleza somos pecadores, nuestra relación siempre será sin conflictos, sin problemas, sin pecado.
La buena noticia es, que la historia no se queda así. Cuando nosotros conocemos el Evangelio y la naturaleza de quién es Cristo, la calidad de nuestro matrimonio cambia. Ya no somos dos pecadores sin esperanza. Somos dos pecadores unidos en un pacto eterno delante de un Dios que dio la esperanza y solución a nuestro pecado en Cristo mismo. Pero para encontrar la dulzura de este evangelio, debemos reconocer la amargura de nuestro propio pecado.
Dave Harvey escribe: “Si piensas que tu experiencia con tu propio pecado no es del todo amarga, y tu experiencia con el matrimonio no es del todo dulce, tal vez tu teología no está tan centrada en la Biblia como debería de estarlo”.
Al final, el problema no es reconocer los pecados que tu cónyuge ha cometido en tu contra, sino reconocer que ambos son pecadores y por ende, el pecado está presente siempre en el hogar. No somos pecadores porque pecamos, sino, pecamos porque somos pecadores. Por esta razón, debemos de vivir confiando en la justicia perfecta de Cristo y no en la nuestra.
El modelo del Evangelio
Entendiendo que en un hogar de pecadores el pecado se exhibe constantemente, ¿qué pasaría si cada vez que hay conflictos en nuestros matrimonios reflejáramos lo que nos moldea Cristo en el Evangelio?
- Gracia
- Misericordia
- Amor Incondicional
- Perdón
Estas son palabras que describen la obra del Evangelio en nuestra vida. Si estamos llamados a reflejar el evangelio en nuestros matrimonios, son las palabras que debería de definirlo.
Gracia es un regalo inmerecido. ¿Cuántas veces hemos escuchado frases como “después de lo que me hizo, no se merece nada bueno”? Si el matrimonio es un reflejo del evangelio, ¿acaso no estamos llamados a dar de gracia lo que de gracia hemos recibido? Recordemos que Dios no nos dio lo que merecíamos, porque si hubiera sido así, estaríamos muertos.
Dios nos dio de su gracia, misericordia, amor incondicional y nos perdonó, todo esto aunque no lo merecíamos. Ese es el estándar de amor que Dios nos muestra: dar gracia y misericordia buscando el amor incondicional y el perdón de nuestro cónyuge. Antes de preguntar si tu cónyuge lo merece, preguntante si tú merecías lo que Dios te dio a través de Cristo. Cuando no quieras perdonar a tu cónyuge, recuerda todo lo que a ti te fue perdonado y que tu primera inclinación al momento de pecar (si estás en Cristo) es rogar que Él te perdone. ¿No será demasiado arrogante el pedirle algo a Cristo que no estamos dispuestos a dar nosotros mismos a nuestro conyugue?
Lo importante es recordar que todo esto es imposible de hacer fuera de Cristo. Si realmente no conocemos a Cristo no podemos entender —mucho menos dar— gracia, misericordia, amor incondicional y perdón. Tampoco podemos recibir esto fuera de Cristo (1 Cor 2:14). Si vives en una relación de abuso, esa persona no está en Cristo y por ende, no entiende lo que es el Evangelio. Si este fuera el caso, debes de denunciarlo y alejarte de esta persona, buscando el consejo siempre de tus líderes en la iglesia local.
Yo amo y sirvo antes de ser amado y servido
De nuevo, partiendo de la premisa de que el matrimonio es un reflejo del Evangelio, veamos qué fue lo que moldeó Cristo, la cabeza y el novio de su Iglesia.
Jesús una y otra vez les recordó a sus discípulos que él venía a servir, y que ellos debían de hacer lo mismo (Mateo 20:20-28). Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores, no había venido a este mundo a ser servido, sino a servir. Esta es una increíble revelación del carácter de Dios. Él tenía el poder de hacer que cualquier persona se postrara delante de Él, y lo que hizo antes de su muerte fue hincarse y lavar los pies de sus discípulos (Juan 13). Amamos a un Dios que nos amó y sirvió primero (1 Jn 4:19). Él fue quien tuvo la iniciativa de amarnos, sin merecerlo, sin pedir nada a cambio. ¿Es esto lo que reflejan nuestros matrimonios?
Pablo llama a las esposas a someterse a sus esposos como lo hacen al Señor y a los esposos a amar a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia. ¿Qué mujer no se sometería (reconocer el liderazgo) en amor a un hombre que la ame y la sirva como Cristo lo hizo con su Iglesia? ¡Hasta la muerte y sin condiciones!
A mis 36 años no he visto ni sabido de ningún matrimonio en donde el esposo ame y sirva a su esposa como Cristo lo hizo con su Iglesia que termine en divorcio, o que tengan problemas irreconciliables. Tampoco he visto un matrimonio que termine de esa forma en donde la esposa no pueda dar de gracia lo que de gracia ha recibido de Dios y de su esposo. Dios tiene mucho que decir sobre el matrimonio. Muchos aun así, piensan que por el hecho de que Cristo nunca estuvo casado, no tiene autoridad para hablar sobre el matrimonio, pero déjenme decirles y recordarles que Cristo tiene a la novia más rebelde, pecadora, necia, abusiva e irrespetuosa de la historia, nosotros, su Iglesia; y aun siendo quienes somos, nos amó y dio su vida por nosotros en una cruz. Es mi oración que siempre esa cruz, el evangelio, Cristo mismo sea el estandarte de nuestros matrimonios.