Luces, monitores, paredes blancas, un corazón acelerado, un corazón detenido… un anuncio.
Una mañana de diciembre llegó una noticia que no esperábamos. El corazón de nuestro pequeño hijo había dejado de latir estando aún en mi vientre. Las preguntas empezaron a estrellarse en mi mente, esas paredes blancas se hicieron más frías, el tiempo se detuvo. Recuerdo que cerré mis ojos y Dios trajo un verso a mi memoria Jehová dio, Jehová quitó, sea el nombre de Jehová bendito (Job 1:21b). Esa verdad me trajo paz, pero después de eso, lloré muchas veces, porque en mi corazón me costaba entender cómo podía bendecir Su Nombre si me había quitado aquello que yo creía merecer. Pero la verdad era que estaba equivocada, porque aunque era algo que anhelaba, no era algo que Dios me debía. Y sí, a pesar de todo, Él seguía siendo Santo y bendito y por su misericordia, a través de ese dolor, me mostró que debía aprender muchas cosas, entre esas, a sufrir bíblicamente.
Muchas veces como cristianos acariciamos la idea de que el dolor no debe hacer parte de nuestra vida. Por qué sufrir si somos hijos de Dios. Nos enseñan que sufrir es tener poca fe, que es consecuencia de dudar, que nos falta convicción, que debemos reclamar la bendición, etc. Pero esto no es lo que nos enseña la Escritura, pues si bien Dios no se deleita en nuestro sufrimiento, tampoco lo toma por sorpresa, pues Él lo permite para llevarnos a la Cruz, una y otra vez.
En la vida, el sufrimiento se ve de muchas maneras: pérdidas, enfermedad, crisis, duelos… No todos vamos a enfrentar las mismas luchas, ni los mismos dolores. No todos los creyentes experimentan grandes tragedias en su vida, pero ciertamente, todos los creyentes vamos a transitar por el valle del sufrimiento, porque todos habitamos un mundo caído.
El sufrimiento es real…
Son muchas las historias en la Escritura que nos muestran cómo se ve un creyente que sufre. David expresa la profunda aflicción de un hombre que lucha con diversas pruebas y clama auxilio a su Ayudador. Job se lamenta al ser probado en su carácter y fe una y otra vez. Esteban, firme, fijaba su mirada en el cielo mientras caían las piedras sobre él. El apóstol Pablo escribía cartas preciosas de ánimo a sus hermanos cuando él mismo estaba en angustia y necesidad.
Y qué decir de Cristo, que fue clavado en un madero y sufrió de la manera más cruel y real. No fue figurado, no fue simbólico su lamento. El dolor no es un tema menor ni superficial en la historia redentora. Jesús, que es ejemplo del más puro y doloroso sacrificio, nos advierte una y otra vez que viviremos esto, que tendremos aflicción, pero que podemos transitarla con esperanza porque no hay derrota en el panorama, hay una victoria asegurada. Él venció.
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.
En el mundo tendréis aflicción; pero confiad,
yo he vencido al mundo. Juan 16:33
El sufrimiento no es un asunto para débiles…
Ser cristiano no es tener una vida exitosa asegurada en la que andamos inmunes al dolor. El sufrimiento no es algo que solo le ocurre a los «cristianos inmaduros». Por eso, decir que el sufrimiento es una consecuencia de una falta de fe, o de poca madurez, es una enseñanza cruel y mezquina. Cuánto daño hacen aquellos que enseñan que las dificultades son solo para los impíos. Qué egoísmo hay en quienes predican que no tenemos porqué sufrir, que en nosotros está el poder para vencer o que el dolor es en realidad la puerta de una mayor y mejor bendición.
Esto fue algo que creí al inicio. Pensaba, con una fe defectuosa, que no estaba al nivel de otros cristianos que sí merecían hijos. Que tal vez debía servir más para recibir más recompensas -terrenales-. Que esto era un error de Dios, porque sin duda algo mejor venía para mí. Me culpaba y culpaba a Dios por no amarme tanto como a otros.
Sin embargo, la Escritura nos enseña a través de las palabras de Pablo que en los momentos de debilidad no estamos llamados a brillar por nuestra capacidad de recuperación, al contrario, estamos llamados a mermar para que Cristo sea exaltado. Cuando el apóstol nos dice que su gracia nos basta, es porque es así, es porque esto es lo único que necesitamos. En nuestra debilidad se perfecciona el poder de Dios, Su gloria y su majestad (2 Corintios 12:9).
En palabras del pastor Joselo Mercado:1 «El Evangelio no promete una vida sin sufrimiento. Ser cristiano no garantiza que no experimentaremos los efectos de la caída. Lo que el evangelio te promete es que nunca vas a sufrir como mereces si estás en Cristo, porque Él ya sufrió lo más horrible, lo que tú deberías sufrir» (p. 48).
Ver la situación desde esa óptica me ayudó a no desviarme, porque entendí que ni siquiera ese dolor y debilidad que sentía, se trataba de mí. Mi confianza no podía estar en otra cosa que no fuera el Señor, sino que debía recordar cada día lo que Cristo es y lo que Él ha hecho por mí y en mí. Gracias a Dios por permitirme entenderlo y hacerme libre con Su Verdad.
El sufrimiento no se transita en solitario…
Que haya dolor en la vida no significa que estemos abandonados a la deriva. Esto no escapa al control de Dios. Él no está de espalda ante nuestras lágrimas. Él es un Padre amoroso que nos consuela, que nos levanta con Su Palabra, que nos anima a perseverar. No estamos desamparados remando contra la corriente ante un Dios que se mantiene inmóvil.
Dios en su amor perfecto nos ha provisto además del Cuerpo de Cristo que también es consuelo para el que cree. El consejo sabio, las palabras de ánimo de un hermano, los abrazos cálidos de una hermana son muestra de que no transitamos por esto solos, no tenemos que andar como llaneros solitarios venciendo la tribulación.
En mi caso, las palabras de mi pastor en la sala de mi casa, en medio de dolores físicos y nudos en la garganta me abrieron los ojos, porque me enfrentaron con mi condición y me llevaron a escudriñar mi corazón y examinar mis motivaciones. Dios usó ese momento para abrir mis ojos y que así pudiera pensar y sentir correctamente. Allí vi de forma real y preciosa aquel bálsamo que es provisto a través de la iglesia y que es útil para sanar las heridas y fijar nuestra mirada y nuestro corazón en lo eterno. Somos consolados para consolar a otros (2 Corintios 1:3).
Jesús lloró…
Mi experiencia no es excepcional, hay muchísimas familias que han experimentado esto. Así que no pretendo presentarme como un estándar sobre cómo se debe sufrir… Estoy en la mitad del camino todavía. Han pasado muchos años para que pueda sentarme a escribir esto, y aún lloramos en casa al recordar aquellos días. Lloramos, pero alabamos a nuestro buen Dios, porque sí que hemos crecido en este proceso al ver su misericordia.
Así que hermano o hermana que esté leyendo esto, no crea que quiero presentarle diez pasos para sufrir bien, o que le diré cosas reveladas que nadie más sabe, no. Simplemente, narro eso que viví y lo que he estado aprendiendo, para que sea la Verdad la que nos gobierne y nos lleve de rodillas a Aquel que nos dará consuelo. Porque algún día todo nuestro llanto será testimonio de lo que Él fue capaz de hacer para llevarnos a su morada, en donde no derramaremos ni una lágrima más.
Por eso, si en este momento usted, querido lector, está enfrentando una situación que le duele, permítase llorar, permítase sentir, Jesús mismo lloró (Juan 11:35). Pero sobre todas las cosas, recuerde que hay un buen Dios que cuida de usted, que le consuela y le sostiene. Sea lo que sea que pase, recuerde siempre que aunque lo tengamos todo o aunque todo nos falte, hay un Nombre que es bendito, y que es sobre todo nombre. Hay una gracia salvadora que nos redime y hay un amor perfecto que nos perdona. Eso es maravilloso y suficiente.
y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito. Job 1:21
- Mercado, J. (2020). ¿Hasta cuándo, Dios? Nashville, TN: B&H Español.