Por estas fechas solemos planear los meses que vienen, proyectar metas, priorizar actividades. En nuestro caso teníamos todo organizado para iniciar 2022: presupuesto, papeleo, maletas… aunque no contábamos con que un resultado positivo para COVID-19 transformaría el viaje planeado en un confinamiento en casa. Pero este texto no trata sobre este virus que tanto nos ha cambiado la rutina, se trata de cómo deberíamos reaccionar -sin dejar de alabar a Dios- cuando nuestros planes se deshacen.

Seguramente no somos los únicos a los que los planes nos han cambiado, y tampoco somos los que hemos reaccionado de la mejor manera todo el tiempo, pero sí hemos podido tener conversaciones profundas que nos han hecho reflexionar sobre el corazón del creyente en los tiempos de angustia e incertidumbre. Estos fueron algunos de nuestros pensamientos:

Reconoce la soberanía de Dios

Este parece un tema sencillo, pero no lo es, porque tal vez sin darnos cuenta a veces creer que los planes de Dios son perfectos, mejores  (y más grandes) que los nuestros esconde por detrás un pensamiento de complacencia. Como si pensar así nos diera la certeza de que Dios nos dará todo lo que creemos necesitar y estará presto a responder a todos nuestros requerimientos. Pero no se trata de esto, confiar en la soberanía de Dios es descansar en que sea lo que sea que pase estará bien, aunque no se vea bien, aunque duela, aunque no me guste tanto o me sorprenda. A. W. Pink define la soberanía de Dios con estas bellas palabras:

Él es el Altísimo, el Señor del cielo y de la tierra. No está sujeto a nadie, ni influenciado por nadie, pues es absolutamente independiente; Dios hace lo que le plazca, y como le plazca, sí, siempre lo hace como le plazca. Nadie puede frustrarlo, nadie puede obstaculizarlo.

De manera que, según la  naturaleza de Dios y lo que ha declarado en Su Palabra podemos confiar en que todo lo que Él haga obra para bien de los que le aman (Romanos 8:28), pero no creamos que hará todo lo que deseamos para que nos sintamos bien y felices. Es diferente.

Ora sin cesar… y llora

La oración a veces (o casi siempre) se ve como un lamento, y está bien. No podemos caer en la idea de que por ser cristianos nada nos afecta, o que las lágrimas que derramamos minan nuestra confianza en Dios. No. Llorar está bien, está bien ir rotos delante de Dios y clamar su consuelo, está bien tener preguntas y no entender qué está pasando… pero querido lector, cuando eso te pase no caigas en reproches hacia Dios, no te alejes de Él porque nuestro Dios no es un tirano. Corre, con más prisa y póstrate a los pies de la Cruz. Si no sabes qué decirle, calla y humíllate delante de Él, ve y ora sin cesar a tu Padre y Él sabrá levantarte.

Sométete… en paz

Aceptar que las cosas no están sucediendo como planeábamos o como anhelábamos suele ser difícil, pero al mismo tiempo resulta liberador. Comprender que cada cambio por pequeño que sea no escapa de las manos del Creador, debe traernos paz y consuelo. Recuerda siempre que nosotros apenas vemos brochazos de la realidad, pero que la gran obra completa solo la conoce el Señor. Él no está obrando al azar o sin tener un plan. Él conoce todo, porque Él lo ha decretado. ¡Qué verdad puede darnos más seguridad que esa! 

Así que si este año no inició como esperabas, o a lo largo de los meses algunas cosas cambian, no te afanes ni desesperes. Confía. Pero no confíes en un destino estéril o en casualidades. Confía en Aquel que no miente, ni se arrepiente. Confía en tu buen Dios quien sostiene la creación y cuida de nosotros, porque como vemos en Lucas 12:7, aun los cabellos de la cabeza de ustedes están todos contados. No teman; ustedes valen más que muchos pajarillos.