El hombre es un cazador por naturaleza. En el noviazgo saca su arco, flecha y jabalina. El problema es que ni bien firma el pacto matrimonial, desciende con una sonrisa las escaleras de su casa y guarda todo eso en el depósito. Bajo triple llave y con candado. Cuántos novios a lo largo del globo terráqueo fueron el más dulce y comprometido Romeo mientras no había nada firmado, y luego del Sí, acepto pensaron: “Bueno, ya no hay nada que conquistar. Ella está obligada a estar conmigo hasta que la muerte nos separe. Gloria a Dios. A otra cosa”.

Como pastor he visto infinitas transformaciones, más asombrosas que la del agua en vino en Caná. Tiernos románticos en el noviazgo hipnotizados con el amor de su vida. Y de pronto, de un día para el otro, como por un hechizo maligno, envejecieron 60 años y ahora están cansados para todo, más fríos que un asesino serial, malhumorados, sin tiempo, más difíciles de sacarles un Te amo que nadar desde América del Sur a Europa ida y vuelta sin parar. ¡Simplemente pensaron que ya no había nada que conquistar! Aprovechándose confusamente del lo que Dios unió no lo separe el hombre, ahora piensan que el matrimonio cristiano tiene la gran ventaja sobre el matrimonio entre no creyentes, que en el primero uno no tiene nada que conquistar. Ya los dos están obligados a permanecer juntos pase lo que pase.

A esto podemos decir que en un sentido sí, y en un sentido no. Sí, la voluntad de Dios es en todos los casos que cuidemos nuestro matrimonio y
permanezcamos unidos en amor (Mateo 19:1-9). Pero, espero que notes que esto no significa el fin de la conquista. No… ¡Es justo lo contrario! Luego del Sí, acepto, la lucha por la conquista continúa, y a veces necesitada de mayor determinación.

Tendrás que conquistar tus propias pasiones, y conquistar diariamente el corazón de tu esposa. Claro, por supuesto, si a lo único que aspiras es a tener una compañera de ministerio, una amiga con quien tener algunas conversaciones, sexualidad segura, o alguien con quien compartir
ciertas responsabilidades de tu casa, solo necesitarás frenarte de ser un vecino insoportable. Pero si quieres honrar a Dios con tu matrimonio… ¡Ay! Te espera una lucha por la conquista diaria.

Por favor, no me mal entiendas. No estoy diciendo que el matrimonio es una horrible batalla de conquista. ¡No! Lo que digo es que estar unidos delante de Dios tan profundamente es una preciosa aventura que promete los más ricos tesoros si no paramos de entender que cada día requiere una
conquista. Y vivir esto es realmente emocionante. La conquista de ayer no sirve para hoy.

No espero que mi esposa esté enamorada de mí por lo que fui ayer. Más bien concentraré todo mi esfuerzo para darle ese esposo que ella necesita hoy. Porque mi fin no es que ella diga: “Bueno, mi esposo es un témpano, áspero, hiriente, físicamente se volvió el doble o el triple de cuando lo conocí; pero yo me comprometí delante del Señor a no dejarlo jamás”. No, por Dios… Yo no aspiro a eso. ¡Amo a Dios y sé que Él espera infinitamente más de mi matrimonio! Yo aspiro cada día a que ella diga como aquella sulamita: “Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento. Ven, oh amado mío…” (Cantar de los Cantares 7:10,11).

Yo no aspiro a que ella diga: “Sí, lo quiero. Porque 1 Corintios 13 dice que ‘el amor todo lo soporta’”. No. Soy alguien que ha nacido de nuevo en Cristo Jesús (Juan 3:3; Efesios 2:10), y la persona que más lo tiene que ver con toda claridad es mi esposa. Y por supuesto, tu esposa lo tiene que ver en ti también. Y eso, hermano, requiere de una preciosa aventura de conquista diaria.

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