Debemos ver con gran preocupación cómo se ha propagado dentro de los círculos de mujeres cristianas la idea de un dios hecho a merced de nuestros sentimientos, como un joven ilusionado que está sentado debajo de nuestro balcón tirándonos sus dardos de amor. Bajo la excusa de que las mujeres somos emocionales, se presenta un evangelio en donde el mensaje central es lo valiosas, amadas y casi indispensables que somos para el Señor, pero…¿es esto bíblico?
Las mujeres no necesitamos un evangelio diferente
Es cierto que las mujeres tendemos a ser más emocionales que los hombres, y que nuestras inclinaciones naturales nos hacen más sensibles, pero esto no significa que el mensaje de la Cruz tenga una aplicación diferente para nosotras (Gálatas 3:28). Las mujeres también necesitamos arrepentirnos cada día para correr a los pies de Cristo y debemos dejar de usar nuestra sensibilidad y nuestras hormonas para justificar el pecado. El mensaje del Evangelio es uno: arrepiéntete y cree. Esa es la única verdad que nos rige a los verdaderos creyentes sin importar nuestro sexo.
Dios no está ansioso por conquistarnos
Saquemos de las iglesias ese discurso que nos pone en el centro, y que romantiza el amor de Dios llevándolo a la esquina de lo ridículo. Dios es demasiado grande y por supuesto que nos ama, por eso envió a Su Hijo a la Cruz (Juan 3:16); un sacrificio supremo e inigualable que nos apunta a la persona más importante de la historia, el verdadero protagonista desde Génesis hasta Apocalipsis: Jesús. Recordémonos cada día, con humildad, que lo que nos dice la Escritura no habla de nosotras sino de nuestro perfecto Salvador. Queridas mujeres, el amor del Padre sobrepasa nuestro entendimiento, confiamos en que Él nos cuida, nos disciplina, nos provee… Eso es maravilloso y debería ser suficiente.
No somos la joya de la creación
Las mujeres no somos la versión mejorada del hombre, como algunas iglesias lo enseñan. No somos la imagen perfeccionada de Dios. Somos tan dignas como los hombres y además, somos ayuda idónea. Somos complemento. Somos hijas del Dios viviente (Efesios 1:5). No somos princesas de Dios, la iglesia no necesita princesas, necesita mujeres firmes y ancladas en la Palabra de Dios, que se sometan bíblicamente y sean capaces de pararse en la trinchera declarando lo maravilloso que es el diseño de Dios desde la creación.
Y sí, sé que este no es un llamado fácil, porque requiere que muramos a nuestro pecado cada día (Romanos 6:2). Sé que las tendencias e ideologías del mundo suenan atractivas (aun para la iglesia) y parecen satisfacer nuestros anhelos más profundos, pero déjenme decirles algo: es una trampa. Nada por fuera del Señor nos puede satisfacer realmente. Solo Dios lo llena todo (Efesios 1:23; Mateo 6:33).
Por eso, mi oración es que confiemos en nuestro buen Dios, en Aquel que nos amó desde antes de la fundación del mundo, el único que puede transformar nuestro corazón y mover nuestros afectos. Seamos mujeres comprometidas con el Evangelio, no porque estemos esperando flores a cambio, o porque estemos buscando un príncipe de cuentos, sino porque comprender aquello que Dios ya nos ha revelado en Su Palabra es suficiente para exhibir en todo y a todos la perfecta luz de Cristo.