Satanás puede, como se ha mencionado, luchar contra nosotros, producir derrotas, enfermedades e incluso introducir malos pensamientos como fue el caso de Pedro, cuyo juicio fue nublado al rogarle al Señor que desistiera de su plan.[1] La respuesta es conocida: Jesús le ordena que se aleje, principalmente porque el deseo de Pedro era en su núcleo, satánico, pero teñido de compasión humana (Mateo 16:23). Jesús no busca palabras como “piedra de tropiezo”, “entrometido” o “malvado” sino que es categórico en llamarlo “Satanás”.

Si hemos dedicado espacio a lo que el diablo puede hacer a los creyentes, es momento de dar total énfasis a lo que no puede hacer y el cómo aquello guarda relación directa con la obra redentora de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La pregunta en esta ocasión debe ser ¿qué puede hacer el diablo a los perdidos y que no pueda hacernos a nosotros? Solo basta preguntarse ¿qué es lo que ellos habitualmente hacen? Efesios 2:1-3 asegura que ellos hacen lo que nunca dejaron de hacer. Siguen la corriente de este mundo, se identifican con su sistema de valores, niegan la existencia de un Dios moral y con ello toda demanda moral para el ser humano, en palabras del Apóstol Pablo, siguen al príncipe de la potestad del aire. La causa se hace evidente cuando el pasaje menciona que Satanás, su espíritu, opera, domina –noten la potencia de esa palabra – es decir, controla, cada facultad en aquellos hijos de desobediencia. Él es el espíritu activo que trabaja con poder en ellos porque están bajo su poder. Juan en su carta es categórico al afirmar que “Sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo yace bajo el poder del maligno” (1 Juan 5:19).

Ahora, ¿le da eso poder sobre nosotros? ¡En ninguna manera! Infinitamente mayor es Aquél que está en nosotros que el que principia en el mundo. Con voz tronante Jesús se compara con aquél que es más fuerte que el hombre fuerte, aquél con la capacidad de atarlo y sacarle todo lo que posee (Mateo 12:28-29) ¿Ven la verdad impactante presente aquí? Aquí está la obra misma de Jesús en la cruz, aquí está explícita la narración misma del Evangelio. Los versículos anteriores son justamente lo que nuestro Señor ha hecho, nos ha liberado. Satanás ya no tiene poder sobre nosotros, ya no somos sus esclavos ni estamos poseídos de esa manera. ¡YA NO!

En 1 Juan 3:10 encontramos que Satanás no puede ejercer dominio sobre el creyente al grado de hacerlo practicante del pecado o aborrecedor de su hermano, es más, dice el Señor “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros.” (Juan 13:35).

¿Puede tentarnos y hacer que a veces caigamos en derrota frente al pecado? ¿O que tengamos algunas actitudes negativas hacia nuestro hermano? Sí, puede. Pero no tiene el poder para volver de eso, una práctica en la vida de un hijo de Dios. De hecho, todo aquél que practica el pecado, ineludiblemente, no es de Dios (1 Juan 3:8).

Por tanto, ¿puede un verdadero creyente tener un espíritu maligno?

La tentación, lucha y guerra espiritual realizada por un espíritu maligno es un hecho ineludible. Por ello existe el llamado a resistir las constantes asechanzas del diablo mediante el sometimiento a Dios (Santiago 4:7) Sin embargo, ¿has pensado en algo maravillosamente real en la vida de un hijo de Dios? ¿Puedes responder a la pregunta, qué hay dentro de ellos? Sí, el Espíritu Santo.

Observa la verdad preciosa de Romanos 8:9. Si tú perteneces a Él, tienes su Espíritu; y si tienes Su Espíritu es porque perteneces a Él. Quiero dejar en claro lo siguiente, por si no lo sabías: los espíritus inmundos y el Espíritu Santo no se toleran ni habitan juntos en el mismo lugar, los ejemplos de Las Escrituras que encontrarás en Hechos 8:4-8; Marcos 7:24-30 o el tan reconocido gadareno en Marcos 5:1-20 son todos relatos de personas perdidas. A lo largo de toda la Palabra no encontrarás ni un solo ejemplo de alguien salvo que haya sido poseído.


 

[1] ¿Cristianos endemoniados? — La Soberanía de Dios y la capacidad de Satanás [parte 1]