Navegando por las redes sociales encontré una frase que me puso a meditar. Parafraseándola, decía que no es tan importante de dónde Dios nos sacó, como hacia donde Dios nos quiere llevar, haciendo alusión a la popular idea de que siempre las mejores cosas están por venir.
¿Qué tan adecuado es que como cristianos pensemos así? Evidentemente Dios nos ha hecho una promesa de algo mejor en el futuro: la eternidad con Él (1 Tesalonicenses 4:17), pero esto no nos debería llevar a ignorar deliberadamente aquello de lo que Él nos salvó. Aunque como cristianos somos nuevas criaturas, de vez en cuando deberíamos mirar hacia ese pasado del que Dios nos rescató, no con una culpa que nos paralice, sino con una genuina gratitud al reconocer que nada éramos sin Él y que solo por Su gracia fuimos sostenidos.
Ahora bien, no creemos que esté mal anhelar un buen porvenir, pero lo cierto es que debemos tener un sano equilibrio al hacerlo, pensando rectamente en lo que fuimos, en lo que somos y en lo que seremos. Ver nuestras cicatrices nos recordará lo que éramos antes, nuestros pecados y caídas, y nos llevará con lágrimas de agradecimiento a los pies de la Cruz, en donde la llaga de nuestro Señor nos curó (Isaías 53:5).
Ver lo que somos nos ayudará a esforzarnos para tener una vida que le agrade a nuestro Padre, y nos permitirá caminar con gozo y con las expectativas adecuadas (Hebreos 12:1). Pensar en lo que viene, teniendo una correcta perspectiva de la eternidad, nos ayudará a quitar la mirada de las glorias de este mundo, de los placeres pasajeros o las recompensas humanas; nos hará ver a un Dios que nos bendice aquí, que nos guarda y nos provee, y que además nos espera para que moremos con Él para siempre y le alabemos sin fin.
Hermanos, oremos para que cada día de nuestras vidas hallemos el gozo suficiente en la plenitud de Dios, para que no nos desviemos por los tesoros corruptibles, para que nuestra esperanza no esté en terrenos arenosos. Oremos para que el Espíritu Santo nos capacite para vernos por el retrovisor con amor, arrepentimiento, gratitud y ánimo, recordando que lo verdaderamente mejor ya vino, y volverá: Jesucristo. Que la promesa de verle cara a cara sea razón suficiente para caer de rodillas y recordar que es tan importante de dónde nos sacó como a dónde nos llevará.