Dios, a lo largo de las Escrituras, muestra una y otra vez su soberanía sobre todo lo que ocurre. Pero Él no está viendo una película y tomando decisiones en consecuencia: lo ha decretado todo, incluyendo la salvación de sus hijos.

¿Qué es la elección incondicional?

En la eternidad, Dios ha escogido a quienes han de ser salvos sin que estos tengan mérito alguno en tal decisión. No habíamos hecho ni bien ni mal cuando Dios nos escogió, así como en el caso de Jacob y Esaú (Romanos 9:11), de quienes se nos dice que amó al uno y aborreció al otro antes de que ellos hicieran cualquier cosa (v. 13). Y para quienes creen que esto es injusto, permítanme citar lo que la misma Biblia les responde en el versículo 14: “¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera”. ¿Por qué esto es así?

Dios no estaba mirando al futuro para saber si íbamos a creer y entonces escogernos, sino que nos predestinó para ser hijos suyos desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4-5). Nosotros nunca lo hubiésemos escogido a Él por nuestra voluntad. Esto lo hizo teniendo la clara visión de que todos estamos condenados porque todos pecamos en Adán y estamos destituidos de Su gloria (Romanos 3:23), razón por la cual no es injusto que Él, por su gracia, salve a algunos.

¿Y los que no creen?

Dios no está obligado a nada: ni a salvarlos a todos, ni a dejarlos a todos condenados. Por tal razón, en su perfecta libertad como Creador y Amo del universo, es completamente justo que decida salvar a unos y dejar a otros en su propia condenación, porque estos últimos son culpables. Muchos de los que afirman que Dios no escoge incondicionalmente presumen que todos deben tener la oportunidad de que Dios los salve, omitiendo que en realidad ninguno puede exigir esto en principio. Dios no manda al infierno a nadie injustamente, sino que libra del castigo a quien le place: “tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca”, dice la Escritura en Romanos 9:15.

El inconverso es responsable por negarse a someterse a la Verdad, aun quien nunca escuchó el mensaje del Evangelio. ¿Suena injusto? De nuevo, la Biblia habla con claridad: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). ¡Ninguno tiene excusa para decir que no sabía que Dios existía! Nadie, al presentarse delante del Gran Juez, podrá decir que no tiene la culpa de no haber creído. Dios, en su revelación general (la Creación), manifiesta su existencia y, por lo tanto, todo lo que hizo nos habla de Él. Es el deber de cada ser humano buscarle, arrepentirse de sus pecados e ir a Cristo, tal como nos lo enseña la revelación especial (las Escrituras). No obstante lo anterior, el hombre, envanecido en sus razonamientos y con el corazón entenebrecido (v. 21), prefiere adorar cualquier otra cosa antes que a Dios (v. 23).

Bendita esperanza

Para todo verdadero creyente la doctrina de la elección incondicional presenta una gran esperanza, porque si Cristo pagó el precio por cada uno de nuestros pecados, podemos descansar en que no son nuestras obras, sino su gracia en Jesús, la que nos salva (Efesios 2:9). Tal elección en Jesucristo es definitiva y efectiva como lo fue su sacrificio (Hebreos 10:10; Hebreos 10:14). No puede ser de otra manera. ¡Él resucitará a los escogidos, de los que no perderá ninguno, en el día postrero! (Juan 6:39).

Como cristianos debemos afirmar con certeza la doctrina de la elección incondicional, de lo contrario, le estamos dando al hombre un papel que no tiene, un poder que no posee, una capacidad que la Biblia no reconoce por ninguna parte. En cambio, con la predestinación de Dios vemos cómo es Él quien hace todo, cómo su elección incondicional es parte de su plan perfecto para llevarnos a la gloria: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:30). Nadie puede ir a Cristo a menos que el Padre le lleve (Juan 6:44). Por tanto, quienes quieren negar la elección incondicional se chocarán de frente con Dios y Su Palabra. Por el contrario, quienes tienen la indiscutible y bendita esperanza de ir al cielo, ¿cómo no se sentirán agradecidos al ser llevados, por decreto divino, a los pies de Jesús?