Ustedes se preguntarán ¿Por qué no hablar de Cristo en vez de hablar de un pecador como Juan Calvino? “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada”. (Romanos 13.7-8)
Juan Calvino nació en Noyon, Picardía a unos 100 km al norte de París, Francia, el 10 de Julio de 1509. Fue excelente en sus estudios y muy religioso desde su juventud.
Calvino mismo señala que tuvo una «conversión súbita». En su Comentario de los Salmos, Calvino recuerda mirando hacia atrás:
«Primero estaba tan porfiadamente entregado a la superstición papista que difícilmente me podía liberar de tanta mugre. Pero de repente Dios volvió mi corazón dócil y suave por una conversión súbita, aunque a mi edad yo ya estaba bastante endurecido frente a este tipo de asuntos. Sin embargo, cuando tuve algo de conocimiento sobre la piedad verdadera, inmediatamente me invadió un tremendo anhelo de sacar provecho de ello. No dejé mis diversos estudios completamente, pero los dejé cada vez más de lado. Grande fue mi sorpresa cuando, antes del término del año, todos los que sentían el anhelo por la doctrina pura se habían reunido en torno a mí para aprender, aunque yo mismo era casi un principiante”.
En Francia fue perseguido como hereje y buscado para ser quemado con el objetivo de que no continuara enseñando y de que sus enseñanzas no continuaran esparciéndose. Sabía cómo saltar un techo, escurrirse por los pasillos y hasta disfrazarse. En ese tiempo escribió: “Dios me llevo por diferentes circunstancias y cambios, de modo que nunca me permitió reposar en ninguna lugar”.
En Febrero de 1536, un año después de llegar a su Iglesia madre en Basilea, terminó su libro: “Institución de la religión Cristiana”. Actualmente se lee al menos en 10 idiomas. Es un sistema de doctrina completo. Publicada originalmente en latín y francés, La Institución empieza y termina con el Dios trino como su centro. Escribió de una forma clara y con la lógica de un abogado, con estilo elocuente. Su mente extraordinaria abarcó las verdades de Dios de una forma muy completa. Nadie había escrito así, y nadie ha escrito con la magnificencia con que Calvino estableció las verdades de la religión cristiana.
Nadie está excluido de pedir a Dios, la puerta de la salvación está en abierta para todos los hombres.
No escribió la Institución para ganar popularidad, fama o dinero. “Mi objetivo no era hacerme famoso, pues ni bien salió la obra a la luz, abandone de inmediato Basilea, y nadie en la ciudad supo que yo era el autor”.
Un perro ladra cuando su amo es atacado. Yo sería un cobarde si es atacada la verdad de Dios y permanezco en silencio.
En Febrero de 1539 empezó a buscar esposa. Describió a su amigo y difusor de la Reforma, Guillaume Farel su tipo de mujer que lo cautivaba: «Casta, ni muy fregada, ni fastidiosa, ahorrativa, paciente, y que se preocupe por mi salud”. Se casó con Idelette de Bure.
Predicando hasta su último día de vida
El domingo 6 de Febrero de 1564, estuvo por última vez en su acostumbrado púlpito de San Pedro. En esa ocasión tuvo un ataque de tos con sangre que no pudo detener. Bajó del púlpito sin terminar el sermón mientras la congregación estaba en silencio.
Cuando Calvino murió el papa Pío IV dijo: “La fuerza de este hereje venia del hecho de que el dinero no significaba nada para el” Tal actitud era desconocida en la iglesia de Roma.
Anecdóticamente cabe señalar que Martín Lutero nunca conoció a Calvino personalmente, pero era amigo de Brucer (pastor protestante que categóricamente dijo al reformador francés: “Tienes que tener esposa”) a quien le escribió: “Salúdame de mi parte reverentemente a Calvino, cuyos libros he leído con especial deleite”.
Todas las cosas están a disposición de Dios, y la decisión de la salvación o la muerte perteneciente a él.
Editado y resumido por Germán Estobar