Luego de habernos introducido brevemente en las doctrinas de la gracia, podemos continuar con la doctrina de la depravación total. La depravación total o corrupción radical no quiere decir que el hombre no pueda hacer, en un sentido, obras buenas durante su vida, el problema está en que no las hace para la gloria de Dios; las obras que el hombre pueda realizar, por más justas que pudieran verse, no dejan de ser trapos de inmundicia delante de Dios (Isaías 64.6), porque Dios es Santo (Isaías 6.3-4). Ningún hombre podrá pararse delante de Dios y decir. “¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” [1]. Las obras delante de Dios, si no fueron hechas para Su gloria, tendrán una sola respuesta. “Jamás os conocí, apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad” (Mateo 7.23, LBLA).

De libres a esclavos del pecado

El hombre fue creado a la imagen de Dios de manera perfecta y tenía libre albedrío de hacer el bien o hacer el mal. Si hacía el bien obedeciendo la voluntad de Dios, el hombre gozaría de vida eterna y no vería la muerte. Pero si desobedecía el mandamiento de no comer del fruto del bien y del mal, ciertamente moriría. Ya todos sabemos qué ocurrió. La mujer fue seducida por la serpiente y el hombre seducido por la mujer y nuestro representante, Adán, se corrompió.

El perfecto Adán dejó su perfección y se convirtió en esclavo del pecado, su verdadero libre albedrío pasó a escoger sistemáticamente el mal, pasó de ser justo a convertirse en injusto (Romanos 3.11). No solo esto, si continuamos la historia de Génesis pronto vemos la descendencia de Adán cometer el primer asesinato (Génesis 4.1-8), y luego una seguidilla de muertes vinieron a mostrar el castigo de Dios al hombre pecador.

El pecado original corrompió todo, la mancha del pecado pasó a todos los hombres por cuanto todos pecaron, y es por esto que podemos hablar de la universalidad del pecado. El pecado que Adán cometió derivó en que todos sus descendientes cargáramos con la culpa y la contaminación. Venimos a ser por naturaleza hijos de ira y pecadores desde el vientre de nuestra madre (Job 14.4; Salmos 51.5; Juan 3.6). Aunque quisiéramos decir que los bebés que aún no nacen son inocentes, tenemos que preguntarnos por qué ellos también mueren. La culpa y la contaminación del pecado está incluso en el vientre materno. No es de extrañarnos que debamos enseñar el bien a nuestros hijos y no necesitemos enseñarles el mal para que, por naturaleza, desobedezcan.

Es necesario que podamos entender qué es el pecado. A.W. Pink nos entrega una excelente definición. «El pecado es más que un acto o una serie de actos; es un estado o condición. Es lo que hay en la raíz de los actos y lo que los origina. El pecado ha penetrado en todo el ser humano y lo ha impregnado totalmente. Ha cegado el entendimiento, corrompido el corazón, y alejado de Dios al espíritu. Y la voluntad no ha escapado. La voluntad está bajo el dominio del pecado y de Satanás. Por lo tanto, la voluntad no está libre».[2]

Negar la depravación total es negar la Biblia

Aunque vemos una abundante cantidad de porciones de las Escrituras que hablan sobre la depravación total, siempre han existido detractores de esta doctrina. Pelagianos, arminianos y modernistas han, de una u otra forma, argumentado que el hombre no es tan malo. Que el hombre se vuelve malo por imitación pero que no tiene la culpa de sus actos.

Si repasáramos uno a uno los textos nos quedaríamos varias horas escribiendo sobre el tema. Jeremías 17.9; Juan 5.42, 6.44, 15.4-5; Romanos 7.18, 23-24; 8.7-8; 1 Corintios 2.14; 2 Corintios 7.1; Efesios 2.1-3, 4.18; 2 Timoteo 3.2-4; Tito 1.15; Hebreos 11.6. Por esto, enfáticamente podemos decir que si negamos esta doctrina estamos negando la Palabra de Dios.

Hasta el tiempo de Agustín esta idea del pecado original estuvo relativamente poco desarrollada por los padres, y la reacción semipelagiana a las enseñanzas de Agustín encuentra su sucesor el día de hoy en el arminianismo, que niega la depravación total, la culpa del pecado original y la pérdida del libre albedrío. Así, afirma la participación de la humanidad en el pecado de Adán solo hasta el grado de darle una tendencia al pecado, pero no una naturaleza pecaminosa.[3]

El Evangelio de la gracia. la solución para la depravación total

Cuando hablamos de depravación total no es necesario ir muy lejos para tomar ejemplos sobre el tema. Al ver nuestras propias vidas pasadas, sin la obra gloriosa de Cristo, nos damos cuenta de cuán terrible es la depravación del pecado (Efesios 2.3). Tal como las estrellas solo alumbran cuando la oscuridad del cielo es completa y ha caído la noche, así la luz gloriosa del Evangelio puede alumbrar luego de esta negra revelación del pecado.

Así como la culpa por causa del pecado de Adán fue imputada a todos los hombres, así Cristo el postrer Adán, imputa la justicia a quienes creen en Él como el salvador de sus vidas. Cristo vino a deshacer las obras de las tinieblas y la consecuencia de esta depravación total, con la que todo hombre nace, puede ser erradicada por la gracia de Cristo. El pecado que nos llevaba camino al infierno llevó a Cristo a la Cruz, para que por su gracia pudiéramos encontrar salvación.

Romanos 5.18 dice. «Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres, así también por un acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres» (LBLA). La luz del Evangelio alumbra a los pecadores y les muestra su depravación y la realidad de sus vidas sin Dios, por esto es que el hombre no quiere acercarse a Dios para que sus obras no sean expuestas, porque sus obras son malas (Juan 3.19–21). Es por esto que Dios es quien se acerca al hombre. Desde el huerto del Edén hasta el día de hoy Dios llama al hombre para que se arrepienta de sus pecados y se vuelva a Él en arrepentimiento y fe. Es el evangelio de Cristo el que puede transformar a un hombre muerto en delitos y pecados en alguien nacido de nuevo por el Espíritu, y guiarlo a la santificación y mortificación del pecado.

Habiendo meditado en este tema debemos concluir que por causa del pecado necesitamos un Salvador. El Evangelio se hace glorioso cuando vemos que Cristo, a pesar de nuestra depravación total y corrupción radical, vino a dar su vida por Su pueblo. Si aún te sientes condenado, vuélvete a Cristo. Su gracia está extendida para salvarte hoy.


[1] Lockman Foundation, Santa Biblia. la Biblia de las Américas. con referencias y notas, electronic ed. (La Habra, CA. Editorial Fundación, Casa Editorial para La Fundación Bíblica Lockman, 1998), Mt. 7.22.

[2] Publicaciones Faro de Gracia, La Fe Bíblica e Histórica del Evangelio (Graham, NC. Publicaciones Faro de Gracia, 2003), 65–66.

[3] Charles C. Ryrie, «Depravación total», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología (Grand Rapids, MI. Libros Desafío, 2006), 161.