La vida cristiana es difícil. Tristemente está llena de incongruencias, hipocresías y desilusiones. Mientras avanzamos en madurez vemos que gente con la que solíamos orar y estudiar la Biblia abandonan la fe. Amigos que se sentaban contigo en la iglesia, abiertamente rechazan la fe que una vez profesaron tener, alejándose por completo. ¿Por qué? ¿Podrán ser el pecado y la maldad tan fuertes como para resistir el poder del Evangelio? ¿Será que el mundo tiene el poder para arrastrarnos fuera de la gracia de Dios y arrojarnos a las garras del pecado? ¿Podemos perder la salvación si dejamos de esforzarnos y crecer en obediencia?

Personalmente, tendría más de una razón para dudar del cristianismo y abandonar la fe. He sido testigo de muchas cosas. La única explicación que encuentro ante dicha realidad, es que Dios se rehúsa a soltarme. Mis manos débiles y vacilantes han querido soltarse de las manos de Él muchas veces. Algunas veces por falta de fuerza, otras en un acto de desesperación y desobediencia, pero Cristo no me ha soltado, Él me sostiene con fuerza. ¿Por qué?

Porque Dios mismo asegura nuestra perseverancia en la fe. ¿Cómo lo sé? Romanos 8:30 dice: «y a los que [Dios] predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos también justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó». Esa última cláusula es crucial. Dice que a quienes Dios justificó, ciertamente los glorificará. Está definitivamente hecho. Es decir, Él ciertamente les traerá a vida y gloria eterna consigo al final. Ahora, si eso es cierto, si Dios cierta y eternamente salva a los que ha justificado, y si nuestra justificación viene mediante la fe que persevera, entonces Él velará para que en verdad perseveremos en fe.

Jeremías 32:40 dice: “Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. El pacto eterno —el nuevo pacto— incluye una promesa inquebrantable: «pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí». No podrán. No lo harán. Cristo selló este pacto con su sangre. Él compró nuestra perseverancia.

Si hoy estamos perseverando en la fe, se lo debemos a la sangre de Jesús. El Espíritu Santo, quien está obrando en nosotros para preservar nuestra fe, honra el pago de Jesús. Dios Espíritu obra en nosotros lo que Dios Hijo obtuvo a nuestro favor. El Padre lo planeó, Jesús lo compró, el Espíritu lo aplica: todos ellos obran con infalibilidad y fidelidad. Dios es fiel a Su palabra.

Esta es una verdad preciosa: que Dios mismo está comprometido con mantener a sus propias ovejas y a no dejar que le olviden definitivamente. Pueden desviarse por un tiempo, pero Él las traerá de vuelta. Pueden aparecer nubes de duda, pero los que están justificados no tropezarán para caer definitivamente. Perseverarán en fe. Nuestra esperanza para la glorificación no está en nuestra propia fuerza de voluntad para creer. Está en la fidelidad de Dios, porque «el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

¿Y qué hay de aquellos que han dejado la iglesia? 1 Juan 2:19 dice: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”. En otras palabras, dejar de perseverar no es una señal de que uno puede ser salvo y luego perderse. Más bien enseña que dejar de perseverar es una señal de que realmente nunca fue hijo de Dios.

Sin embargo, existen citas que han persuadido a algunos a rechazar esta enseñanza. Veamos por ejemplo Apocalipsis 3:5 en la cual Jesús dice: «El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles». Algunos dicen que esta es una cita infalible en contra de la doctrina de la perseverancia de los santos. Asumen que cuando Apocalipsis 3:5 dice que Dios no borrará el nombre de una persona del libro de la vida, significa que Él sí borra a algunos del libro de la vida, y que estas son personas que fueron justificadas y más tarde condenadas. Pero, ¿es esta declaración correcta?

La promesa «no borraré su nombre del libro de la vida», no significa que algunos nombres sí son borrados. Esta cita simplemente le dice al que está en el libro: Nunca borraré tu nombre. En otras palabras, Dios está diciendo: ser borrado del libro es una posibilidad temible, pero yo no permitiré que suceda. Lo mantendrá seguro en el libro, y esta es una de las promesas hechas a aquellos que perseveran y triunfan. No dice que aquellos que no triunfan y se apartan de Cristo estuvieron en el libro y luego fueron borrados.

Así que solo hay una cosa que debemos temer: la falta de fe. Debemos temer la incredulidad. La clave está en la fe, ya que la fe es el instrumento de salvación. Cuando creemos el Evangelio, pasamos de muerte a vida… a una vida eterna. Esto quiere decir que, siendo eterna, no tiene fin, ni puede perderse. Dios nos salva, nos justifica, nos santifica y nos llevará a la gloria. De principio a fin Dios es autor y consumador de nuestra fe. La perseverancia del cristiano no lo hace salvo. Más bien, una persona salva, ¡perseverará hasta el fin!

R. C. Sproul explica claramente esta gran verdad diciendo:

«La única razón que tenemos para que alguno de nosotros continúe en la fe es que hemos sido preservados. Por eso prefiero -dice Sproul-  usar el término preservación de los santos, porque el proceso por el cual somos guardados en un estado de gracia es algo producido por Dios. Mi confianza en mi preservación no es mi habilidad para perseverar. Mi confianza descansa en el poder de Cristo que me sostiene con su gracia, y por el poder de su intercesión. Él nos llevará seguros a casa».

Esta salvación es demasiado maravillosa. ¿Estoy seguro que ni mi pecado, ni mi indiferencia, ni mis fallas, ni mi apatía, ni mi debilidad me harán perderme por completo?

«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Ro. 8:35). Pablo responde a esta incertidumbre diciendo:  “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:38-39).

Esta es nuestra esperanza. Esta es nuestra garantía. La misma gracia que nos salvó, nos preservará hasta el fin. «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. 24 Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1 Tesalonicenses 5:23-24).