Debemos comenzar este estudio sobre las doctrinas de la gracia aclarando que entendemos la gran mayoría de disputas que ha generado este tema en los últimos años. Además, es conocido que las redes sociales se han transformado en un lugar de continuo debate entre arminianos y calvinistas, encuentros que en algunas ocasiones son poco ortodoxos y poco sanos para la vida de los cristianos. Esto ha causado conflictos por el conflicto mismo más que una búsqueda de la verdad fraternalmente.
Las doctrinas de la gracia
Al examinar las doctrinas de la gracia e ir a la historia, vemos que fueron una respuesta de la iglesia a los puntos presentados por el grupo de seguidores de Jacobo Arminio (1560-1609).
El teólogo John Piper, en su libro Cinco Puntos: Hacia una experiencia más profunda de la gracia de Dios, nos cuenta un poco sobre este personaje. Estudió en Ginebra a los pies de Teodoro de Beza, sucesor de Calvino. Arminio, siendo profesor de teología de la Universidad de Leiden en 1603, rechazó las doctrinas calvinistas, y este afán de negación se hizo sentir en toda Holanda. Los seguidores de estas doctrinas redactaron un credo que presentaron a las autoridades estatales en Holanda, llamado Memorial o Pliego de Protesta, firmado por cuarenta y seis ministros[1].
La respuesta no se hizo esperar. La iglesia convocó el 12 de noviembre de 1618 al Sínodo de Dort, del cual obtuvimos los cinco artículos de los Cánones de Dort (1619). En su prefacio nos entrega un excelente resumen: «convocado con el fin de solucionar esta controversia en las iglesias holandesas iniciadas por el surgimiento del arminianismo. Jacobo Arminio, un teólogo profesor en la Universidad Leiden, cuestionó la enseñanza de Calvino y sus seguidores en un número de puntos importantes. Después de la muerte de Arminio, sus seguidores presentaron sus posiciones en cinco de estos puntos en la Protesta de 1610. En este documento o en escritos tardíos más explícitos, los arminianos enseñaron que la elección estaba basada en fe prevista, que la expiación fue universal, que la depravación es parcial, que la gracia es resistible, y la posibilidad de una caída de la gracia. En los Cánones el Sínodo de Dort rechazó estas posiciones y proclamó la doctrina Reformada en estos puntos, nombramos, la elección incondicional, la expiación limitada, la depravación total, la gracia irresistible, y la perseverancia de los santos»[2].
La controversia entre arminianos y calvinistas no es nueva, y los Cánones de Dort fueron un punto clave en la historia de estas doctrinas. El prefacio original decía: “juicio, en el cual ambas, la verdadera posición, de acuerdo con la Palabra de Dios, referente a los ya mencionados cinco puntos de doctrinas es explicada y la posición falsa, en desacuerdo con la Palabra de Dios, es rechazada”.
Los Cánones de Dort también originaron una excelente y providencial forma de memorizar las doctrinas de la gracia, el TULIP:
Total depravity (depravación total)
Unconditional election (elección incondicional)
Limited atonement (expiación limitada)
Irresistible grace (gracia irresistible)
Perseverance of the saints (perseverancia de los santos)
La soberanía de Dios y la responsabilidad humana
Para aproximarnos al tema de las doctrinas de la gracia, debemos contemplarlas dentro de lo que Spurgeon llamó “los dos rieles de un tren”: la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. Estos dos temas son inseparables y su afirmación apropiada nos cuidará de caer en el arminianismo o en el hipercalvinismo. Como cristianos entendemos fácilmente que el hombre tiene la responsabilidad de creer (Marcos 1:15; Hechos 3:19), pero por otro lado está un atributo o perfección de Dios, Su soberanía, que muchas veces cuesta aceptar.
A lo largo de las Escrituras vemos a Dios siempre dando el primer paso para acercarse al hombre. Es Dios el creador (Salmos 100:3). Desde el primer pecado, vemos al hombre huyendo de Dios (Génesis 3:8) y vemos a Dios llamando al hombre (Génesis 3:9).
Si continuamos leyendo podemos ver una y otra vez a Dios soberanamente escogiendo: escoge a Noé, Abram, a José, a Moisés, a Josué, a David, y así a una gran lista de hombres que fueron llamados por Dios. Pablo lo declara enérgicamente y esto debería bastar: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16).
R. C. Sproul escribe sobre la soberanía de Dios: “Cuando hablamos de la soberanía divina, estamos hablando acerca de la autoridad de Dios y el poder de Dios. Como soberano, Dios es la suprema autoridad del cielo y la Tierra. Toda otra autoridad es una autoridad inferior. Cualquier otra autoridad que exista en el universo se deriva y es dependiente de la autoridad de Dios. Todas las demás formas de autoridad existen bien por el mandato de Dios o bien con su permiso”[3]. Por lo tanto, Dios es soberano en todo y nosotros somos sus criaturas responsables de creer en Él como Salvador. Si Dios no fuera soberano en la salvación estaríamos diciendo que el hombre es más poderoso que Dios, ya que de alguna forma el hombre se puede resistir a la salvación por gracia del poderoso Dios. El profeta Jeremías tiene un gran testimonio intentando resistirse a la soberanía de Dios (Jeremías 20:9).
Esclavos por gracia inmerecida
Entendiendo la soberanía de Dios en cuanto a la salvación de los hombres, podemos darnos cuenta de que en ninguna medida depende de algo que nosotros hayamos hecho sino netamente de la Gracia de Dios. Nuestro Señor nos llama por su inmerecida gracia, nos trae a su redil, paga nuestra deuda infinita por haber quebrantado la justicia de Dios dando Su vida como propiciación para apaciguar la Ira de Dios en la horrenda Cruz (Romanos 3:24-25), se entrega como ofrenda para expiar el pecado de Su pueblo (Hebreos 2:17), nos hace posesión suya (1 Pedro 2:9). Cristo, nuestro Señor, derrama su propia Sangre en la cruz abandonado por el Padre, luego resucita con poder y asciende al Cielo y vive para interceder por nosotros. El perfecto sacrificio de Cristo fue para la Gloria de Dios y sólo por esto hoy podamos ser llamados sus esclavos (1 Corintios 7:22), esclavos por Gracia.
Podríamos decir «pero yo creí», «yo vine a Cristo y fui salvo”, «si no hubiera creído no sería salvo”, pero nada de eso podría hacerse sin que Dios pusiera el querer y el hacer en nosotros por su buena voluntad (Filipenses 2:13). Es el Espíritu Santo el que convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8). Es Dios el que llama al hombre para que pueda creer y tener vida eterna ( Juan 10:27-28). Si hoy crees en Cristo, ha sido por la sola gracia de Dios: «Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas». [4]
Deseamos que estos estudios acerca de las doctrinas de la gracia puedan encender en sus corazones más hambre y sed de justicia. Y Alabanza para nuestro cariñoso salvador.
“Si alguna vez sucediera,
que las ovejas de Cristo pudieran apostatar,
¡ay, mi alma débil y voluble,
se perdería mil veces cada día!” [5]
[1] Piper, J. (2015). Cinco puntos: Hacia una experiencia más profunda de la gracia de Dios. Colombia: Poiema.
[2] Cánones de Dort (1619). Recuperado de: https://goo.gl/BzMLh2
[3] Sproul, R.C. (2002). Escogidos por Dios. Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.
[4] Lockman Foundation, Santa Biblia: la Biblia de las Américas: con referencias y notas, electronic ed. (La Habra, CA: Editorial Fundación, Casa Editorial para La Fundación Bíblica Lockman, 1998), Ef 2.8–10.
[5] Spurgeon, C. H. (2011). Una defensa del Calvinismo. México: Allan Román.