Uno ve muchas personas fascinadas por lo que se conocen como misterios: asuntos sin resolver, preguntas que carecen de respuesta, casos aparentemente inexplicables… Sin embargo, hay un gran misterio, uno sublime y eterno, del cual la Biblia nos habla: el misterio de la piedad.
¿Dónde lo encontramos?
Acompáñame a leer 1 Timoteo 3:14-16:
Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad. E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.
En su carta al joven pastor Timoteo, el apóstol Pablo da ciertas instrucciones para que Timoteo sepa cómo conducirse en la iglesia del Señor (lo que incluye, por ejemplo, indicaciones sobre los requisitos de los obispos y los diáconos). Sin embargo, luego agrega lo que acabamos de observar en el versículo 16. Si uno viene leyendo el pasaje puede parecer extraña la inserción de este fragmento. ¿Por qué si el apóstol viene hablando de los oficios en la iglesia, pasa a hablar de esto que llama el misterio de la piedad?
Parte de la respuesta la encontramos si observamos el comienzo del siguiente capítulo: el apóstol Pablo advierte a los creyentes de que vendrán engañadores y doctrinas demoníacas, y por eso es central que tanto quienes tienen autoridad en las congregaciones como quienes son miembros de ella se fundamenten en la revelación divina.Esto no será solo al final de los tiempos, justo antes de que venga el Señor, sino que desde ese preciso momento ya era evidente en las sectas y grupos heréticos.
¿De qué se trata?
Hay, en principio, seis puntos importantes que componen este gran misterio. ¡Vamos a explorarlos!
- Dios fue manifestado en carne: Cristo se encarnó verdaderamente, no en apariencia ni con una especie de cuerpo espiritual, tal como enseñaba la doctrina herética del docetismo en los primeros siglos del cristianismo. Cristo vino al mundo real y plenamente asumiendo la humanidad, pero sin pecado.
- Justificado en el Espíritu: no que Cristo tuviese maldad en Él y por tanto necesitara ser justificado, sino que más bien el Espíritu Santo, quien habitaba y obraba en Él de manera perfecta, ratificaba y declaraba Su santa justicia, procedencia y ministerio, tal como se evidencia en el momento de su bautismo o su resurrección.
- Visto de los ángeles: tanto al Cristo preencarnado, como durante su vida sobre la tierra (en su nacimiento, cuando fue tentado en el desierto, cuando un ángel corrió la piedra de su sepulcro y en muchos otros momentos) y aún después de resucitar, Cristo fue y es servido por los ángeles, quienes le adoran y le adorarán por los siglos de los siglos (Ap. 5:13).
- Predicado a los gentiles: esto es, que su mensaje no fue dado solamente al pueblo judío, quienes en muchos casos lo rechazaron (y lo sigue rechazando hoy), sino que las Buenas Nuevas fueron y son llevadas a todos los rincones de la Tierra sin distinción de nación, raza o situación económica. Si todos los hombres están destituidos de la gloria de Dios (como afirma Romanos 3:23) y deben arrepentirse, todos necesitan escuchar el Evangelio.
- Creído en el mundo: su mensaje no solo es comunicado, sino que verdaderamente es creído y cambia el corazón del hombre. Trae los muertos a la vida por el poder del Espíritu Santo y produce, por esa misma obra enteramente divina, fe para arrepentimiento y salvación.
- Recibido arriba en gloria: Cristo está sentado a la diestra del Padre donde sigue reinando. Aunque no lo veamos, ciertamente Él está presente e interviene en la historia. No se ha olvidado de Su pueblo, porque si lo hiciera, pereceríamos.
¡Demos gloria a Dios!
Grande es este misterio de la piedad, porque el misterio de la piedad es Cristo. Sea que vengan vientos de doctrinas erradas, o que haya predicadores que arrastren multitudes, sea que el mundo esté cautivado con filosofías humanas que rechazan a Dios, nosotros debemos seguir, con la ayuda de nuestro Señor, predicando estas grandes verdades, porque predicarlas es predicar a Cristo. ¿Estamos preparados para continuar haciéndolo?