Cuántas veces al abrir los ojos en la mañana nos hemos sentido abatidos, pensando en los pendientes del día, en las dificultades, en un dolor o una pérdida. Hay días en los que resulta difícil salir de la cama porque de cierta manera quisiéramos evitar hacer frente a lo que nos espera. Esto es algo normal, sin embargo, es justo en esos momentos cuando debemos recordar que para cada situación difícil, Dios nos ha provisto del Espíritu Santo como nuestro consolador (Juan 14:16). 

Pensar en que Dios es nuestro pronto auxilio no es una fórmula mágica que soluciona los problemas, pero ciertamente, es la promesa suficiente para entregar las cargas a Él y avanzar (Salmos 46:1). La vida no se trata de ir esquivando los obstáculos para decirle al mundo que tenemos una vida perfecta y parecer más piadosos, no, se trata de todo lo contrario, es reconocer que hay cosas que no quisiéramos vivir pero ahí están y que como en nuestra propia fuerza no podemos resolverlo, debemos arrojarnos a los brazos del único que puede darnos el ánimo y la fortaleza para soportar: Jesucristo. 

Sin embargo, sabemos que esta no es una lucha que únicamente nos pasa a nosotros, así que es necesario que no solo estemos dispuestos a recibir consuelo, sino también a darlo. ¿Acaso te has preguntado cuántas veces tu hermano o amigo ha necesitado una palabra de aliento de tu parte pero solo ha encontrado silencio? Esto puede pasar porque a veces creemos que para demostrar nuestro amor es necesario dar un regalo, pero obviamos que el mejor gesto de amor que podemos dar a otros es recordarles lo que Cristo hizo por nosotros: vencer al mundo.

En alguna reunión de mujeres de la iglesia donde asisto, alguien preguntó sobre cómo demostramos nuestro amor a nuestras hermanas y la respuesta común fue: orando por ellas. Así de simple y a la vez complejo. Lo que los otros esperan de nosotros no son detalles costosos y muy elaborados, lo que los demás piden y agradecen es que les recordemos en oraciones genuinas y que clamemos a Dios por paz para sus vidas. Esta es una verdadera muestra cristiana, recordarle a nuestro hermano que nosotros amamos porque el Padre nos amó primero y que Él obra cada día de nuestra vida.

Si tú que estás leyendo esto has enfrentado una situación así, donde tal vez no sabes qué decir (o no sabes qué decirte a ti mismo), recuerda que no necesitamos una nueva revelación para acercarnos a alguien porque entonces tendríamos una espera infructuosa, pues todo lo que había de revelarse ya se ha dicho. Lo que realmente debemos hacer es alimentarnos de la Palabra de Dios cada día para que podamos traer a nuestra mente esos dichos para animar a otros y abrazar corazones quebrantados. (2 Corintios 1:3).

Dios nos consuela en la angustia para que nosotros podamos hacerlo con otros, y para que con cada gesto o palabra testifiquemos al que es grande en misericordia, Aquel que sostiene nuestra vida y hasta los cabellos de nuestra cabeza tiene contados.