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Habiendo Juan establecido la eternidad y la deidad de la Palabra, uno puede mirar hacia atrás en la revelación progresiva y llenar los espacios en blanco. Isaías profetiza en el s. VIII a.C. al rebelde Judá, reino del sur, que Dios los juzgará por su iniquidad.
«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isaías 9:6). Entre la dura exhortación viene la gran noticia de Uno que, aunque nacido en el tiempo, también sería dado, desde la existencia previa, al mundo. Le darían nombres por los que solo Dios puede ser llamado, como Dios Fuerte o Padre Eterno. No importa cómo uno podría intentar ocultar la sincera interpretación de este texto para negar lo que dice. Hay que tener en cuenta que esto viene del mismo Dios que luego exclama: «Yo soy el Señor, que es mi nombre; No daré mi gloria a otro» (42:8a) y «Antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí (…) Yo, yo soy el Señor, y no hay salvador fuera de mí.» (43:10b-11). Además, solo un siglo más tarde, Jeremías 23:6 habla de la venida del Mesías, afirmando que «en sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; Y este será su nombre con el cual le llamarán: ‘El Señor tu justicia'». La traducción de Señor en español viene de YHWH en hebreo, o como algunos han pronunciado, «Jehová».
Otros versículos, como Isaías 7:14, aunque mayormente conocido por su anuncio del nacimiento virginal del Mesías, también lo nombra «Emanuel» o «Dios con nosotros».
El hecho de que el término Jehová se utilizó para Jesucristo es bastante significativo, ya que afirma que Jesús es digno del nombre más inefable de Dios en la Escritura. Esto se confirma en el uso del Nuevo Testamento de Kyrios para Cristo, la palabra usada en la LXX como equivalente a Jehová (Hechos 2:36)[1]
Otro ejemplo, entre otros muchos no citados aquí, es el lugar profetizado para el nacimiento del Mesías. Miqueas 5:2 dice: «Pero en cuanto a ti, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti saldrá el que gobernará en Israel. Y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad». Un tema constante de haber nacido en tiempo, pero viniendo desde la eternidad y compartiendo el nombre de Jehová, solamente se acentúa en el Evangelio de Juan como la culminación de la revelación progresiva, que encuentra su lugar frente a los ojos del apóstol en la forma de Jesucristo.
No solo Juan confiesa la deidad de Cristo, sino también los otros escritores de los relatos del evangelio. En Mateo, Jesús es adorado como solo Dios puede ser adorado (2:2,11;14:33;28:9 y comparar con 4:10). También en Marcos se dice que Jesús cumplió con lo que dijo Dios en Malaquías acerca de sí mismo (Comparar Mal. 3:1 con Marcos 1:2). Además, en Marcos, Jesús perdona el pecado y se observa que solo Dios puede perdonar pecados (2:1-12) y luego en Lucas, la manifestación más evidente de la Trinidad se da en el bautismo de Jesús (3:21-22).
Otros escritores del NT, como Pablo, reconocieron la deidad de Jesús, como en Romanos 9:5, «y de los cuales es el Cristo según la carne, que está sobre todos, Dios bendito por los siglos. Amén». En este versículo, Pablo no está enseñando el linaje patriarcal de Jesús según la carne, sino también que es Dios. Además, en su carta a los filipenses, Pablo explica el estado humilde de Cristo al afirmar que, «aunque existía en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se rebajó voluntariamente, tomando la forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres» (Filipenses 2:6-7 NVI).
En esta carta, la explicación de Pablo da la mayor pista de por qué no debiera haber jamás cualquier controversia sobre la deidad de Cristo. Si uno mira su vida terrenal, Él fue manso, humilde y no anunció abiertamente y repetidamente su deidad. La primera venida de Jesús fue para ser el siervo sufriente (Is. 53), y no para establecer un reino terrenal. Habrá un segundo advenimiento de una entrada triunfal eterna, pero la compra de la redención se llevaría a cabo antes. En Juan 6:15 después de solo un milagro, el de la multiplicación de los alimentos, Jesús tuvo que escapar con el fin de evitar ser coronado rey, así que uno solo puede imaginar cómo Él jamás conseguiría ser crucificado por los pecados de muchos si hubiera sido más abierto acerca de su eternidad y deidad.
El último libro de la Biblia nos da un vistazo del Jesús resucitado, glorificado y ascendido, que ya no considera su deidad como cosa a la que no debe aferrarse por el bien del sufrimiento. Jesús ha sido restaurado a la gloria que tenía desde antes de la fundación del mundo (Juan 17:5) y no hay más sutilezas. Apocalipsis 1:8 revela: «Yo soy el Alfa y la Omega», dice el Señor Dios, «que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso». Y puesto que no hay más que un solo Señor Dios Todopoderoso, ¿cómo hace uno para interpretar unos versos después en el 18: «Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto» y repite así mismo en 22:15 cuando se habla de su regreso. ¿Quién, entonces, es el primero y el último? ¿Es el Todopoderoso Señor Dios, Jesús, o ambos? Si no trata de Jesús, entonces ¿quién estuvo muerto y ahora vive? Una vez más, la única respuesta exegética verdadera desde Génesis 1:1 hasta Apocalipsis 22:21 es ambos, porque Jesús es Dios.
[1] Walvoord, John F., Jesus Christ our Lord, (Chicago, IL: Moody Bible Institute, 1969), 37.