Con excepción de uno o dos relatos bíblicos, creo que no hay otro del cual se tenga mayor “conocimiento” tanto en la Iglesia como en el colectivo social. Tal como he dicho, si existen otros, no me cabe duda que este se encuentra en ese conglomerado. La historia de Babel ha sido abordada incluso por lingüistas, como es el caso del padre de la lingüística, Ferdinand de Saussure, el cual la incorpora como una de las “teorías” fidedignas del origen de las lenguas. Sin embargo, pese a ser una de las historias más predicadas, recitadas, narradas y reconocidas, considero que es una de las porciones bíblicas más teológicamente olvidadas.El mensaje se ha difuminado, se ha vuelto confuso, las verdades del corazón depravado del hombre y la necesidad de un Salvador parecen no ser contundentes frente a lo que ha sido tratado muchas veces como una mera historia o un boletín científico de la lengua.
Es mi objetivo, que a través de esta serie, podamos ver esas verdades, recordarlas y apreciar desde el inicio la misericordia de Dios y la constante rebelión de su creación. Haciendo esto último, urgente lo primero.
Sabemos que la sociedad se encontraba “hablando las mismas palabras” o dicho de otro modo, hablando una sola lengua, sin embargo, el quiebre es drástico en el paso del versículo uno al versículo dos. El pasaje dice así:
Toda la tierra hablaba la misma lengua y las mismas palabras. Y aconteció que según iban hacia el oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. (Génesis 11:1-2)
Es probable que las profundidades de este pasaje no sean visibles a simple vista, es posible que solo se haya asumido como un relato de tipo histórico, pero la Escritura es coherente en su linealidad, en su circularidad, en su totalidad. Desde Génesis 3 en adelante observamos el deterioro de la raza humana por el pecado en sus corazones, vemos de manera palpable la depravación en que se encuentra y en el cómo esta misma dirige sus acciones. Tenemos asesinatos, envidias, murmuraciones, pecado que llega a la presencia misma de Dios.
El deterioro de la relación del hombre con Dios es insostenible e impetuoso, justamente por el hecho de que el hombre no puede sostener una relación con Dios. Los primeros versículos del relato de Babel no son la excepción, ya que, en un tiempo en que la organización, los pensamientos, la comunicación y las acciones eran compartidas por todos, el corazón de todos manifiesta abiertamente su desobediencia a Dios. Para entender lo que se señala debemos observar la coherencia bíblica que se mencionó, y que se presenta en el capítulo 2 de Génesis, el cual dice:Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra.
La historia de Babel no es un relato en el que podamos gozarnos de la unidad colectiva que caracterizaba al hombre en sus inicios, no es un relato por el cual podemos desear aquellos tiempos, sino que es un mensaje claro de que las orientaciones del hombre “independiente”, son las mismas hoy. El hombre incluso en su unidad social, tenderá a dejar fuera a Dios de su vida en su incapacidad de establecer por sí mismo una relación de obediencia y fidelidad a los mandamientos de su creador.
¿Logramos ver esto en Babel?
Se hace necesario hilar ambos pasajes. El mandato de Dios para el hombre es “ser fecundos y llenar la tierra”. Es parte del plan divino para su creación que este pueble el espacio geográfico y ejerza dominio sobre él, que en su unidad, que en sus mismas motivaciones, y en sus mismas comunicaciones (presente en el contexto por Adán y Eva) el hombre pueda cumplir el mandato de Dios de “fructificar y poblar la tierra”. Dios hace al hombre compartir características fundamentales para que en conjunto le adoren y obedezcan, sin embargo, ¿recuerdan Babel? El hombre, motivado por sus intereses pecaminosos, en esa unidad, desobedece el mandato de Dios y decide “establecerse en una llanura.”
Puede parecer un pecado mínimo, pero, solo es posible de verse así si no se comprende que el pecado, es toda orientación que nos lleva a ser esclavos de no poder honrar a Dios. Babel es un relato de esto, es un relato del hombre exponiendo su desobediencia e incapacidad de honrar a Dios, es una exposición de nuestra verdad presente, y es una exposición tajante de la necesidad urgente de ser esclavos de Cristo, con el propósito maravilloso de poder tener una relación con Dios, que glorifique a Dios y que solo Dios puede, iniciar, sostener y terminar. (Filipenses 1:6)
La ciudad de Babel presenta el grito de guerra que caracteriza al hombre en el día de hoy, su “autosuficiencia”. Todo aquello, en la próxima entrega.