A finales del mes pasado y con el fin de promover su último libro, el autoproclamado apóstol Guillermo Maldonado lanzó un comunicado desde su página donde afirmaba que Jesús no envió a los discípulos con base en el conocimiento, sino basado en el poder. ¿Qué realidad hay detrás de esa afirmación?
Tocaré dos puntos importantes mencionados por él y con los cuales lo contradice la Escritura:
• Poder.
• El ministerio educativo del Espíritu.
¿A qué se refería Jesús con poder?
«pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8).
La palabra poder del gr. dúnamis significa “capacidad/fuerza”. Esto se refiere a aquellos atributos comunicables de Dios para los creyentes. El poder dicho aquí estaba relacionado en la proporción divina para:
1. Capacidad moral.
2. La enseñanza de las Escrituras/proclamación de la verdad.
Es importante notar que ningún ser humano tiene la capacidad moral en sí mismo de vivir conforme a las demandas divinas, eso solo se logra conforme a lo que Dios brinda en Sus recursos soberanamente eternos, por el Espíritu[1]. El poder de Dios, mencionado en el texto, era una continuidad de la obra de Cristo en la tierra mediante sus agentes directos, los creyentes, los cuales componen Su cuerpo como un organismo vivo.
Testificar era un punto clave en la comisión dada a los discípulos. Testigos, originalmente del gr. mártus, alude al que corrobora aquello que ha visto u oído. En este caso, se debía proclamar con evidencias contundentes lo que se vio y escuchó. Esto se usaba en términos legales, en aquellos tiempos, como la presentación de verdades que estaban adaptadas a realidades y no se podían contradecir. Los creyentes fueron comisionados por Cristo y se les prometió la capacidad para hacerlo. El poder mencionado aquí yace en la misma Vida y tiene como base la resurrección de Cristo Jesús de entre los muertos.
La ascensión de Jesús es la confirmación de su perfecta condición resucitada, la corona del Rey que era hombre y Dios. Los escritos antiguos hablan de Elías y de otros más que fueron ascendidos. Los lectores judíos entendían la ascensión, pero se marca claramente con ese hecho histórico la magna diferencia entre la exaltación de un hombre piadoso y la exaltación del Señor de señores.
Antiguamente se creía que los ángeles descendían y ascendían y, en los tiempos de Cristo, estas actividades no eran consideradas como algo especial, como en los tiempos pasados. Históricamente, el judaísmo hablaba de manera figurativa sobre la sabiduría de Dios ascendiendo y descendiendo, pero nunca sobre un personaje histórico.
Era costumbre que los maestros traspasaran su conocimiento a los discípulos más sobresalientes, quienes tenían futuro como maestros. Esa práctica fue tomada desde la antigüedad: Moisés transmitió a Josué, Elías transmitió a Eliseo y así sucesivamente. Los rabinos adoptaron el mismo patrón para comunicar a sus discípulos. El judaísmo que adaptó ese modelo sucesivo había creado narraciones sobre el mismo, en las cuales comunicaban la transmisión del llamado de un maestro a un discípulo.
Aquí la ascensión de Cristo, luego de comisionarlos a la gran obra de la proclamación del Evangelio[2], deja a los discípulos como sucesores para que enseñen a otros hasta su regreso[3]. La resurrección de Cristo llevó a su ascensión, y la misma ascensión a su regreso, esto demuestra que, tanto su ascensión como su regreso, son hechos históricos verídicos, igualmente reales como su resurrección. Cristo mostró evidencias indudables de su levantamiento de los muertos[4], y de igual forma así de indudable es su ascensión. La promesa de su regreso está garantizada por su resurrección y ascenso a los cielos.
Su ascensión garantiza los hechos restantes que han de suceder, entre los cuales están incluidos la manifestación de su carácter[5] y la enseñanza de Su persona[6]. Hay dos palabras clave sobre Su ascensión y estas son “fue alzado” y “recibió”. La primera, del gr. epairo, significa levantar y está compuesta por epi, que es sobre/encima y de airo, que es retirar/tomar, en este caso, ser retirado. La segunda proviene del gr. jupolambano, que significa llevar hacia arriba. Está compuesta por jupo, que es bajo, en el sentido genérico sobre un lugar (lugar de abajo) y de lambano, que significa tomar. Cristo fue tomado por Dios y levantado/retirado de abajo, en este caso, de la tierra. El texto mismo expone Su regreso en la ascensión. La evidencia yace en tres puntos que confirman el testimonio de tan glorioso hecho:
1. Los discípulos vieron su ascensión.
2. Los ángeles la confirmaron, y
3. Les confirman el mensaje del Evangelio hasta su regreso.
El hecho de que un sinnúmero de creyentes a nivel mundial propaguen el mensaje del Evangelio del Señor Jesucristo es una evidencia más de su ascensión a los cielos. La efectividad recae en su ascensión porque esa es la garantía de la demostración de quién es Él. El cuerpo tiene la función de expresar la voluntad de la cabeza. En este caso el poder aquí yace en vivir conforme a Cristo, para expresarlo a Él.
La palabra poder, según el diccionario de la Real Academia Española, se define como tener la capacidad o facultad de hacer determinada cosa. En nuestra naturaleza caída nadie puede hacer la voluntad de Dios al menos que sea equipado por Él[7]. En mis propias palabras puedo decir que no hay mayor demostración del poder de Dios en la vida de una persona que el fruto del Espíritu[8]. El poder de Dios es la capacidad divina, operada por el Espíritu, para ser como Cristo y no vivir sobre la base de la concupiscencia[9].
¿El poder se puede manifestar sin el conocimiento del mismo?
«Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26).
Uno de los propósitos del Espíritu Santo es conformar al creyente a la imagen de Cristo, para que este se exprese en el mismo, y para tal fin es requerida la educación en Su persona, palabras y obra. El verdadero poder del Espíritu es manifestado en el creyente cuando Cristo expresa su vida en Él (Gálatas 5:22-24), y para eso es necesario Su conocimiento.
La palabra Consolador, del gr. parákl’tos, significa el que anima/abogado. La palabra que aquí se vierte como Consolador está compuesta de la preposición pará que significa al lado y el participio kl’tós, que es llamado o uno que es llamado. Por tanto, el significado literal es “uno llamado al lado de”. Sin embargo, la forma en que se usa esa palabra en las Escrituras parece reflejar más un sentido activo, que corresponde con el verbo parákaléōs, exhortar o consolar. Por ende, “uno que exhorta”, en este caso, uno que utiliza la misma Escritura para ello.
Los padres latinos tradujeron parákl’tos con la palabra advocatus, pero su sentido literal de abogado o defensor solo se aplica a unas pocas de las escasas menciones de la palabra en la literatura anterior al cristianismo. El Espíritu es presentado aquí como un exhortador. En realidad, este último significado es el rasgo prominente de la obra del Espíritu tal como se bosqueja: Él “enseñará” y “recordará todo” (Juan 14:26). Testificará de Cristo (Juan 15:26). “(…) convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). “Guiará a toda la verdad” y hará “saber las cosas” venideras (Juan 16:13). Glorificará a Cristo y recibirá de Él para impartir a los discípulos (Juan 16:14). Para siempre. No transitoriamente, como Cristo durante su ministerio terrenal. Eso se puede ver claramente como un ministerio educativo por varias razones:
1. Enseña: establece con base al conocimiento de quién es Dios y Su voluntad en las Escrituras.
2. Recuerda: trae a la memoria aquello que ya se había estudiado para un beneficio personal y, por sobre todo, para que Dios sea glorificado.
3. Testifica: presenta las evidencias que demuestran una verdad.
4. Convence: para convencer es necesario informar/enseñar con la materia adecuada, en este caso, las Escrituras.
5. Guía: educa conforme al manual instructivo para un caminar correcto en la verdad.
6. Hace saber: muestra las cosas que han de suceder en conformidad con lo que Él, en Su suprema soberanía, ya había establecido en las Escrituras.
Claramente ese abogado/exhortador es el Espíritu y es la forma más común para referirse a la Tercera Persona de la Divinidad, el consolador, “Espíritu”, «os enseñará todas las cosas». Una de las principales funciones del Espíritu Santo es enseñar. Jesús dedicó mucho de su obra a la enseñanza (Lucas 4:15). Más de 50 veces Cristo es llamado Maestro. Durante tres años los discípulos habían estado recibiendo instrucciones del Gran Maestro, pero había todavía muchas cosas que debían aprender (al igual que nosotros en este tiempo). No podían comprender muchas de las verdades en el estado mental en que se encontraban (Juan 16:12). Necesitarían instrucciones adicionales y se las daría el Espíritu, para que la función de Cristo como maestro siguiera internamente en ellos. El Espíritu de Dios conoce “las cosas de Dios” y “todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10-11), y puede impartir esas “cosas” a quienes están dispuestos a ser instruidos. El Espíritu siempre educará a los creyentes en el medio que Él mismo inspiró: la Biblia. Además, les recordará todo lo que Jesús enseñó.
El Espíritu no solo revelaría las verdades; también haría recordar verdades olvidadas de las cosas que Jesús había enseñado, o de aquellas que antes habían sido reveladas en la Palabra de verdad. En momentos de crisis, por ejemplo cuando los discípulos fueran llevados ante los tribunales, el Espíritu pondría en su mente las ideas apropiadas (Mateo 10:19-20). Cuando se les pida razón de la esperanza que albergan (1 Pedro 3:15), los creyentes que han sido diligentes estudiantes de las Escrituras podrán tener la confianza de que el Espíritu Santo hará que acudan a su mente pasajes adecuados para la ocasión. Pero para ello es necesario conocimiento.
La afirmación de que «Jesús nunca envío a sus discípulos con base en el conocimiento» es una de las expresiones más contradictorias hechas sobre el ministerio educativo del Espíritu Santo. Poder es la facultad de hacer lo que no se podía hacer antes de recibir el mismo. Aquí es la facultad divina comunicada a los creyentes para una vida moral y espiritualmente recta, ese es el poder de Dios, es vivir a Cristo, su fruto en el creyente, la facultad expresada de Dios a los suyos para ser como Él. Y para ello es necesario conocerle conforme las Escrituras (2 Timoteo 3:16-17).
Conclusión: ¡Cuidado! La falsedad buscará siempre mantener la ignorancia como una verdad, para que así no se disfrute la facultad de la libertad divina: «conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). La libertad del creyente está basada en la santidad de Dios. Y para ello es necesario conocer al Cristo de las Escrituras, para ser educados por Su Espíritu y así ser semejantes a Él[10].
¿Cómo puedo demostrar el poder divino?
1. Estudiando las Escrituras en su propio contexto.
2. Creyendo en las Escrituras tal cual, porque i) es Palabra de Dios; ii) muestran la voluntad de Dios; iii) educan con respecto a quien es Cristo.
3. Rindiendo la vida a la Palabra de Dios.
4. Pidiendo al Espíritu Santo que le capacite conforme a lo que ya aprendió de la Palabra de Dios.
5. Haciendo comparaciones constantes de su persona con la persona de Cristo, porque i) Cristo es el modelo a seguir, no otros creyentes o maestros; ii) es el propósito del Espíritu dar forma al creyente a la medida de Cristo.
Que el poder de Dios en su vida sea el producto de la naturaleza divina tal como Dios desea.
«Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia» (2 Pedro 1:3-4).
[1] Romanos 8:1-2. La parte (b) del verso 1, es decir, “los que no andan en la carne, sino conforme al Espíritu”, no aparece en buena parte de los manuscritos más antiguos.
[2] Hechos 1:8.
[3] Hechos 1:11.
[4] Hechos 1:3.
[5] Gálatas 5:22-24.
[6] Lucas 24:27, 44-45; 2 Timoteo 3:15-17.
[7] 1 Corintios 15:45.
[8] Gálatas 5:22-23.
[9] 2 Pedro 1:3-4.
[10] 1 Juan 2:6.