Llegamos a la última entrada de esta serie. En la entrada anterior aprendimos varias cosas: que el sufrimiento nos despierta a la realidad, que no podemos soportar el peso de una gran prueba (¡ni de una pequeña tampoco!) a menos que seamos llenos del Espíritu y que debemos buscar ayuda en aquellas personas que ya han sufrido de maneras similares a nosotros. También consideramos que debemos aprender a discernir cuándo Satanás quiere usar nuestro sufrimiento para causarnos daños espirituales. Vimos que debemos aprender a dejar atrás el pasado en cierto momento, y que también hemos de prepararnos para enfrentar los sufrimientos futuros que han de venir en este mundo caído. Todos estos consejos han sido tan concisos que apenas me he atrevido a escribirlos. Cada unos de los veintiséis consejos de esta serie amerita mucho más desarrollo pero, a falta del tiempo necesario para hacerlo (y el tiempo de muchos para leerlo), me he dado a la tarea de escribir sobre este asunto de una manera breve, con la esperanza de que esta especie de lista al estilo puritano pueda ser usada por el Espíritu de Dios, al menos para dirigir las meditaciones y acciones de mis lectores hacia las verdades y fuentes que les ayudarán a sanar. Continuemos ahora con la última lista de consejos, ¡y que Dios los visite con su gracia en sus dolores!
23) Si su sufrimiento no es de una naturaleza semejante a la de Job, sino que está sufriendo bajo la disciplina correctiva de Dios por el pecado, no se desanime sobremanera, sino alégrese y siéntase seguro porque la disciplina es una de las más grandes y preciosas manifestaciones del amor paternal de Dios por usted; porque Dios “al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo (…) Porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (Hebreos 12:6-8). ¡La disciplina del Señor nos da seguridad de salvación en muchos sentidos! Dios nos disciplina “para que participemos de su santidad (…) [porque sin] santidad nadie verá al Señor” (Hebreos 12:10, 14; corchetes añadidos). ¿Qué sería de nosotros si el Señor no nos disciplinara cuando nos desviamos de sus caminos? Mi seguridad de salvación no descansa en el hecho de que amo lo suficiente a Cristo como para nunca venderlo por un plato de lentejas, sino sobre el hecho de que Él me ama a mí lo suficiente como para no permitir que me aparte de Él, cueste lo que cueste; reciba con fe el siguiente glorioso texto: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:27-30). Nuestra seguridad de salvación reside en el hecho de que el Señor nos tiene en su mano, no de que nosotros nos sostengamos de Él con nuestras pobres manos de arena; y su mano sabe cuándo presionarnos más fuerte. Considere las ciertas palabras de Spurgeon: “Dios puede disciplinar y corregir, pero no puede nunca abandonar; puede en fidelidad reprender, pero nunca dejar de amar”.
24) Si está sufriendo como una disciplina de Dios, piense que Él mismo se duele de tener que castigarle: Él “se duele del castigo” (Joel 2:13). Si lo hace es porque su sabiduría, justicia y amor justifican la razón, y algún día usted también podrá hacerlo con una alabanza perfeccionada.
25) Si está sufriendo como consecuencia de su pecado, en algún momento tendrá que aprender a olvidar el pecado como Dios lo olvida. ¡Sí, leyó bien! Él dice a su pueblo al cual tan incondicionalmente ama: “Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17). ¡Así de poderoso es el logro de Cristo, “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14)! Claro que nada de esto significa que Dios se olvide de nuestros pecados; significa que Él no nos tratará como a pecadores sin arrepentimiento, sino como a sus hijos. Una implicación práctica de esto es que, a pesar de que el Señor puede disciplinarnos y hasta molestarse con nosotros (pero no en la misma manera en que el ser humano tiene estos sentimientos), siempre hará tales cosas en el contexto de Su promesa y en el contexto de la relación Padre-hijo que tenemos con Él. Dicho de otra manera, Dios jamás volverá a venir contra nosotros como un juez viene a un criminal. ¡Él no nos dará en aquel día lo que mereceríamos, pero por causa de Cristo! Jesús sufrió por el más «grande» y el más «pequeño» de nuestros pecados. Reciba la Palabra misma de Dios con fe: “(…)Con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor. Porque esto me será como en los días de Noé, cuando juré que nunca más las aguas de Noé pasarían sobre la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reñiré. Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti” (Isaías 54:8-10).
Cuando pecamos, no estamos abriendo ante Dios una deuda que de alguna manera debemos saldar, sino que más bien, al pecar, descubrimos una deuda que Dios mismo ya se encargó de cancelar con un amor apasionado, con la sangre preciosa de su Hijo eterno. Por esto, mi hermano cristiano, familia mía, si Dios le mira de esta manera, y si Él se olvida de sus pecados así, ¿por qué va usted a seguir condenándose incesantemente por sus pecados pasados? Le aseguro que, a pesar de que Satanás le diga lo contrario, tal comportamiento no es una demostración de piedad, sino más bien de ignorancia en el mejor de los casos, o de incredulidad y autoconmiseración en el peor de ellos.
26) Este es mi último consejo: en medio del dolor, sirva a otros. Sé que es paradójico, pero no lo digo yo, lo dice el Señor. Claro, esto es una regla general, porque hay ocasiones en las que un cristiano herido no debe moverse de la cama, por su bien y el de otros. Pero en muchos casos, parte de la cura consiste en que el cristiano salga de sí mismo y se concentre en las necesidades de otros para intentar satisfacerlas en Dios.
Considere el siguiente texto y preste atención a los énfasis que voy a añadir: “[si] dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, [en las tinieblas] nacerá tu luz, y [tu oscuridad] será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y [en las sequías] saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” (Isaías 58:10-11). Acá tenemos promesas con condiciones. Pero estas promesas son especialmente dirigidas a aquellos que se encuentran “en las tinieblas”, “en oscuridad”, y “en las sequías”. Y las promesas son que “si” ayuda “al hambriento”, y procura “saciar al alma afligida” con los consuelos del Señor, entonces el Señor hará “nacer tu luz como el medio día”, “te pastoreará siempre”, “saciará tu alma”, “dará vigor a tus huesos”, “y será como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan”. Por lo que, en conclusión, en medio de su necesidad y de la noche oscura del alma, salga de su cama de depresión y lleve lo que tenga a los que se encuentran en la misma oscuridad o peor aún, y el Señor se encargará poderosísimamente de sus necesidades mientas usted se encarga de las de otros, al punto de que le convertirá en un delicado jardín y en una fuente de gozo que se desborda más y más de buenas obras. ¡Qué promesas tan maravillosas! ¡Y qué receta tan pertinente nos da el Señor para curarnos a nosotros: curando a otros! No dude de la veracidad de la Palabra del Señor, estas medicinas son reales y efectivas al 100%.
¿No es maravilloso nuestro Dios? ¿No es siempre digno de ser adorado? ¿Está usted reaccionando ante Él? ¡No baje los brazos, siga batallando, que pronto la noche pasará y la luz del sol se dejará ver otra vez!
Su hermano, compañero en el hospital de la aflicción y siervo en Cristo,
Nicolás Serrano.