Llegamos a la tercera entrada en esta serie de veintiséis consejos concisos para enfrentar el sufrimiento. En la entrada anterior aprendimos cuál es el lugar de la alabanza y del silencio en medio de nuestros sufrimientos.

Vimos que el sufrimiento saca a flote el estado real de nuestro corazón, y que Dios nos envía aflicciones no porque sea insensible hacia nosotros, sino porque nos ama y nuestra vida es importante para Él. Por último, aprendimos que el sufrimiento tiene dos propósitos (¡entre muchos!): hacernos personas que viven esta vida a la luz de la gloria venidera y forjarnos como ministros de consolación. Hoy veremos cuatro consejos fundamentales respecto a nuestro sufrimiento, llegando a los dieciséis consejos en total entre las tres entradas.

 

13) He estado ansioso por llegar a este consejo: Considere la naturaleza amorosa de Jesús y los títulos que obtuvo a fin de poder servirle mejor. ¡Él es la gran fuente de todo nuestro consuelo, gozo y fortaleza! Él es el gran “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3); ¡y Él decidió libremente ser separado de entre todos los seres como Aquel que más ha sufrido y que jamás nadie podrá igualar en dolor! Si concluyéramos que el sufrimiento de alguna manera nos acerca más al Getsemaní, tendríamos que concluir también que el mayor de los sufrimientos que podamos experimentar en esta vida, por más intenso que sea, ni siquiera nos acerca lo suficiente a la agonía del Salvador en aquel huerto como para que lo veamos sudar sangre a lo lejos, en el horizonte.

Una de las razones por las que Él escogió el sufrimiento, teniendo el derecho de evitarlo, fue para poder llegar a ser un médico apto para consolar a todos los enfermos de tristeza. ¡Qué amor tan incomprensible y altísimo es el suyo, y qué diferente al nuestro! Por lo que reciba la Palabra de Dios: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, Con todo, Jehová me recogerá” (Salmo 27:10); “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15); “En toda angustia de ellos él fue angustiado” (Isaías 63:9); “en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18). ¡Ah, yo conozco a varios de sus discípulos que han tenido el mismo deseo de su Maestro, y que le han pedido al Padre que les envíe sufrimientos a fin de poder ser más semejantes a su cariñoso Maestro en este aspecto! Por lo que, cuando usted sufra la incomprensión, la torpeza o el egoísmo de otros, no se olvide de que usted y yo somos culpables de ser grotescamente incomprensivos con los sufrimientos y los deseos de nuestro Señor, ¡en muchos sentidos! Sin embargo, incluso cuando nosotros no pudimos “velar ni una hora” con él, e incluso cuando lo “abandonamos” en su hora más negra, aun así, Él no se mueve de nuestro lado sino que permanece inmutablemente junto a nosotros como un dulce enfermero y fiel doctor. En su hora más negra, Él dice a sus discípulos al ver el egoísmo de ellos: “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?” (Juan 16:5); pero, no obstante, Él se dedica a consolarlos a ellos y comienza un profundo discurso con las siguientes palabras: “No se turbe vuestro corazón” (Juan 14:1). Por lo que no se moleste con los demás por el hecho de que no lo entiendan (¡y recuerde que usted hizo lo mismo muchas veces con ellos!), no quiera comunicar su carga a quienes no han cursado nunca su materia, perdone a las personas torpes que van a herirle con sus comentarios desubicados e ignorantes, y perdone también a los inmaduros que van a herirle con su egoísmo. Pero acérquese a Cristo, a Él le sobran llagas para curarlo.

 

14) Cuando los colores de la vida se apaguen y todas las cosas parezcan haber perdido su sabor, el celo por Dios y el amor por los hombres le salvarán. Es muy probable que si su sufrimiento es muy agudo no pueda simplemente regresar a la rutina, sienta fastidio hacia las personas y todas las conversaciones le parezcan vanas; especialmente, las personas más superficiales y egoístas le causarán repulsión. Pero Dios lo puso a usted en medio del sufrimiento para despertarle a la “realidad” en muchos sentidos, y para enseñarle a amar incondicionalmente a los hombres y a desarrollar su celo por Su Nombre. Pida a Cristo que le enseñe a amar y compadecerse incondicionalmente de la ignorancia y la maldad de los hombres, pero que también lo instruya respecto a su celo consumidor por la santificación del Nombre del Padre. Permanezca cerca de Cristo, el varón de dolores, porque “en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18). No espere nada de los hombres, más bien sea como Cristo y siga el consejo de Pedro: “los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:19). Y cuando no tenga ganas de seguir adelante, recuerde que hay una causa que lo vale todo: la santificación del Nombre de nuestro amoroso Dios. ¡Cristo escogió libremente ser consumido bajo una ira voraz que Él no despertó, tanto por amor a los hombres (¡ahí estamos usted y yo!) como por amor a la voluntad y el Nombre de su Padre! Cristo murió por amor a nosotros (Juan 13:1) y por amor al Padre y su gloria (Juan 14:31). Por lo tanto, nosotros “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1-2).

 

15) Si está sufriendo a causa de alguna pérdida importante, considere que su medida de dolor es conforme a la medida del amor que tiene por quien (o lo que) perdió. Por lo que no espere que otros comprendan la medida de su dolor si no tenían su misma medida de amor por aquello que perdió. Pero, ¿qué tan sensibles hemos sido nosotros respecto al dolor de la Persona más pura e inocente del mundo, que, irónicamente, murió y sufrió por nuestra culpa? El sufrimiento de usted le obliga a considerar su propia actitud hacia el Dios sufriente que le salvó.

 

16) Recuerde en medio de su sufrimiento que hay algo infinitamente más importante que usted, y que es en algún sentido la razón de ser de su sufrimiento: la dignidad de Dios. Por lo que si realmente quiere sanar y salir de su sufrimiento, ha de centrarse en Dios y no en usted. En su sufrimiento, ¡Dios y su gloria son lo que primeramente importa! Estas palabras sonarán duras para quienes no hayan sufrido mucho hasta ahora, pero son necesarias para aquellos que no encontraron ni en ellos mismos, ni en la vida ni en su familia o amigos un ancla lo suficientemente pesada como para que impida que su barco se hunda entre las olas. Si está sufriendo a causa del pecado, bajo la disciplina de Dios, es por causa de la dignidad de Dios, para que no la manche en ninguna manera, y para que por medio del arrepentimiento pueda hallar el verdadero gozo, gozo que se encuentra exclusivamente en la contemplación, admiración y valoración suprema de dicha gloria. Y si está sufriendo, no como una disciplina, sino porque la gracia quiere elevar un monumento en honor a su valía a través de usted, como en el caso de Job, siéntase honrado por tamaña elección, y cumpla con la mayor gloria posible el propósito de su llamamiento al sufrimiento. Por lo que no olvide que de su respuesta a la aflicción dependen la exaltación de Dios, su gozo, la santificación de la Iglesia que le observa, y la salvación de los pecadores a los cuales envía un mensaje evangélico por medio de la relación que usted tiene con Dios en medio del sufrimiento.

 

En esta entrada hemos considerado a Cristo, la gloria de Dios y al Evangelio como fuentes de consuelo y fortaleza en medio de la aflicción severa. ¿Hacia dónde está mirando en su sufrimiento? ¡Solo el viento de la realidad del amor de Cristo, de la gloria de Dios y del bendito Evangelio podrá llevar su barco hacia el puerto de descanso y paz! ¡Abra sus velas, el viento está soplando!

 

Todavía nos quedan dos entradas más con dos listas de consejos. Quizás pueda encontrar en ellas alguna medicina más para usted. No deje de meditar, vale la pena.

 

Su hermano, compañero en el hospital de la aflicción y siervo en Cristo,

Nicolás Serrano.