En el libro Sufrir nunca es en vano, Elisabeth Elliot nos hace una emotiva exposición sobre el sufrimiento, dándonos un mensaje de esperanza y consuelo que nos ayudará a enfrentar y asimilar las aflicciones de esta vida con una mirada que apunte al cielo.

La autora nos recuerda que estamos en un mundo caído, en el que hay sufrimiento y en donde necesariamente vamos a encontrarnos con esa paradoja de no tener lo que queremos y tener aquello que no queremos… Todos, en algún momento, experimentamos el sufrimiento, ese que viene de distintas formas:  enfermedad, pérdida, necesidad, pero que siempre nos habla del carácter y el amor de Dios. ¿Increíble, no?

Elliot nos narra desde su propia vida cómo el sufrimiento es un medio a través del cual aprendemos las verdades más profundas de Dios; con cada suspiro, con cada lágrima, con cada duda Dios nos está diciendo: Confía en mí, descansa en mí,  yo soy tu Dios. 

La aflicción va y viene. Algunas veces permanece más tiempo, a veces la dejamos atrás, pero cuán distinto se siente cuando a pesar de los cambios, confiamos en Aquel que es inmutable y nunca falla. Así no encontremos respuestas o  explicaciones podemos descansar en la certeza de que Él tiene un plan perfecto, no con una resignación vana o vacía, sino con el pleno gozo de saber que Dios nos ama, y que no estamos abandonados en medio del caos, porque el Señor nos sostiene en su mano.

Aceptar, obedecer, agradecer y ofrendar, son palabras que menciona Elisabeth una y otra vez, enseñándonos que la gratitud es un distintivo cristiano porque sabemos que esto honra a Dios. De esta forma damos gracias porque sufrir prepara el camino para que Él pueda mostrarnos su salvación. Este libro nos invita a ver el sufrimiento como algo más que una carga, porque entonces así seremos capaces de ofrendarlo. Nuestro llanto, nuestro pesar, nuestro cuerpo y nuestra vida entera debe ser rendida delante de Él, haciendo lo que se nos manda, sirviéndole y adorándole. 

Finalmente, Elisabeth Elliot nos anima a no olvidar que de la muerte brota la vida, y que el Todopoderoso puede transformar la sequedad en pastos, el desierto en manantial, el dolor en vestido de alabanza…¡Necesitamos cambiar nuestra perspectiva! ¡Necesitamos pensar en lo Eterno! 

¿Es entonces el sufrimiento algo que escapa a Dios? ¿Se olvidó Él de nuestro dolor? La respuesta de la autora sería un rotundo no. Dios hizo, Dios hace y Dios hará. Hizo porque el sufrimiento estaba en su plan desde la Eternidad: el Cordero fue inmolado desde antes de la fundación del mundo… Dios hace, porque obra a través del sufrimiento, mostrando su carácter, mostrando Su Verdad y Su promesa y forjando nuestro carácter cristiano. Y hará, porque todo apunta a lo Eterno. Nos habla de aquello que vendrá, donde toda lágrima será enjugada y donde veremos el lienzo abierto. Tomar este libro en tus manos te llevará a comprender que esos brochazos de dolor que no entendemos un día tendrán sentido, y así comprenderemos que sufrir nunca es en vano.