La regeneración, o nuevo nacimiento, es la recreación interna de la naturaleza humana caída, por la acción del Espíritu Santo (Jn. 3:5–8). La Biblia concibe la salvación como la renovación redentiva del hombre sobre la base de una relación restaurada con Dios en Cristo, y la presenta como que involucra «una transformación radical y completa obrada en el alma (Ro. 12:2; Ef. 4:23) por Dios el Espíritu Santo (Tit. 3:5; Ef. 4:24), en virtud de lo cual llegamos a ser ‘hombres nuevos’ (Ef. 4:24; Col. 3:10), ya no conformados a este mundo (Ro. 12:2; Ef. 4:22; Col. 3:9), sino creados según la imagen de Dios en conocimiento y santidad de la verdad (Ef. 4:24; Col. 3:10; Ro. 12:2)» (B.B. Warfield, Biblical and Theological Studies, Presbyterian and Reformed Publishing Company, Filadelfia, 1952, p. 351). Regeneración es el nacimiento por medio del cual comienza esta obra de nueva creación, así como la santificación es el «crecimiento» por medio del cual continúa (1 P. 2:2; 2 P. 3:18). La regeneración en Cristo cambia la disposición de egocentrismo, sin ley y sin Dios, que domina al hombre en Adán por una disposición de confianza y amor, de arrepentimiento por la rebeldía e incredulidad del pasado, y una amante conformidad con la ley de Dios de allí en adelante. Ilumina la mente ciega para discernir las realidades espirituales (1 Co. 2:14–15; 2 Co. 4:6; Col. 3:10), y libera y da poder a la voluntad que era esclava para que libremente obedezca a Dios (Ro. 6:14, 17–22; Fil. 2:13). El uso del nuevo nacimiento para describir este cambio enfatiza dos hechos al respecto. El primero es su carácter decisivo. El hombre regenerado para siempre deja de ser el hombre que era; su vida antigua ha pasado y ha comenzado una nueva vida; es una nueva criatura en Cristo, sepultado juntamente con él fuera del alcance de la condenación, y ha resucitado con él a una nueva vida de justicia (véase Ro. 6:3–11; 2 Co. 5:17; Col. 3:9–11). El segundo hecho enfatizado es el monergismo de la regeneración. El bebé no induce ni coopera con su propia procreación y nacimiento; tampoco pueden, quienes están muertos en «delitos y pecados», provocar la operación vivificadora del Espíritu de Dios dentro de ellos (véase Ef. 2:1–10). La vivificación espiritual es un ejercicio libre y misterioso del poder divino (Jn. 3:8). Esta vivificación es misteriosa para el hombre porque para él es imposible explicarla en función de una combinación o cultivo de los recursos humanos existentes (Jn. 3:6), que no es causada ni inducida por ningún esfuerzo humano (Jn. 1:12–13), ni por méritos (Tit. 3:3–7), y por lo tanto, no se puede igualar ni atribuir a ninguna de las experiencias, decisiones y actos a los cuales da origen y por los cuales se podría saber que ocurrió.
I. PRESENTACIÓN BÍBLICA.
El sustantivo «regeneración» (palingenesia) aparece solamente dos veces. En Mt. 19:28, denota la restauración escatológica de todas las cosas (Hch. 3:21) bajo el Mesías, al quien esperaba el pueblo de Israel. Este eco de uso judaico señala hacia el esquema mayor de la renovación cósmica dentro del cual se encuentra la de los individuos. En Tit. 3:5, la palabra se refiere a la renovación del individuo. En otros lugares se expresa en otra forma el pensamiento de la regeneración. En las profecías del AT, la regeneración se describe como la obra de Dios que renueva, circuncida y ablanda los corazones de los israelitas, escribiendo en ellos sus leyes, haciendo que sus poseedores lo conozcan, lo amen y le obedezcan como nunca antes lo hicieron (Dt. 30:6; Jer. 31:31–34; 32:39–40; Ez. 11:19–20; 36:25–27). Es una obra soberana de purificación de la inmundicia del pecado (Ez. 36:25; cf. Sal. 51:10), obrada por el soplo (espíritu: Ez. 36:27; 39:29) personal de energía creadora de Dios. Jeremías declara que tal renovación, en escala nacional, introducirá, y será señal de la nueva administración mesiánica que Dios hace de su pacto con su pueblo (Jer. 31:31; 32:40). En el NT, el pensamiento de regeneración está más enteramente individualizado, y en el Evangelio de Juan y en su Primera Epístola, la figura del nuevo nacimiento—«de arriba» (anōzen: Jn. 3:3, 7, como Moffatt), «de agua y del Espíritu», esto es, por medio de una operación purificadora del Espíritu de Dios (véase Ez. 36:25–27; Jn. 3:5; cf. 3:8), o simplemente «de Dios» (Jn. 1:13, nueve veces en 1 Jn.)—es integral a la presentación de la salvación personal. El verbo gennaō (que significa tanto «engendrar» como «dar a luz») se usa en estos pasajes en el tiempo aoristo o perfecto para denotar la obra divina, de una vez para siempre, por la cual el pecador, que antes era solamente «carne», y como tal, lo supiera o no, completamente incompetente en asuntos espirituales (Jn. 3:3–7), es hecho «espíritu» (Jn. 3:6)—esto es, se lo habilita y se lo hace recibir y responder a la revelación salvadora de Dios en Cristo. En el Evangelio, Cristo asegura a Nicodemo que no hay actividades espirituales—ni ver ni entrar en el reino de Dios, porque no hay fe en él mismo—sin la regeneración (Jn. 3:1ss.); y Juan declara en el prólogo que solamente el regenerado recibe a Cristo y entra en el privilegio de los hijos de Dios (Jn. 1:12–13). En forma inversa, en la Epístola, Juan insiste en que no hay regeneración que no produzca actividades espirituales. El regenerado hace justicia (1 Jn. 2:29) y no vive una vida de pecado (3:9; 5:18: el tiempo presente indica la obediencia habitual a la ley, no una impecabilidad absoluta, cf. 1:8–10); aman a los cristianos (4:7), creen correctamente en Cristo y experimentan la victoria de la fe sobre el mundo (5:4). Cualquiera que hace de otro modo, no importa qué alardes haga, todavía es hijo no regenerado del diablo (3:6–10). Pablo especifica las dimensiones cristológicas de la regeneración presentándola como una (1) vivificadora resurrección con Cristo (Ef. 2:5; Col. 2:13; cf. 1 P. 1:3); (2) una obra de nueva creación en Cristo (2 Co. 5:17; Ef. 2:10; Gá. 6:15). Pedro y Santiago añaden que «Dios hace renacer» (anagennaō: 1 P. 1:23) e «hizo nacer (apokueo: Stg. 1:18) por medio del evangelio. Es bajo el impacto de la palabra de Dios que él renueva el corazón, provocando así la fe (Hch. 16:14s.; véase también Llamamiento).
II. DISCUSIÓN HISTÓRICA.
Los padres de la iglesia no formularon en forma precisa el concepto de regeneración. Ellos la igualaban, hablando ampliamente, con la gracia bautismal, la cual significaba para ellos, primariamente, (para Pelagio, exclusivamente) remisión de pecados. Agustín comprendió y vindicó, contra el pelagianismo, la necesidad de la gracia precedente para hacer que el hombre crea en Dios y lo ame, pero no identificó esta gracia con la regeneración. Los reformadores reafirmaron la sustancia de la doctrina de Agustín de la gracia precedente, y la teología reformada aún la conserva. Calvino usó la palabra «regeneración» para abarcar toda la renovación subjetiva del hombre, incluyendo la conversión y la santificación. Muchos teólogos reformados del siglo diecisiete igualaban la regeneración con el llamamiento eficaz, y la conversión con la regeneración (lo que explica la sistemática traducción, errada, de epistreƒō, «volver», como un pasivo «sed convertidos» en la King James Version (en inglés); más adelante la teología reformada ha definido regeneración, en forma más estrecha, como la implantación de la «semilla» de la cual brotan la fe y el arrepentimiento (1 Jn. 3:9) en el curso del llamamiento eficaz. El arminianismo elaboró la doctrina de la regeneración en forma sinergista, haciendo que la renovación del hombre dependa de su cooperación previa con la gracia; el liberalismo la elabora en forma naturalista, identificando la regeneración con un cambio moral o una experiencia religiosa. Los padres perdieron la comprensión de los sacramentos en su sentido bíblico como signos para avivar la fe y sellos para confirmar a los creyentes en la posesión de las bendiciones significadas, y de ese modo llegaron a considerar el bautismo como portador de la regeneración que significaba (Tit. 3:5) ex opere operato a aquellos que no obstruían su operación. Puesto que los bebés no podían hacer esto, todos ellos entonces se consideraban regenerados por el bautismo. Este punto de vista ha persistido en todas las iglesias no reformadas del cristianismo, y entre los sacramentalistas dentro del protestantismo. BIBLIOGRAFÍA Artículos sobre «Regeneration» por J. Orr (HDB, 1 vol. edit.); J. Denney (HDCG); J.V. Bartlet (HDB); F. Buechsel y K.H. Rengstorf en TWNT, I, pp. 663–674, 685–688; B.B. Warfield, Biblical and Theological Studies, pp. 351–374; Systematic Theologies de Hodge (III, pp. 1–40); y L. Berkhof (IV. vi. 465–479). JAMES I. PACKER Packer, J. I. (2006). REGENERACIÓN. En (E. F. Harrison, G. W. Bromiley, & C. F. H. Henry, Eds.)Diccionario de Teología. Grand Rapids, MI: Libros Desafío.