El Señor ha dado dones a los hombres para realizar diversas actividades y obras que benefician a toda la sociedad y desde luego a sus hijos. En este sentido, la posibilidad de crear es parte de su imagen en nosotros y cuando esta capacidad es bien usada, lleva gloria a su nombre.
Admirar la creatividad en otros, deslumbrarnos con su genialidad y agradecer al Señor por dar estos dones a los hombres es bueno y sano. Sin embargo, la originalidad absoluta sólo puede encontrarse en Dios.
En cuanto a los hombres, es claro que todo lo que podamos crear tiene como antecedente una creación de otro. La creatividad no tiene que ver con crear algo de la nada, en el vacío, sino con saber reinterpretar lo que ya existe y que ha sido hecho, agregando un aporte o sello personal, tanto así que se puede hablar de que ha surgido algo nuevo.
Los más grandes genios en la literatura, música, arquitectura, pintura y demás artes; nada serían sin influencias que les resultaron decisivas, y que prepararon el camino para que ellos pudieran trabajar sobre una base ya existente.
Sin embargo, esta sana admiración y la legítima influencia que el trabajo e ideas de otros pueden ejercer en una persona, no debe confundirse con el plagio.
El plagio implica presentar el trabajo o las ideas de otros como si fueran propias. Es decir, el plagio encarna mentira y robo, lo que hace que sea contrario a la ley de Dios.
En este sentido, el plagio es sancionado como una violación a la propiedad intelectual en la ley de muchos países, así como en acuerdos internacionales. Entre los académicos, los músicos y los autores de obras de distinta clase, el plagio es muy mal visto y podría incluso terminar con una carrera profesional. Todo esto quizá sea el eco de la ley de Dios escrita en los corazones de los hombres, según la cual mentir y robar nos resulta digno de reproche.
Y aquí debemos considerar algo que se enseña en las escuelas de Derecho: la ley secular no consagra la moral de los santos, sino que se preocupa de fijar mínimos de convivencia a fin de preservar la paz social. En otras palabras, no es el estándar máximo, sino el mínimo.
Extrañamente, podemos ver a través de redes sociales, blogs y páginas web que este mínimo de decencia aceptable está ausente en muchos cristianos. Así, es posible ver artículos completos de un blog reproducidos en otro sin la más mínima referencia a la fuente, imágenes con frases que se editan para quitar la referencia al autor; o vídeos que se editan para cambiar la referencia al ministerio que lo creó, y poner en su lugar el logo de quien lo está reutilizando. Es más, se han dado casos de perfiles falsos en cuentas de Facebook o Twitter, de personas que se hacen pasar por pastores de sana doctrina, sin ninguna mención de que se trata de cuentas no oficiales.
Todos estamos de acuerdo en que debemos trabajar por la máxima expansión posible de la verdad, y nos alegramos cuando eso es así. Pero es distinto si lo que se hace es alterar el trabajo hecho por otros para presentarlo como propio, o simplemente borrar logos o nombres que identifican al realizador por alguna razón. Peor aún es si se usurpa la identidad de un pastor reconocido para beneficiarse de su trayectoria.
En este punto muchos pueden estar pensando que la identificación del autor promueve la vanagloria. Ciertamente debemos luchar siempre con ese pecado, pero tengamos en cuenta que la identificación del autor no es menor, ya que lo hace responsable del contenido creado, y permite atribuirlo a una persona o ministerio determinado.
Lo anterior es fundamental si se ha de generar un diálogo o un intercambio en el que se quiera hacer comentarios, quejas o denuncias, y por qué no, agradecimientos a quien generó el contenido, o en donde simplemente exista la necesidad o el ánimo de contactarlo. Y en la sociedad de la información en la que vivimos, es de gran importancia contar siempre con la fuente del contenido. Por lo mismo, no es una práctica sana ni aconsejable remover las referencias a la fuente.
El plagio, entonces, es del todo reprochable y es condenado por la ley del Señor, lo que debería ser suficiente para abstenernos de incurrir en él. Pero además, es sancionado por la ley de los hombres, que no consagra la moral de los santos, sino un mínimo aceptable para la vida en sociedad.
Que no seamos hallados teniendo un estándar moral más bajo que quienes no han sido regenerados por el Espíritu. Que nuestros parámetros para actuar no se encuentren por debajo incluso del mínimo aceptable para una sociedad no creyente. Esforcémonos diligentemente por agradar al Señor, guardando sus mandamientos, entre los que se encuentran no mentir y no robar.
Y tú, ¿Has incurrido alguna vez en esta práctica u otra similar, aunque haya sido sin intención de atribuirte el trabajo de otro? ¿Has visto casos como este en redes sociales o internet? ¿Cuál crees que debe ser nuestra reacción como cristianos ante estos casos?