En Chile, así como está ocurriendo en todo el mundo, hay consternación entre los cristianos por la tramitación e inminente aprobación de una serie de proyectos de ley relacionados con los llamados temas de género y el aborto, entre otros asuntos.
Estos proyectos son promovidos por los medios de comunicación, los actores y los músicos, las grandes marcas comerciales y desde luego por muchos políticos que ven en esto una coyuntura para obtener réditos electorales y alzas en sus índices de popularidad.
Aunque la posición llamada “conservadora” que surge de una visión cristiana todavía pareciera ser mayoritaria en la población, el lobby LGBT ha logrado avanzar con éxito arrollador, barriendo con todo a su paso.
Ante esto, los cristianos nos mostramos preocupados y hasta cierto punto frustrados, y sin duda molestos al ver cómo las sociedades en que vivimos sucumben ante la mentira y la maldad. Pero, ¿Significa esto que debemos oponernos de cualquier manera a esta maquinaria de distorsión?
Algunos parecen creer que sí. En Chile, ha surgido un personaje que se identifica como pastor evangélico, llamado Carlos Javier Soto Chacón, más conocido como “el pastor Soto”. Se ha hecho conocido a base de polémicas y escándalos, entre los que se encuentran acorralar y empujar a un diputado homosexual, anuncios de calamidades apocalípticas en Chile como castigo divino ante la decadencia moral, jornadas enteras de alaridos proferidos con megáfono frente al Palacio de Gobierno y el Congreso, interpelaciones directas a los senadores y diputados, así como a líderes del lobby LGBT en Chile, e incluso la entrega de una carta a la Presidenta de la República, luego de romper su cordón de seguridad; entre otras acciones de este tipo.
Sus dichos incluso lo llevaron a ser condenado en noviembre de 2015 a una pena remitida de 300 días de presidio, por injurias con publicidad contra Rolando Jiménez, líder del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh).
Su último episodio, que alcanzó gran repercusión nacional, dice relación con su aparición en un programa de televisión conducido por un homosexual, en el que iba a ser entrevistado de forma individual. Allí, sacó una bandera LGBT de su bolsillo, diciendo mientras reía irónicamente: “Antes de avanzar, tengo un poco de frío en los pies, así que vamos a colocar una alfombra [es decir, la bandera]. Este es el trapo de inmundicia que vamos a colocar acá para hacer un poco más ameno el programa”. Esta acción le valió ser expulsado del programa en ese momento.
Ante esto, debemos concluir que el llamado “pastor Soto” no es un predicador del Evangelio, sino un provocador profesional, y según la misma Biblia que lleva bajo el brazo, es un falso profeta, ya que ha anunciado diversas calamidades y ninguna se ha cumplido. Esto, desde luego, es conocido y sabido por José Miguel Villouta (conductor del programa) y su equipo, quienes lo invitan precisamente para que haga toda su puesta en escena, ya vista de sobra, mientras el animador se presenta como dialogante y conciliador.
El resultado de lo anterior es que hoy, todos hablan(mos) del programa, Soto es más amado por quienes lo aman y más odiado por quienes lo odian, y Villouta se alza como un paradigma de la razonabilidad. La estrategia del programa fue un éxito, pero también la de Soto, quien nuevamente es presentado por algunos como un héroe y un valiente por lo que ha hecho.
Lo cierto es que ni en Jesús ni en sus Apóstoles vemos este tipo de predicación destinada directamente a provocar la ira del inconverso, con ironía y total desprecio hacia ellos. Una cosa es que la verdad en sí misma resulte escandalosa a quienes no creen, lo cual es cierto (1 Co. 2:14), es decir, al predicar la verdad y presentar a Cristo como Señor, habrá rechazo y enfrentaremos la oposición de quienes permanecen rebeldes al Señor y a su Palabra (2 Ti. 3:12). Pero algo muy distinto es que agreguemos un escándalo y un tropiezo humano a la cruz, hablando con insultos, desprecio, agresividad y mofa hacia quienes nos escuchan.
Algo a destacar es que rara vez se escucha a Soto hablar de la salvación en Cristo, presentar su encarnación, muerte y resurrección llamando a los oyentes al arrepentimiento y a la fe en Jesús, lo que es propiamente predicar el Evangelio. Lejos de eso, Soto se limita a escupir palabras de rechazo hacia quienes lo escuchan, y a hostigarlos incluso físicamente.
Es muy importante que sepamos distinguir: no es lo mismo predicar el Evangelio, que predicar moralismo. El primero presenta y exalta la obra de Cristo, llamando al hombre a responder en arrepentimiento y fe para salvación. Lo segundo, implica concentrarse en la conducta humana, sea para exaltarla o para apabullarla, siendo Cristo simplemente un adorno o incluso pudiendo estar ausente por completo. Estamos claramente llamados a hacer lo primero, no lo segundo.
Recordemos las palabras de Cristo: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mt. 10:16); y lo dicho por el Apóstol Pedro: “… santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia” (1 P. 3:15, NBLH). Tengamos en cuenta también la actitud de Cristo, quien tuvo compasión de las multitudes, que andaban como ovejas sin pastor (Mt. 9:36).
Ciertamente, ninguna de estas virtudes está presentes en la predicación (o mejor dicho, provocación) de Soto.
En conclusión, opongámonos con firmeza y con valentía a la maquinaria inmensa y avasalladora del lobby LGBT. Pero no lo hagamos de cualquier manera, y desde luego, no lo hagamos con frutos de la carne, “Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo” (2 Co. 10:4-5). Levantemos el estandarte de la Palabra de Dios, pero no como se nos ocurra, ni desde nuestras pasiones, sino como la misma Palabra nos indica que debemos hacerlo: en el poder del Espíritu, y llenos de gracia.