El orgullo puede definirse como «autoestima desproporcionada e irracional, acompañada de un trato insolente y rudo hacia los demás». Es un intento de aparecer mejor de lo que realmente somos, con «ansiedad por ganar aplausos, y con amargura e ira cuando no se nos toma en cuenta».
«El orgullo es la alta opinión que de sí misma tiene un alma pobre, pequeña y mezquina» (McClintock and Strong, Cyclopaedia of Biblical, Theological and Ecclesiastical Literature).
El orgullo es universal entre todas las naciones, siendo atribuido variadamente en la Biblia a Israel, Judá, Moab, Edom, Asiria, Jordán y Filistea. Está conectado con el pecado de Sodoma (Ez. 16:49). Por otra parte, el ambicioso orgullo de Satanás fue parte del pecado original del universo (Ez. 28:17, con Ti. 3:6). Puede que haya sido el primer pecado en entrar en el universo de Dios y, sin duda, que será uno de los últimos en ser erradicado.
La Biblia enseña que el orgullo engaña el corazón (Jer. 49:16), endurece la mente (Dn. 5:20), concibe contienda (Pr. 13:10), rodea como una cadena (Sal. 73:6), y lleva a los hombres a la destrucción (Pr. 16:18). El corazón orgulloso suscita contiendas (Pr. 28:25), y es una abominación al Señor (Pr. 16:5). Dios aborrece una mirada orgullosa (Pr. 6:17) y aquellos que la poseen tropezarán y caerán (Jer. 50:32).
El orgullo es el padre del descontento, la ingratitud, la presunción, la pasión, extravagancia y el fanatismo. Es muy difícil que se cometa un mal que no esté relacionado al orgullo, en algún sentido. Agustín y Tomás de Aquino afirmaron que el orgullo era la misma esencia del pecado. Puesto que Dios aborrece el orgullo (Stg. 4:6), el creyente debe aprender a despojarse del orgullo y a vestirse de humildad.
Bibliografía
Charles Buck, Theological Dictionary; L.S. Chafer, Systematic Theology, II, pp. 63–64; MSt; A.H. Strong, Systematic Theology, p. 569.
Gerald B. Stanton