En Chile la opinión pública está conmocionada, debido a crímenes terribles cometidos recientemente contra mujeres.
En marzo de este año, Yuliana Acevedo, una joven colombiana que se había radicado en Chile, fue asesinada por su pareja de la misma nacionalidad, quien la estranguló, la descuartizó con un cuchillo y luego arrojó sus restos al río.[1]
Luego, en mayo, se conoció de un ataque brutal. Cerca de las 6 AM, Nabila Riffo fue encontrada en las gélidas calles de Coyhaique, una ciudad al extremo Sur de Chile. Estaba a punto de morir de hipotermia, completamente golpeada, ensangrentada y desorientada. Su agresor, que se presume fue su pareja, le había arrancado los ojos, además de agredirla sexualmente. Sobrevivió al ataque, pero quedó privada de su vista de por vida.[2]
Durante este mes, nos estremecimos con una noticia de Argentina, nuestro país vecino. Allí Lucía Pérez, de 16 años, fue drogada y luego sometida a distintos abusos por parte de dos hombres adultos, siendo finalmente empalada, hecho que le provocó la muerte.[3]
Por último, en días recientes se divulgó un hecho macabro. Florencia Aguirre, una niña de 9 años, fue asesinada brutalmente por su padrastro en Coyhaique, quien la asfixió con una bolsa plástica en su cabeza, la introdujo a un basurero y la trasladó a la leñera de su casa. Luego, roció su cuerpo con combustible, y le prendió fuego mientras aún se encontraba con vida. Cavó un foso en el mismo lugar y enterró sus restos.[4]
Además de estos hechos espantosos, frecuentemente se sabe de una nueva mujer asesinada por un hombre, quien generalmente está ligado sentimentalmente a su víctima. Pero fue este último crimen el que desató la indignación social, dando lugar a una masiva campaña en redes sociales, conocida con el eslogan #NiUnaMenos, que también implicó la organización de una marcha en repudio a lo que se ha denominado violencia de género.
Ante estos hechos, no queda mucho margen para preguntar cuál debe ser nuestra reacción. La reacción surge más bien espontáneamente ante situaciones tan abominables.
¿Cómo no horrorizarse ante el abuso, calcinamiento y posterior descuartizamiento de una niña de 10 años? ¿Cómo no indignarse amargamente por la violación y empalamiento de una joven en Argentina, o con el apuñalamiento, estrangulamiento o descuartizamiento perpetrado por un hombre a su mujer?
Pero además de esto hay otras conductas que no llegan a derramar sangre, pero que implican también situaciones de abuso que generan una reacción espontánea.
¿Cómo no sentir repulsión ante las groserías dichas cobardemente a una mujer al pasar por la calle? ¿Cómo no repudiar los manoseos furtivos en el transporte público que sufren las mujeres, o las fotografías tomadas sin su consentimiento de manera abusiva? ¿Cómo no rechazar de forma unánime las exigencias sexuales y acosos que muchos jefes hacen a sus dependientes en ámbito laboral? ¿Cómo no sensibilizarse ante estas cosas? ¿Cómo no decir «basta»?
Es un hecho que las mujeres sufren diversos males causados por hombres, quienes abusan de la fortaleza física y contextos de impunidad para causar daños inimaginables. Parece claro que nuestra reacción ante esto no puede ser jugar al empate, diciendo que los hombres también sufren violencia, aunque eso también sea cierto, y que debe ser repudiado en su momento y contexto. Pero no se trata de contar puñetazo contra puñetazo, de contraponer cifras de ambos lados para ver quién sufre más, estando claro por lo demás que los números de violencia son mayoritariamente contra mujeres. Nadie gana con esto, todos perdemos.
Pero ¿Podemos sumarnos sin más a campañas masivas como #NiUnaMenos? ¿Representa dicha campaña la forma en que los cristianos deben reaccionar ante estos hechos terribles?
Mi opinión es que no podemos sumarnos. Y esto porque al adherir a la campaña #NiUnaMenos, no estamos diciendo simplemente que no queremos que muera otra mujer. Si fuera así, todos estaríamos de acuerdo. Pero los eslóganes se caracterizan por tener un significado y una carga comunicativa que es harto más profunda que sus solas palabras. Al reproducir un eslogan, estamos también reproduciendo todo su marco conceptual, es un vehículo que comunica un set de ideas que son identificables, y que obedecen a una cosmovisión o ideología.
Entonces, no me sumo a la campaña #NiUnaMenos por distintas razones, entre otras, porque:
- No concuerdo con su forma de presentar el problema, que es muchísimo más complejo que un hashtag.
- No comparto su marco conceptual, que surge de un análisis de la sociedad que está sesgado por una versión particularmente virulenta de feminismo.
- Disiento de su visión del género como plataforma para la militancia y el activismo, donde ser mujer es formar parte de un colectivo que debe luchar, tener banderas, levantar consignas y hacer revolución contra los hombres.
- Rechazo su demonización de lo masculino y específicamente del «hombre blanco heterosexual», de una manera irresponsable y planfletera. Tal como hace de las mujeres un colectivo, presenta a los hombres (especialmente los blancos y heterosexuales) como una agrupación organizada para oprimir.
- Relacionado con lo anterior, no puedo sumarme a su presentación binaria y antagónica de la sociedad, que la divide entre mujeres oprimidas y hombres naturalmente abusadores y opresores. Tal como en el marxismo se llama a la consciencia de clase, aquí se llama a la identificación con el género con un enfoque confrontacional y beligerante, que termina generando más odio, resentimiento y división social, y que impacta incluso a las relaciones cotidianas.
- No comparto su instrumentalización de casos terribles para usarlos como bandera. Estas víctimas son usadas por activistas para sus propios fines, y para el avance de su agenda.
- No concuerdo con su indignación selectiva, porque muchas de quienes apoyan esta causa instan simultáneamente porque una madre pueda eliminar a su hijo en gestación impunemente a través del aborto legalizado y financiado con fondos públicos.
Bueno, puedo seguir pero el punto está claro. Pero aparte de todo lo mencionado, hay una razón de fondo que nos permite tener nuestra propia reacción ante estos hechos: El Evangelio.
Sí, el Evangelio nos da un panorama completo para repudiar todos estos hechos macabros e inaceptables. Y ante todo, en el caso de quienes estamos casados, nos motiva diariamente a tratar a nuestras mujeres con la mayor delicadeza y dignidad. Tenemos el deber de amarlas como a nosotros mismos, y de entregarnos por ellas como Cristo lo hizo por su Iglesia.
Sabemos además que sólo el Evangelio puede cambiar los corazones de las personas, de tal manera que ya no anden en tinieblas sino que anden como hijos de luz. Sólo el Evangelio puede transformar genuinamente nuestros corazones, y nos permite entender en verdad qué significa ser hombre y ser mujer.
Está claro que tenemos tareas pendientes, ya que en muchas congregaciones estos temas se tratan de forma superficial, se obliga a las mujeres a permanecer bajo el mismo techo que sus violentos maltratadores, o se tapan casos de violencia y abusos para no generar ruido o no causar incomodidad. Como cristianos, somos los primeros que debemos reaccionar ante situaciones inaceptables como estas, y hacerlo bien, con valentía y decisión.
Pero por todo lo dicho, me parece un peligroso error sumarse sin más a este tipo de campañas masivas, lo que implica participar de la reproducción de su marco conceptual. De verdad, “ni una menos”, pero bien entendido.
[1] La historia de la joven descuartizada y arrojada al Mapocho Ver Noticia
[2] ¿Qué pasó la noche en que atacaron a Nabila Rifo? Habla testigo clave en el caso Ver Noticia
[3] El «aberrante» caso del empalamiento de una niña de 16 años que indigna a Argentina Ver Noticia
[4] Niña de 9 años desaparecida en Coyhaique es hallada muerta en leñera de su casa Ver Noticia