Cuando hablamos de ser como Cristo por supuesto afirmamos que, como aclarara William MacDonald en su comentario bíblico, “jamás [vamos] a tener los atributos de la deidad, o [que] siquiera vayamos a tener la semejanza facial de Cristo” (p. 772). Nos referimos, en cambio, a esa obra de insuperable gracia del Espíritu Santo al formar a Cristo en nosotros. Esto no solo se refiere a nuestra salvación, sino también al carácter del mismo Cristo en nosotros.
En la carta a los gálatas encontramos a Pablo “maravillado de que tan pronto (se habían) alejado del que (los) llamó por la gracia de Cristo” (1:6). Los gálatas en su inmadurez se estaban dejando descarriar por falsos maestros, y Pablo, con tal amor solo comparable humanamente al de una madre, les escribe esta carta de amonestación. Y vemos en Gálatas 4:19 un buen ejemplo de este amor: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” [énfasis añadido]. Pablo volvía a sufrir por ellos como una madre en trabajo de parto hasta que la vida de Cristo verdaderamente se reflejara en ellos y así no pudieran más ser confundidos y alejados de la verdad.
Esto mismo lo expresa Pablo en su carta a los efesios. Enseñándoles sobre los diferentes ministerios (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, ver Efesios 4:11), les explica que el fin de estos es llevar a la Iglesia “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). ¿Para qué? Pablo nos lo dice: “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14).
Así vemos que la voluntad de Dios para nosotros es que dejemos de ser niños espirituales y crezcamos “a la estatura de la plenitud de Cristo”, hombres y mujeres en los que Cristo está siendo formado. Firmes y sólidos en la fe y en el conocimiento de la verdad. Ovejas que conocen la voz de su Pastor y que, como dice Juan 10:5, “al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14) [énfasis añadido]. Discípulos que conocen bien a su maestro y están siendo moldeados por él. Jesús dijo claramente: “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro” (Lucas 6:40) [énfasis añadido].
Esta palabra, perfeccionar, en el griego original refleja perfectamente la obra de un alfarero.
Según el Diccionario Strong es sinónimo de “reparar, ajustar, perfeccionar, preparar, remendar, restaurar, unir”, por lo que en estas palabras de Jesús vemos la obra del Divino Alfarero en nuestras vidas, tomándonos en sus manos y moldeándonos pacientemente según la imagen de Cristo, nuestro Maestro.
Un ejemplo de esto lo tenemos en Jeremías 18. El Señor envía a Jeremías a casa del alfarero para hablarle (18:1-2). Y cuenta Jeremías: “Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla” (18:3-4). Y el Señor le habló a Jeremías: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel” (18:6).
Para comprender bien esto debemos entender un poco el trabajo del alfarero con una masa de barro. Ricardo Vivas nos explica este proceso: “El alfarero en primer lugar recoge la tierra y la mezcla con agua, la amasa una y otra vez, lavándola con abundante agua hasta eliminar la mayoría de la tierra que no es arcilla y lograr una masa consistente. Una vez que el alfarero ha lavado la arcilla y ha adquirido cierta consistencia, prueba su calidad. Luego tensa en sus manos un alambre delgado, con el cual comienza a cortar la masa de arriba a abajo, una y otra vez, y en ambas direcciones, esto lo hace para quitarle toda piedra y aire que pueda tener. Después de todo este proceso, recién coloca la masa de barro sobre la mesa, la cual está montada sobre su base por medio de un eje, de tal manera que pueda girar. El alfarero se sienta frente a la mesa, coloca la masa de barro sobre ella y la hace girar con los pies, mientras sus manos presionan al barro para centrarlo. Al principio el barro choca de forma irregular con las manos del alfarero, pero cuando queda centrado, sus manos se deslizarán suavemente sobre él; en ese momento los dedos del alfarero se encajarán para levantar la masa y empezará a darle forma según el vaso que quiere obtener” (El barro y el alfarero).
El problema en este proceso surge cuando el barro por alguna razón “se echa a perder”, como en el caso del alfarero de Jeremías. De pronto el alfarero se da cuenta que lo mejor con esta masa de barro es volver a empezar. Por lo que vuelve a mezclarla con agua y aplastarla, y así le vuelve a dar forma hasta lograr la vasija deseada.
Muchas veces en el proceso de crecimiento, debemos ser quebrantados una y otra vez hasta que el Divino alfarero nos forma a Su voluntad. Cuántas veces nos endurecemos y chocamos contra las manos del alfarero en vez de rendirnos dóciles a su obra. Cuántas veces nos alejamos de Él y luego nos damos cuenta de que nos hemos transformado en otra cosa. Tal vez una vasija muy bonita a los ojos de los hombres o a los nuestros, pero que a los ojos de Dios no es más que una malformación que le desagrada. Por lo que cuando volvemos a clamar a Él arrepentidos, nos dice que debe moldearnos para hacernos a la imagen de quien debemos ser.
Hebreos 12:11 dice: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. Y unos versículos antes: “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como hijos” (Hebreos 12:7).
¿Estás siendo moldeado a Su imagen?