Sí. Las palabras usadas correctamente tienen un gran poder motivacional, desafiante y retador. Por ello, sí creo que las palabras tienen poder: el motivacional.
Y esto lo saben los coaches, los entrenadores deportivos, los maestros de artes marciales, profesores de artes gráficas, maestros de música y, en general, todo mentor que espera buenos resultados de sus alumnos usa palabras positivas (adjetivos calificativos positivos).
¿Eso significa que la doctrina del “decláralo y recíbelo” es cierta?
¡No! Una cosa son palabras positivas que estimulan a las personas, otra es darle poder espiritual o divino a estas palabras, lo cual no es bíblico. Inclusive, todo padre debe hacer uso de un lenguaje positivo, agradable y amoroso para con su cónyuge y sus hijos, esto provoca un ambiente de confianza en el hogar, y trae buenos resultados.
Los autores inspirados de las Sagradas Escrituras lo sabían:
“Como naranjas de oro con incrustaciones de plata son las palabras dichas a tiempo.” Proverbios 25:11 (NVI)
En el Nuevo Testamento se nos exhorta a usar un lenguaje correcto y agradable, en otras palabras, un lenguaje positivo:
“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal (-cordiales y agradables-), para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.” Colosenses 4:6 (RV1960)
La frase inglesa “¡Well Done!”, en español “¡Bien hecho!”, tiene mucho poder motivacional. En mi experiencia personal, lo puse en práctica cuando estuve a cargo de más de ciento cincuenta operarios, y el resultado fue positivo. Yo simplemente apliqué el método recomendado por Ken Blanchard en su libro que lleva esta frase por título: “¡Bien hecho!”[1]
Si esto es así y da resultados, ¿por qué no es correcto “declarar y decretar”?
Nuevamente, decretar y declarar, ya sea salud, prosperidad económica o lo que fuere, no es una práctica bíblica, no lo practicaron los patriarcas, jueces, profetas, ni reyes, no lo enseñó Jesús, ni los apóstoles, no fue una práctica de los cristianos en ningún siglo de la historia. El auge que tiene en este siglo es por la supremacía que se la ha dado al hombre, ya que todo gira en base a su bienestar y confort. Pero esto es totalmente contrario al mensaje de las Escrituras:
“Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Lucas 12:15 (RV1960)
Los predicadores que han introducido estos métodos de predicación con el uso de palabras positivas en la iglesia cristiana lo han hecho creyendo que van a lograr mejoras en los creyentes. Han querido facilitar su trabajo de discipular y entrenar con las Escrituras para que los creyentes crezcan en fe.
De la misma manera, estas personas, le han atribuido a las palabras positivas un poder espiritual. Lo cual tiene su origen en las religiones paganas que aseguran que las palabras tienen poder en sí mismas, extrasensorial y trascendental con la capacidad cambiar su realidad, su ambiente, su atmosfera inmediata, y lo han sustentado con la vieja práctica, usada por el mismo diablo, de manipular a los textos sacándolos de su contexto.
Lo digo con mucha seguridad. No hay nada de bíblico en afirmar como Joyce Meyer dice, que “uno de los grandes privilegios que tenemos como hijos de Dios es penetrar, tocar o alcanzar, ese ámbito o esfera en donde Dios …llama a las cosas que no son como si fueran”.[2]
Meyer dice que la boca, del que cree, tiene un poder dado por Dios para prosperar o para hacer la vida infructuosa. Dice que muchos cristianos desconocen este principio que Dios lo da en su Palabra, y al desconocerlo, se están privando de muchas bendiciones, e inclusive esta fórmula “puede obrar en contra nuestra cuando llamamos las cosas que no son la voluntad de Dios, sino de nuestro adversario el diablo”.[3] Es decir, si no usas tus labios para declarar y decretar bendición, salud y prosperidad para tu vida, por desconocimiento podrías estar declarando infortunio, pobreza y enfermedad.
Los creyentes, que creen y practican esta doctrina, a menudo son personas genuinas, quienes desean salir de una crisis económica o enfermedad, y en su ignorancia cometen estos errores doctrinales; pero por otro lado, puede tratarse de personas que codician bienes materiales y parece que han encontrado al genio de la lámpara.
Miguel Nuñez hace una reflexión sobre la Evangelización en Latinoamérica, en la cual dice que “la mayor parte del evangelio que se oye hoy en nuestros púlpitos, en las estaciones de radio y televisión y en determinados círculos eclesiásticos es el evangelio de la prosperidad o la doctrina de Proclámalo y Recíbelo”.[4]
Es el mismo mensaje del tentador en el jardín del Edén: “Puedes ser como Dios”. Hoy Satanás ofrece prosperidad material a los hijos de Adán, diciendo: “Puedes ser más rico”. En ambos casos, la promesa del pecado resulta ser una amarga mentira.
Muchos de los seguidores de este falso evangelio son, según estudios, personas de la clase media. Estas personas están siendo pseudo-evangelizadas con una deformación de la verdad que está más cerca de la condenación que de la salvación.
Entonces ¿Por qué hemos creído en estas falsas doctrinas?
La mayoría de cristianos, de esta generación, no están interesados en saber si lo que creen tiene fundamento bíblico. Esto es parte del engaño del enemigo de nuestras almas. Por ello, oramos para que caiga el velo de los ojos de muchos para que salir del error.
La Biblia no ordena hacer este tipo de oraciones declarando y decretando. Tener fe es confiar en Dios, que Él hará de acuerdo a su voluntad pues, aunque espera de nosotros que vayamos en oración, Él sabe qué es lo que verdaderamente necesitamos y nos lo dará.
La única razón por la que las personas creen en esta mentira se encuentra en un sistema montado por los predicadores del error, en el cual las Escrituras pasan a un segundo plano, siendo relegadas por el pastor o líder espiritual, quien toma el liderazgo y la función de intérprete autorizado de las Escrituras. El resultado final es que los miembros de las iglesias creen de las Escrituras sólo lo que su pastor les enseña.
Por ello, Edmundo Robb no tiene reparos en declararlo como un error doctrinal, cuando dijo: “una de las mayores herejías de la iglesia de hoy es el evangelio de la prosperidad”.[5] (Robb es un pastor metodista que sinceró su opinión sobre este falso evangelio en uno de sus libros en el año 1997)
La única manera de salir de estos errores es escudriñar la Biblia. La solución es regresar a las Escrituras y darle verdadera autoridad sobre nuestras vidas.
¿En qué concluimos?
Volviendo a las palabras positivas, los cristianos podemos y debemos usar un lenguaje correcto y firme, de confianza y positivo. Pero en el sentido que no hablamos, ni proferimos “palabras deshonestas”, ni maldiciones, ni griterías. En lugar de eso, estamos constantemente estimulándonos a las buenas obras y al buen proceder como cristianos.
Si tenemos necesidades, Pablo nos dice “por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:6-7).
Nuestra confianza está, no en nuestras palabras positivas, confesiones positivas o declaraciones y decretos. La verdadera confianza del creyente está en Dios, cuya paz “sobrepasa todo entendimiento”, es decir, Él sabe mejor que nadie lo que necesitamos, lo que nos conviene, y su amor guarda nuestros corazones y pensamientos, velando por nuestra tranquilidad emocional y espiritual.
Qué maravilloso es saber que tenemos un Dios que nos llama a buscarlo en oración para tener una relación genuina con Él, quien también promete darnos más allá de nuestro propio entendimiento, trayendo verdadera paz y seguridad a nuestras vidas. Pero que nos deja claro que no necesitamos decretar y declarar para conseguir las cosas, puesto que no es bíblico.
[1] BLANCHAR, K, 2002, ¡Bien hecho! Bogotá-Colombia: Editorial Norma, Pág. 15
[2] MEYER, J. 2002, Esta boca mía, Bogotá-Colombia: Editorial Buena Semilla, Pág 31
[3] Ibídem, Pág. 31
[4] NUÑEZ et al, 2015, Gracia Sobre Gracia, Medellín-Colombia: Poiema Publicaciones, Pág.32
[5] ROBB, E. 2001, El Espíritu que no se intimida, Lima-Perú: Misión Andina Evangélica, Pág. 135