La Santidad es el único atributo de Dios que se repite tres veces seguidas en la Biblia: “¡Santo, Santo, Santo Jehová de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!” fueron las palabras de los serafines que escuchó Isaías ante la descripción de la Persona que estaba sentada en Su Trono.

La reacción de Isaías ante este encuentro refleja lo que un ser humano expresa cuando entiende, y se enfrenta a la santidad de Dios: “¡Ay de mí que soy muerto!, porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” ¿Qué es la Santidad de Dios? ¿Cómo debemos responder ante la Santidad de Dios? En este pequeño escrito, y de acuerdo a los versículos anteriormente mencionados, responderemos estas preguntas.

Un Dios Trascendentalmente Separado

Santo, viene de la palabra hebrea (קָד֧וֹשׁ – kadosh) cuyo significado primario es “separado”. Esto quiere decir que Dios es trascendentalmente separado, haciendo de inmediato una clara distinción entre el Creador y la criatura. Cuando hablamos de trascendencia nos referimos a la suprema y absoluta grandeza del Creador, apuntando a su exaltada superioridad e infinita distancia que lo separa de la creatura.[1] En resumen, Dios está infinitamente por encima de todo lo creado, y si lo queremos en tres palabras: Dios es Soberano.
La Santidad de Dios es “la belleza de todos los Atributos de Dios”, por eso hablamos de su santa justicia, su santo amor, su santa misericordia, etc. Thomas Watson decía que la santidad es la joya que tiene más destellos en su corona, el nombre por el cual se conoce a Dios”[2].
La Santidad de Dios manifiesta que Él no tiene ninguna mancha de pecado o maldad, por lo tanto, Dios ama la justicia y aborrece la injusticia. Debido a su Santidad, el teólogo puritano Stephen Charnock decía que “Dios odia todo lo que es contrario a Él[3]. Debido a su Santidad, Dios odia con todo su ser el pecado, constituyéndose este último como “El objeto primario de su desagrado”.
Ya vimos que por la santidad de Dios, existe una distinción entre el Creador y la criatura[4]Además, la distancia entre estos dos es eterna, debido a que el primero es tres veces Santo y el hombre (creado a Imagen y Semejanza de Dios) es pecador.
No podemos entender la malignidad de nuestro pecado si no comprendemos lo que significa la Santidad de Dios. Nuestra deuda fue hecha contra un ser Eterno, por lo tanto merecemos una condenación eterna.
Justamente esto fue lo que entendió profundamente Isaías al ver cómo la santidad de Dios mostraba el pecado que estaba en su corazón , y por lo tanto, declara el Juicio de Dios sobre su vida: “¡Ay de mí que soy muerto!”. Los “Ayes” en la Biblia significan el santo juicio de Dios sobre el pecador. Isaías reconoció que debido a su pecado, merecía la santa ira de Dios sobre el. Cuando la santidad de Dios se manifiesta a Isaías, el dice “soy muerto” indicando que literalmente esta devastado o arruinado. Dios quebranta a Isaías. Dios, al manifestar Su Santidad nos muestra cuan horrible es el pecado (y el castigo que merece) y cuan hermosa en su Gracia.

Un Ser Eterno Pagó La Deuda Eterna

Al seguir leyendo, vemos que un serafín toma un carbón encendido del altar. Del lugar donde se realizaban los sacrificios para el perdón de los pecados, apuntando claramente a la Cruz, donde Cristo recibiría todo el fuego de la ira de Dios sobre Él. De ahí, del sacrificio de Cristo viene el perdón de nuestros pecados; de ahí viene el perdón para Isaías. De ahí viene la santidad que cubre a Isaías.
Anteriormente mencioné que nuestra deuda fue hecha contra un ser Eterno, por lo tanto merecemos una condenación eterna. Ahora agrego que solamente un Ser Eterno podía pagar esa deuda eterna: Cristo Jesús.
Es en el sacrificio de Cristo donde vemos manifestada la santa justicia e ira de Dios y al mismo tiempo vemos su santo amor y misericordia. Pero la historia no se queda ahí. Isaías al ser perdonado y justificado (He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa y limpio tu pecado) responde al llamado del Señor en el versículo 8:
Después oí la voz del Señor, que decía:
—¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?
Entonces respondí yo:
—Heme aquí, envíame a mí.
 ¿Hemos respondido ante la Santidad de Dios? ¿Hemos sido quebrantados por Dios al punto de pedir que Dios perdone maldad y nos lleve al mismo tiempo a odiar el pecado y amar la santidad?

Si esto no ha sido así, es probable que no hayamos nacido de nuevo.

Estimados lectores, vivamos en santidad. Seamos santos porque Él es Santo.

Si antes la santidad de Dios nos separaba, ahora es la Santidad de Dios la que nos atrae y nos hace santos.

«Esta verdad no solo debe estar en nosotros, sino irradiar de nosotros.» — Spurgeon


[1] Sproul, R.C. La Santidad de Dios. Lake Mary, Florida. Ligonier Ministries. 1998 .
[2] Watson, Thomas. Tratado de Teología. Edimburgo, Reino Unido. The Banner of Truth. 2013.
[3] Beeke, Joel & Jones, Mark. A Puritan Theology. Grand Rapids, Michigan. Reformation Heritage Books. 2012
[4] Frame, John. Systematic Theology. Phillipsburg, New Jersey. Presbyterian and Reformed. 2013.

Fotografía de Jordan McQueen