El palacio presidencial de mi país(Chile) se tiñó con los colores que ves en la fotografía.

Un bello espectáculo a simple vista, un pictórico retrato de la felicidad, o la majestuosidad artística de una empresa de luces, sin embargo, es mucho más que eso, y tristemente, más oscuro. La causa de esta manifestación es la celebración del Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia.

No quiero que mal entiendas lo dicho, todo creyente debe estar en contra de cualquier acto violento contra otro ser humano, todo creyente debe estar en contra del abandono a otra persona o en contra de despreciar a alguien en base a sus propios prejuicios cegadores. Sin embargo, el mensaje de las luces presidenciales no es una manifestación en contra de aquellos dos actos, sino que un grito de aprobación a la homosexualidad y la transexualidad.

El llamado implícito/explícito de La Moneda no es a estar en contra de estos dos actos violentos e infructíferos, es una obligación a la ciudadanía a aceptar y ‘tolerar’ la distorsión del plan de Dios. La realidad de la tolerancia actual consiste en “tolerar lo que es tolerable para la mayoría, ya que los tolerantes no toleran tu intolerancia”, siendo este aparente bello atributo uno de los escudos de batalla más latentes en la sociedad de hoy.

El cristiano no está llamado a tolerar. En la lista de frutos del Espíritu no encontramos siquiera la palabra tolerancia, Dios mismo hace evidente su intolerancia al pecado en el envío de su Hijo Jesucristo como sustituto perfecto/agradable, para soportar el castigo por cada una de nuestras transgresiones.
El hecho que el creyente no esté llamado a tolerar no debe transformarlo en un ser enajenado frente al dolor del otro, a la enfermedad del otro o al sufrimiento del otro. En la realidad homosexual y transgénero es el creyente el que ve claramente un grupo de individuos “en los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios.” (2 Corintios 4:4, RVR1960)

Debes saber que ni la homofobia ni la transfobia es la salida a este problema de la sociedad caída. Nos oponemos a la homosexualidad, nos oponemos a la transexualidad, pero igualmente nos oponemos a la homofobia y a la transfobia. Debes entender que ninguno de estos dos actos generará cambios, ninguno hará consciente al pecador, ninguno exaltará al Salvador, ninguno generará arrepentimiento, ninguno es el Evangelio.

Solo el Evangelio es capaz de transformar el corazón de piedra de los miembros de una sociedad rebelde, en un corazón de carne. Solo el mensaje de la muerte y resurrección de Cristo tiene poder para salvación. No hay pecado por el que Cristo no haya muerto, todo fue consumado ahí en la cruz, querido amigo, es esta verdad, la verdad de la suficiencia perfecta de Cristo la que debes proclamar. El Evangelio es para los homosexuales, es para los transgéneros, tal y como lo fue para nosotros.

Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos se ha acercado”, debe ser nuestro mensaje. Un mensaje completamente contra la homofobia, absolutamente contra la transfobia, pero tajantemente contra el pecado.