Cuando hablamos del ser de Dios debemos comenzar con la respuesta que Cristo dio a la mujer Samaritana: Dios es Espíritu (Jn. 4:24).
Si Dios en su esencia es Espíritu, esto quiere decir que Dios no está hecho de alguna materia, que tiene partes o dimensiones. Por ningún motivo podría decir un hombre «Yo he visto a Dios».
El apóstol Juan es claro al escribir «Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer» (Jn. 1:18). También al escribir las palabras de Jesús cuando dice: «No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que viene de Dios, éste ha visto al Padre» (Jn. 6:46). Pablo, dirigiéndose a Timoteo encarecidamente, al terminar su primera carta fue claro al escribir: «[…] hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, la cual manifestará a su debido tiempo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores; el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible; a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él sea la honra y el dominio eterno. Amén»(1 Timoteo 6:14-16, énfasis añadido).
La invisibilidad de Dios se hace clara en cada lugar de las Escrituras. Pero tristemente aún hay personas que usan frases como: «Anoche vi a Dios», «Hablé con él» o «Él me habló». Podríamos pensar que esto ocurre en sectas como los Mormones, conocida hoy como la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que se inició con el famoso episodio de Joseph Smith donde «él recuerda haber tenido una visión de un pilar de luz que descendía del cielo y a Dios el Padre y su Hijo Jesús de pie encima de él en el aire». [1] Pero muchos ministros que se presentan como «hombres de Sana Doctrina», a pesar de las contundentes referencias sobre la invisibilidad de Dios, pretenden justificar una «espiritualidad» argumentando que ellos pueden ver a Dios, o le han visto en alguna época de sus vidas. Otros afirman que han hablado con él cara a cara.
La invisibilidad de Dios quiere decir que nosotros nunca podremos ver la esencia total del ser espiritual de Dios, aunque Dios se nos muestra mediante cosas creadas y visibles.[2]
Manifestaciones de Dios
En el transcurso del panorama completo de la Biblia vemos que hubo varios hombres que hablan de haber visto a Dios, pero esto no es una contradicción con lo antes mencionado; lo que estos hombres vieron fueron manifestaciones de Dios.
Por ejemplo, Moisés. Luego de que Dios saca al pueblo de la esclavitud en Egipto, vemos cómo Él se comunica con ellos a través de Moisés: «Y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo» (Éx. 33:11). Sin embargo, también se dice «No podrás ver mi rostro, nadie puede verme y seguir con vida» (Éx. 33:20). Y continúa: «Después apartaré la palma de mi mano, y verás mis espaldas, pero mi rostro no se dejará ver» (Éx. 33:23). Este tipo de manifestaciones de Dios se conocen en el A.T. como teofanías. Una teofanía es una «aparición de Dios». Dios asume varias formas visibles para mostrarse a algunas personas. Dios se le apareció a Abraham (Gn. 18:1–33), a Jacob (Gn. 32:28–30), al pueblo de Israel como columna de nube de día y de fuego de noche (Éx. 13:21–22), a los ancianos de Israel (Éx. 24:9–11), a Manoa y su esposa (Jue. 13:21–22), a Isaías (Is. 6:1) y a otros.[3]
Jesús, la mejor revelación de Dios
Las manifestaciones que los hombres del Antiguo Testamento pudieron tener de Dios no se comparan con la revelación de Jesús: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9). Podemos ver el contraste que hay con el texto de Juan 1:18 y encontrar que, a pesar de que a Dios nadie le ha visto jamás, tenemos ante nosotros al «Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer». La encarnación de Jesucristo —la luz que vino al mundo— es la más grande manifestación visible de Dios, es una teofanía elevada al infinito. Como detalla Grudem: «nunca podremos ver la esencia total de Dios, Dios nos muestra algo de sí mismo mediante cosas visibles, creadas, y especialmente en la persona de Cristo».[4]
La invisibilidad de Dios es una de las cualidades de Su Ser. No podremos verle a menos que le veamos por fe a través de Jesucristo. Quiero que recuerdes algo que es importante para todo creyente. Si has creído en Jesús como el Salvador de tu vida, eres dichoso y bienaventurado —»Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Jn. 20:29)— ¡Bienaventurados, sí! Eso somos todos los que hoy tenemos la Biblia en nuestras manos como Palabra infalible de Dios y que por fe hemos creído en el invisible Dios.
Por todas las limitaciones que tenemos como seres caídos no podemos ver a Dios de forma exhaustiva, pero si nuestro corazón ha sido limpiado por la sangre de Cristo, seremos de aquellos que verán a Dios (Mt. 5:8) cara a cara (1 Co. 13:12; Ap. 22:3–4), porque lo veremos tal como Él es (1 Jn. 3:2).
Conclusión
Nuestro corazón deberá siempre descansar en las promesas que nos ha dado nuestro Dios invisible, quien se hace visible en cada momento de nuestras vidas. ¿No has estado sin fuerzas y Él te ha sostenido? ¿No has deseado dejar todo y ahí está Dios fortaleciéndote? Cuando has pedido a Dios por ayuda, ¿no te ha contestado?
Dios está a nuestro lado aunque no le podamos ver. Recuerda esto a la hora de ser tentado, al sufrir tristezas o injusticias. Dios está al lado de quienes le temen y no se apartará de nuestro lado. Él lo prometió (Mt. 28:20).
Deleitémonos y gocémonos porque nuestro Dios invisible se hará visible a nuestros ojos glorificados un día y le veremos, y nos regocijaremos por toda la eternidad.
[1] Challies, T. Falsos Maestros: Joseph Smith (Parte de la serie traducida, TGC)
[2] Grudem, W. (2005). Doctrina Bíblica: Enseñanzas esenciales de la fe cristiana. Miami, FL: Editorial Vida (p. 87).
[3] ídem.
[4] íbidem.