«Elegir» es un verbo de acción y «elegido» identifica a la persona que es objeto de esta acción. Éste es, así, sinónimo de «escoger» y «escogido» respectivamente. En la Escritura frecuentemente se aplica a la acción de Dios con relación a los hombres y a la categoría en la que los hombres están como resultado de esta acción. El término elección puede reflejar tanto la acción de Dios como el resultado del estado del hombre.
Los términos siempre implican diferenciaciones tanto si se observan como la acción de parte de Dios o como el privilegio de parte de los hombres.
En el AT este concepto aparece en la elección de Dios sobre Israel por sobre las demás naciones de la tierra para que sean su pueblo poseyendo un pacto que era privilegio y bendición (cf. Dt. 4:37; 7:6, 7; 1 R. 3:8; Is. 44:1, 2). También se usa con referencia al Mesías (Is. 42:1) y se reitera en el NT (Lc. 23:35; 1 P. 2:4, 6). Cuando el término se usa en relación con Cristo, señala al oficio único y distintivo del cual él ha sido investido, y también al deleite peculiar que Dios el Padre toma en él.
Así como la elección en relación con Cristo tiene que ver con los oficios que él ejecuta en el cumplimiento de la salvación y en la seguridad de ésta, la elección en relación con los hombres fundamentalmente tiene que ver con su salvación en Cristo.
La elección por parte de Dios en la eternidad es la fuente de la que mana el proceso de salvación y es la razón final para la salvación de los hombres: ellos han sido escogidos por Dios para la salvación (2 Ts. 2:13). Los frutos que acompañan a la salvación nos dan a nosotros los hombres la prueba de la elección de Dios (cf. Ts. 1:3, 4). Esta elección ocurrió en Cristo antes de la fundación del mundo y tenía como meta que el elegido fuera santo y sin mancha (Ef. 1:4).
En tanto que la elección es eterna, es soberana. Ningún pasaje muestra esto más claramente que Ro. 9:11 donde la diferenciación entre Esaú y Jacob encuentra su explicación en la vindicación de «el propósito de Dios conforme a la elección, y se dirige a ella». No tiene sentido apelar a la presciencia de Dios como si de alguna manera modificara o cambiara el carácter soberano de la elección. Ro. 8:29 muestra que el término «presciencia» es en sí mismo diferente y no puede significar el conocimiento de fe sino que se refiere al conocimiento distintivo de Dios por medio del cual él amó a las personas desde la eternidad. Ro. 8:29 es similar a Ef. 1:5 en que el amor de Dios predestinó a su pueblo a la adopción. La presciencia es sinónimo de «preamor» y, así, «a los que antes conoció» (Ro. 8:29) es equivalente a la elección en Cristo (Ef. 1:4).
"Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados" Col 3.12
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Así como la salvación y su posesión es la prueba de la elección, también la elección es la garantía de todo lo que la salvación implica. Por lo tanto se nos exhorta a asegurarnos que ésta sea un hecho (2 P. 1:10) y en esta seguridad tenemos la certeza de la vindicación divina (Ro. 8:33). Pero la elección no ofrece base para la presunción o la licencia. Es en nuestra identidad como «elegidos de Dios» que debemos «vestirnos como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de humildad, de mansedumbre, de paciencia» (Col. 3:12). La pura soberanía de la gracia de Dios, cuando es comprendida, encierra el asombro que humilla y la gratitud que santifica.
BIBLIOGRAFÍA
Abraham Booth, The Reign of Grace, pp. 53–97; G.C. Berkouwer, De Verkiezing Gods; G. Schrenk en TWNT, IV, pp. 181–197; B.B. Warfield, Biblical Doctrines, pp. 3–67; Biblical and Theological Studies, pp. 270–333.
JOHN MURRAY
Murray, J. (2006). ELEGIR, ELEGIDO. En (E. F. Harrison, G. W. Bromiley, & C. F. H. Henry, Eds.)Diccionario de Teología. Grand Rapids, MI: Libros Desafío.