Todo cristiano, en algún momento, ha escuchado la expresión «Los atributos de Dios». Normalmente se dan clases dominicales o estudios semanales sobre quién es Dios y cuáles son sus características. Frecuentemente vienen a nuestra mente los «omni» de Dios: omnipotente, omnisciente y omnipresente. También recordamos otros como la santidad, la justicia e inclusive la ira. Pero hay uno que he encontrado poco popular en los círculos reformados e irónicamente muy útil para la vida en la gracia: La belleza de Dios.

De vez en cuando suelo dar consejería bíblica. En una ocasión, un adolescente me preguntó «¿Es Dios guapo?» Después de titubear un poco, le respondí que Dios es el ser más deseable que existe. Wayne Grudem define la belleza de Dios de la siguiente forma: «La belleza de Dios es ese atributo de Dios por el cual él es la suma de todas las cualidades deseables[1]

El Salmo 27:4 habla de «contemplar la belleza del Señor». El término hebreo se puede traducir como agradable, placentero, delicioso, bello o glorioso. Esto tiene mucho sentido. Solo contemplamos aquello que es hermoso y estas son muy buenas noticias. Las imágenes populares de Dios son, generalmente, nada atractivas. Un viejito enojado, un policía moral que te acompaña a todos lados, un ser distante, etcétera. Sin embargo, en la Biblia encontramos que Dios tiene la suma perfecta de todo lo que consideramos deseable.

Creados para desear a Dios

C. S. Lewis dijo (parafraseo) que el problema humano no es que deseemos mucho, en realidad es que deseamos muy poco. Nos conformamos con sexo, alcohol y demás, mientras que fuimos creados para algo más grande. Fuimos creados para Dios (termino de parafrasear). Cuando escuché esto por primera vez, cambió mi perspectiva de Dios. Pasó de un ser «ok» a algo que deseaba con cada fibra de mi ser. En especial me ayudó en tres áreas de mi vida cristiana: adoración, tentación y belleza

  • Adoración y Belleza: John Piper es bien conocido por ese pequeño giro al catecismo menor de Westminster: «Glorificar a Dios al disfrutar de Él para siempre». Sólo adoramos verdaderamente aquello que disfrutamos profundamente. Adorar a Dios es precisamente lo que el salmista nos recuerda: contemplar su hermosura. La adoración dominical y diaria son transformadas cuando nuestros ojos son abiertos a la gracia de la belleza de Dios: la adoración es un deber placentero y no se trata de mí, sino de Él.
  • Tentación y Belleza: De igual manera, la gracia de la belleza de Dios es extremadamente útil en medio de la tentación. La forma de vencer la tentación es a través de un nuevo afecto, como lo llamarían los puritanos. Lo atractivo de la sexualidad ilícita, el poder del dinero malhabido o el placer de la venganza injusta se opacan cuando es comparado con la supremacía de la belleza de Cristo. La tentación es vencida no por nuestra fortaleza sino por la belleza de la cruz.
  • Esperanza y Belleza: Por último, pero no menos importante, la belleza de Dios transforma nuestra esperanza. Si no soy capaz de ver la belleza de Cristo mi esperanza será pequeña. ¿Qué anhelo podría hacerme viajar a un lugar triste y oscuro? Pero si he recibido la gracia de ver la belleza de Cristo, mi esperanza será grande y viva. El anhelo por verle, estar con Él y disfrutar de su presencia avivará la flama de mi esperanza, de un día recibir su abrazo, sonrisa y palabras de gracia. La esperanza se fortalece al conocer la belleza de Dios.

¿Cómo puedes aplicar la belleza de Dios a otras áreas de tu vida? ¿Cómo puedes crecer en conocer su belleza? ¿Cómo transforma tu relación con Dios sabe que Él es la suma de todo lo deseable?

[1]  Wayne Grudem, Doctrina Bíblica: Enseñanzas esenciales de la fe cristiana (Miami, FL: Editorial Vida, 2005), 100.