El final del sermón del monte se fusiona con las primeras palabras del mismo. Sus palabras en el juicio final llegan a nosotros en su llamada al seguimiento. Pero, desde el principio hasta el fin, sigue siendo exclusivamente su palabra, su llamada. Quien no se aferra en el seguimiento más que a esta palabra, prescindiendo de todo lo restante, será sostenido por ella en el día del juicio. Su palabra es su gracia.
Hemos oído el sermón del monte; quizás lo hemos entendido. ¿Pero quién lo ha entendido rectamente? Jesús responde por último a esta pregunta. Jesús no deja que sus oyentes se marchen con toda tranquilidad; no quiere que hagan de sus palabras lo que les guste, no quiere que saquen de ellas lo que les parece válido para sus vidas, ni que examinen la forma en que esta doctrina se relaciona con la «realidad». Jesús no da su palabra con liberalidad para que sus oyentes la profanen con sus manos de mercachifles*; sólo la da con la condición de que conserve un poder exclusivo sobre ellos. Desde un punto de vista humano, existen innumerables posibilidades de entender e interpretar el sermón del monte. Jesús sólo conoce una posibilidad:
ir y obedecer.
No se trata de interpretar, de aplicar, sino de actuar, de obedecer. Sólo de esta forma se escucha la palabra de Jesús. Pero, insistamos: no se trata de hablar sobre la acción como de una posibilidad ideal, sino de comenzar a actuar realmente.
Esta palabra, a la que doy derecho sobre mi persona, esta palabra que procede del «yo te conocí», que me sitúa inmediatamente en la acción, en la obediencia, es la roca sobre la que puedo construir una casa. A esta palabra de Jesús, procedente de la eternidad, sólo corresponde el acto más sencillo. Jesús ha hablado; suya es la palabra, nuestra la obediencia. Sólo en la acción conserva la palabra de Jesús su honra, su fuerza y su poder entre nosotros. Ahora puede venir la tormenta sobre la casa; la unión con Jesús, creada por su palabra, no puede ser destruida. Junto a la acción sólo existe la falta de acción. Pero no existe una voluntad de actuar que no haga nada. Quien se pone en contacto con la palabra de Jesús de cualquier forma menos con la acción, no da la razón a Jesús, dice «no» al sermón del monte, no hace su palabra. Preguntar, problematizar, interpretar, es igual que no hacer nada. Pensemos en el joven rico.
Por mucho que afirmase mi fe, mi asentimiento fundamental a esta palabra, Jesús dice que esto es no hacer nada. La palabra que no quiero poner en práctica no es para mí una roca sobre la que puedo edificar una casa. No hay unión con Cristo. Nunca me conoció. Por eso ahora, cuando llegue la tormenta, perderé rápidamente la palabra, advertiré que, en realidad, nunca he creído. Yo no tenía la palabra de Cristo, sino una palabra que le había arrancado y que había hecho mía mientras reflexionaba sobre ella, aunque sin cumplirla. Mi casa está ahora en completa ruina porque no descansa sobre la palabra de Cristo.
«La gente quedó asombrada…». ¿Qué había pasado? El Hijo de Dios había hablado Había tomado en sus manos el juicio del mundo. Y sus discípulos se encontraban a su lado.
Bonhoeffer, D. (2004). El Precio de la gracia: El Seguimiento (6ta edición., p. 139-141). Ediciones Sígueme, Salamanca
mercachifle n. com. 1 col. desp. Comerciante de poca monta.
2 col. desp. Persona excesivamente interesada en sacar provecho económico de su trabajo o profesión.