“Después de algunos días Pablo dijo a Bernabé: Volvamos y visitemos a los hermanos en todas las ciudades donde hemos proclamado la palabra del Señor, para ver cómo están” (Hechos 15:36).

El texto que encabeza esta página contiene una propuesta que el apóstol Pablo hizo a Bernabé después de su primer viaje misionero. Le propuso volver a visitar las iglesias que se habían fundado por medio suyo para ver cómo les iba. ¿Permanecían sus miembros firmes en la fe? ¿Crecían en la gracia? ¿Avanzaban, o estaban estancados? ¿Prosperaban, o caían? “Volvamos y visitemos a los hermanos […], para ver cómo están”.

Esta propuesta era sabia y útil. Grabémosla en nuestro corazón y apliquémonosla. Escudriñemos nuestros caminos (cf. Lamentaciones 3:40) y descubramos cómo está la situación entre nosotros y Dios. Veamos “cómo estamos”…Si alguna vez se ha hecho necesario efectuar una introspección personal acerca de la religión, es en el día de hoy.

Vivimos en una etapa que se caracteriza por un peligro espiritual especial. Es posible que, desde que el mundo es mundo, nunca haya habido una cantidad tan inmensa de personas que profesan la religión solo externamente como sucede en el día de hoy.

Desgraciadamente, una enorme proporción de todas las congregaciones del territorio están formadas por inconversos que no saben nada de la religión del corazón, y que nunca acuden a la Mesa del Señor ni confiesan jamás a Cristo en la vida cotidiana. Millares de aquellos que siempre están corriendo tras los distintos predicadores y aglomerándose para oír sermones especiales no son en nada mejores que los metales huecos o los címbalos que retiñen (cf. 1 Corintios 13:1), en su hogar no hay ni pizca del verdadero cristianismo vital. La parábola del sembrador sigue recibiendo continuos ejemplos ilustrativos tremendamente claros y dolorosos. Los oyentes representados por la semilla que cayó al borde del camino, la que cayó en terreno pedregoso o la que cayó entre espinos abundan por todas partes.
Me temo que la vida de muchas de las personas que se declaran religiosas en esta época no es más que una búsqueda continua de estimulantes espirituales.Tienen un constante apetito morboso de emociones frescas; y parece que les importa poco de qué se traten con tal de conseguirlas. Todas las predicaciones les parecen lo mismo; y son incapaces de “ver diferencias” mientras oigan palabras inteligentes que les halaguen el oído y mientras puedan sentarse en medio de una multitud.

Lo peor de todo es que hay cientos de creyentes jóvenes no establecidos que están tan infectados con esta misma pasión por las emociones que, de hecho, piensan que es un deber estar siempre buscándolas. Casi sin darse cuenta, escogen una especie de cristianismo histérico, sensualista y sentimental, hasta el punto de que nunca están contentos con los “senderos antiguos” (Jeremías 6:16) y, como los atenienses, siempre están buscando algo nuevo.

¡Verdaderamente se está convirtiendo casi en una rareza ver a un creyente joven sereno, que no sea vanidoso, que no tenga un exceso de confianza en sí mismo, ni sea engreído, ni esté más dispuesto a enseñar que a aprender, sino que se conforme con un constante esfuerzo diario por crecer a la semejanza de Cristo y por hacer su obra en casa con tranquilidad y sin ostentación! Hay demasiados jóvenes que se dicen cristianos, pero que se comportan como reclutas novatos que aún no han gastado todo el dinero que se les dio al alistarse. ¡Con su ruido, su insolencia, su disposición a contradecir y a catalogar a los cristianos ancianos, y su confianza altanera en su propia supuesta sensatez y sabiduría, demuestran la poca raíz que tienen y lo poco que conocen sus propios corazones! Bien estaría para muchos de estos jóvenes de hoy si, después de ser sacudidos durante una temporada y “llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina” (Efesios 4:14), no acabaran uniéndose a alguna mezquina y censurable secta de miras estrechas, o abrazando alguna herejía perversa, irrazonable y sin sentido. Sin duda que en tiempos como estos se nos hace enormemente necesario examinarnos a nosotros mismos. Cuando miramos a nuestro alrededor, bien podemos preguntar:

¿cómo están nuestras almas?

Invito a todos los lectores de este escrito a unirse a mí en una serie de preguntas de introspección personal reposada por espacio de unos breves minutos. Mi deseo es hablarme a mí mismo además de a ti. No me dirijo a ti como a un enemigo, sino como a un amigo. “El deseo de mi corazón y mi oración a Dios por [ti] es para [tu] salvación” (Romanos 10:1). Permíteme que te diga algunas cosas que, a primera vista, parecen duras y severas. Créeme, el mejor amigo es aquel que te dice la pura verdad.

Me temo que miles no pueden contestar a esta cuestión de forma satisfactoria. El asunto de la religión jamás ocupa el menor lugar en sus pensamientos. Desde que comienza el año hasta que concluye, viven absorbidos en busca de negocios, de placer, de la política, del dinero o de algún capricho de una especie u otra. Nunca se detienen a examinar y a analizar con calma la muerte, el Juicio, la eternidad, el Cielo, el Infierno y el mundo venidero. ¡Van viviendo como si nunca fueran a morir, ni a resucitar, ni a presentarse ante el tribunal de Dios, ni a recibir una sentencia eterna! No se oponen a la religión abiertamente, porque no han reflexionado lo suficiente acerca de ella como para hacerlo; pero comen, beben, duermen, ganan dinero y lo gastan, como si la religión fuera una mera ficción y no una realidad. No son ni católicos romanos, ni socinianos, ni infieles, ni pertenecen a la Iglesia alta, ni a la Iglesia baja, ni a la Iglesia amplia. Simplemente no son nada en absoluto y no se toman la molestia de tener opiniones. No es posible concebir un estilo de vida más irrazonable y con menos sentido; pero no pretenden razonar acerca de él. Sencillamente jamás piensan en Dios, a menos que se asusten durante unos minutos por la enfermedad, la muerte de algún familiar, o un accidente. Si dejamos a un lado dichas interrupciones, parece que ignoran la religión por completo y que se aferran a sus caminos fríos e inamovibles, como si nada fuera digno de que se le dedicara un pensamiento excepto este mundo.

Es difícil imaginar una vida más indigna para una criatura inmortal que la que acabo de describir, porque reduce al hombre al nivel de las bestias. Pero esta es literal y verdaderamente la vida que llevan multitud de personas en Inglaterra; y, conforme van pasando, otras multitudes semejantes a ellas ocupan su lugar. El cuadro, no cabe duda, es horrible, angustiante y repulsivo; pero, por desgracia, es la cruda realidad. En todas las grandes ciudades, en todos los mercados, en todas las bolsas, en todos los clubes, puedes ver especímenes de esta clase a montones: hombres que piensan en cualquier cosa que haya bajo el Sol excepto en la única que es necesaria: la salvación de sus almas. Como los judíos de antaño, no “[consideran] bien [sus] caminos”, no “[disciernen] su futuro”; “no saben que hacen mal” (Hageo 1:7; Deuteronomio 32:29; Eclesiastés 5:1; cf. Isaías 1:3). Como Galión, “no [hacen] caso alguno” (Hechos 18:17 RVR1995); estas cosas no les molestan. Si prosperan en el mundo, se enriquecen y tienen éxito en su estilo de vida, reciben alabanza y admiración de parte de sus contemporáneos. ¡En Inglaterra nada tiene más éxito que el éxito! Pero no por todo esto van a poder vivir para siempre. Tendrán que morir y presentarse ante el tribunal de Dios, y allí Él los juzgará; ¿cuál será su fin entonces? Siendo tan alto el número de personas de este tipo en nuestro país, ningún lector se sorprenderá de que le pregunte si pertenece a él. Si es así, deberías poner una marca en tu puerta, como solía hacerse en el siglo XVII en las casas afectadas por una plaga, y escribir: “El Señor tenga misericordia de nosotros”. Observa el grupo que he descrito y luego considera tu propia alma.

© 2012 Reservados todos los derechos. Traducción de Publicaciones Aquila. Esta lectura es un extracto del libro Cristianismo práctico por J.C. Ryle, publicado por Estandarte de la Verdad. Si desea leer más, puede obtener el libro en el sitio web de la librería cristiana Cristianismo Histórico.