Muchos claman por libertad para que la mujer pueda abortar cuando lo desee.Se hacen marchas, se proponen leyes, se abren cátedras universitarias que apoyan tales pensamientos. Sin embargo, ¿tenemos en realidad esa potestad?
Es mi cuerpo
Uno de los argumentos que escuchamos con mayor frecuencia es que la mujer es dueña de su cuerpo, es decir, que puede decidir sobre él. El problema con esto es que, precisamente, el bebé que crece en su vientre no es su cuerpo. Tiene otro corazón, un ADN distinto al de los padres, dos manos propias, un par de ojos… Y así podríamos continuar. Un bebé no es un riñón y, aunque esto parezca lógico, el pensamiento progresista, con su entendimiento cauterizado, no lo comprende. Le llaman conjunto de células o unión de tejidos, entre otros, intentando despojar al bebé de su dignidad y así justificar su asesinato.
¿Asesinato? Sí. Asesinato. Pongamos un ejemplo: mi mascota queda embarazada y yo le practico un aborto para sacarle sus bebés, porque no considero pertinente que los tenga. Eso me haría enfrentar multas y penas de cárcel. Usted podría pensar que es justo, porque es maltrato animal. Si en Estados Unidos toma un huevo de águila calva y mata al polluelo, eso es exactamente lo que le pasaría. ¿Por qué el ser humano tiene tal consideración por las crías de los animales, pero es capaz de asesinar a sus propios hijos? ¿No le parece esto un doble estándar? ¿Es acaso nuestra capacidad de razonar, aquella que nos debería llevar a actuar conforme a los estándares de Dios, nuestra excusa para una falsa libertad?
Jehová mata, y él da vida
Este subtítulo es la primera parte de 1 Samuel 2:6. Es importante destacar cómo el ser humano, muerto espiritualmente, pervertido y rebelde contra Dios está cegado para ver con claridad lo que las Escrituras enseñan. El Señor es soberano sobre la vida de cada uno de nosotros, inclusive cuando estamos en el vientre de nuestra madre.
Sobre esto nos habla de manera contundente Salmos 127:3: «He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre». Respetando el contexto, podemos decir con seguridad que lo que la mujer lleva en el vientre no es algo despreciable. Aún cuando los hijos sean concebidos fuera del matrimonio, eso no nos da derecho de matarles. Todo lo contrario. Quienes fornicaron o adulteraron, lejos de querer tapar las consecuencias con un aborto, deberían buscar al Señor Jesucristo, arrepentirse genuinamente y vivir una vida conforme a la Palabra de Dios criando ese niño en el temor de Jehová. El aborto, generalmente, es un pecado con el que se quiere cubrir otro pecado (no estamos hablando aquí de los abortos espontáneos, que son casos distintos).
Debemos decirle al mundo que, cuando cometen un aborto, no están sencillamente «interrumpiendo un embarazo». Eso es un eufemismo. Están asesinando a un ser humano. Si Dios quiere, ese bebé vivirá o no, pero no nos corresponde a nosotros decidirlo porque «no me siento listo», o porque «no me lo esperaba». Salmos 24:1 nos dice que «de Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan» (énfasis añadido). Ese niño que están matando está hecho a la imagen de Dios, es formado por el Señor y por lo tanto le pertenece. ¿Quiénes somos nosotros para disponer, de manera tan atrevida y homicida, sobre la posesión del Rey del universo?
¿Y la libertad?
Esa palabra, libertad, es muy común en nuestros días, pero su significado real se ha tergiversado. Ser libre hoy es hacer lo que es placentero, no sopesar las consecuencias, una engañosa autodeterminación. Hablemos con claridad: Dios nos ha dado una libertad natural en la cual podemos decidir, por ejemplo, si nos ponemos la camisa azul o la roja, y aún estas cosas de la vida cotidiana son determinadas por Él. No somos libres de hacer lo que mejor nos parece, porque hay una verdad objetiva, la Palabra de Dios, que nos indica qué es lo bueno y qué es lo malo. Es una indiscutible realidad: somos esclavos de Cristo o somos esclavos del pecado (Juan 8:34; Romanos 6:16-18).
Se estila que los gurús actuales digan que no hay verdades morales absolutas, sin embargo, ese mismo argumento intenta ser absoluto. Una completa contradicción. La Biblia, que nos muestra con certeza cómo debemos conducirnos, es vista como un libro anticuado o incluso algunos la tildan de fantasiosa. Sin embargo, al ser confrontados con la Verdad que ella contiene, nadie puede sostenerse: el hombre sigue siendo mentiroso, idólatra, adúltero, ladrón, codicioso. La Palabra de Dios describe a la humanidad con perfecta veracidad y es instrumento de Dios para llevar el mensaje del Evangelio y dar verdadera libertad a quienes han de creer.
Por tanto, aquellos que practican el pecado del aborto son esclavos del propio Satanás. Presuponen que la falsa libertad de la mujer para asesinar a su hijo está por encima del derecho que este tiene de vivir, como si fuera lo mismo que quitarse una berruga de la piel u operarse por apendicitis. ¿El bebé está en su cuerpo? Claro. ¿El bebé es su cuerpo? De ninguna manera. Es otro cuerpo, otra vida y debe ser respetada.
Creyentes: debemos atacar de forma directa estas mentiras. Tenemos que denunciar, con las Escrituras en la mano, la maldad de aquellos que buscan el aborto libre. Si usted no es cristiano: Dios está airado con el impío todos los días de su vida (Salmos 7:11), así que si me está leyendo y ha consentido o practicado este pecado, pida perdón a Dios y sométase al señorío de Cristo. El «aborto libre» es en realidad asesinato libre, una aberración que Dios detesta.