Durante los tiempos de Jesús, los fariseos constituían la clase religiosa más alta entre el pueblo judío. Los fariseos se caracterizaban por su amplio conocimiento de las Escrituras, no habían otros como ellos en cuanto al entendimiento de la tradición judía y eran eruditos en cuanto a la Ley Mosaica. Diferían de los saduceos en algunas cuestiones doctrinales y eran celosos en cuanto a la ortodoxia propia.

Los fariseos eran los maestros de la Ley, y por lo tanto tenían mucha autoridad dentro del pueblo, también se dedicaban a ganar prosélitos (Mt.23:15), es decir, se encargaban de “convertir” gentiles en judíos. Ellos se esmeraban en cumplir la Ley de Moisés a cabalidad. En lineas generales, los fariseos aparentaban ser buenas personas y cumplidoras exhaustivas de la Palabra de Dios.

Los fariseos habían formado, para los tiempos de Jesús, una élite académica y religiosa muy difícil de penetrar para el ciudadano común. El nivel intelectual y de conocimiento eran muy elevados. Si uno quería formar parte del “club”, esencialmente tendría que esforzarse mucho en todo sentido.

Al formar esta élite, llegaron a ser parte del Sanedrín judío. El sanedrín era el concilio de sacerdotes, escribas, y demás aristocráticos, que tenían sede en Jerusalén y estaban encargados del aspecto judicial y legislativo en el pueblo, en otras palabras tenían todo el poder político y religioso.

Sin embargo, toda esta apariencia de piedad y religiosidad llegó a su fin cuando Jesús aparece en escena y comienza a confrontarlos públicamente. Si bien es cierto, Jesús tuvo enfrentamientos con los fariseos durante su ministerio, en Mateo 23 podemos encontrar una de las más fuertes acusaciones que el Maestro les hizo.

Al estudiar estos pasajes me llamó profundamente la atención que, en siete ocasiones Jesús los llama hipócritas, y la razón se encuentra al inicio del pasaje:

“Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí” (Mateo 23:1-7)

Los fariseos cumplían la ley, enseñaban la doctrina correcta, y hacían prosélitos. Pero, todo esto solo era apariencia, y el amplio conocimiento que tenían, quedaba solo en la mente y no iba a la acción, estaban cerca de la Palabra, pero, lejos de Dios.

Antes de continuar, quiero aclarar que soy reformado y que doy gracias a Dios por el gran despertar que existe hoy hacia la sana doctrina. Muchos han llegado al conocimiento del verdadero Evangelio a través del movimiento reformado. Doy gracias a Dios que hoy muchos entienden que las doctrinas de la gracia son el verdadero Evangelio.

Sin embargo, tengo que decir también que hay algo que me preocupa y apena mucho en medio de este gran despertar. Hoy en día existen muchos “fariseos reformados”, los cuales, así como los descritos anteriormente, se han preocupado mucho más del conocimiento que de la práctica, por supuesto no estoy en contra del poder aprender más, pero cuando esto se vuelve puro intelectualismo sin acción, es solo fariseísmo.

Muchos reformados el día de hoy se han “sentado en la cátedra de Moisés”, esperando solamente ser alabados por su gran conocimiento sobre la sana doctrina, y si bien no solamente están detrás de un monitor, pomposamente alardean citas sobre grandes teólogos reformados. Estos han llegado a formar una élite, que yo la llamo: el nuevo fariseísmo.

Quizás Jesús hoy repetiría las mismas palabras a las personas que escuchan a estos “fariseos modernos”: hagan todo lo que les dicen, guarden todas sus enseñanzas, pero no sean como ellos. Lastimosamente hemos llegado a un punto en que con el afán de ser vistos y reconocidos en las redes, el intelectualismo teológico ha venido a ser uno de los ídolos mas venerados últimamente en nuestro medio.

Hoy quiero preguntarte: ¿De qué lado estás? ¿Eres un fariseo moderno o alguien que realmente ha entendido el Evangelio y lo está poniendo en práctica? ¿Será que amas más el ser reconocido como “erudito” antes que enseñar a otros en el anonimato y manteniendo la humildad?

Es muy fácil adquirir un libro de teología sistemática en estos tiempos y comenzar a citarlo día tras día, es muy fácil alardear sobre los libros que lees, es también muy fácil ir a conferencias y sacarse “selfies” con grandes exponentes de la ‘reforma’ actual. Ahora la pregunta es esta: ¿Estás poniendo en práctica lo aprendido? ¿Realmente vives lo que tanto predicas?

Finalmente, puedo llegar a esta conclusión, que hoy en día existe mucha reforma en la cabeza, poca en la práctica, nada en el corazón, lo cual es el mismo fariseísmo antiguo pero con nuevos actores. Que Dios nos libre de tal pecado.