El fin de la piedad, al igual que el de toda la vida cristiana, es la gloria de Dios –gloria que brilla en los atributos de Dios, en la estructura del mundo y en la muerte y resurrección de Jesucristo–.12 Glorificar a Dios se antepone a la salvación personal para toda persona piadosa.13 Calvino escribe de este modo al Cardenal Sadoleto: “Sin embargo, no creo sea propio de un auténtico teólogo el procurar que el hombre se quede en sí mismo, en vez de mostrarle y enseñarle que el comienzo de la buena reforma de su vida consiste en desear fomentar y dar realce a la gloria del Señor… Por lo cual no habrá ninguna persona bien instruida y experimentada en la verdadera religión cristiana que no juzgue esta tan larga y curiosa exhortación al estudio de la vida celestial (la cual detiene al hombre en esto sólo, sin elevarlo con una sola palabra a la santificación del Nombre de Dios) como cosa de mal gusto y sin sabor”.14
Que Dios sea glorificado en nosotros, el fin de la piedad, es el propósito de nuestra creación.
Así pues, vivir el propósito de su creación original se constituye en el anhelo de los regenerados.15 El hombre piadoso, según Calvino, confiesa: “Somos de Dios: vivamos, por tanto, para Él y muramos para Él. Somos de Dios: esfuércense, en consecuencia, todas las partes de nuestra vida por alcanzarlo como nuestro único fin legítimo”.16
Dios redime, adopta y santifica a su pueblo para que su gloria brille en ellos y los libere del impío egoísmo.17 La preocupación más profunda del hombre piadoso es, por tanto, Dios mismo y las cosas de Dios: la Palabra de Dios, la autoridad de Dios, el evangelio de Dios y la verdad de Dios. Anhela conocer más de Dios y tener más comunión con Él.
Pero, ¿cómo glorificamos a Dios? Como escribe Calvino: “Dios nos ha prescrito un camino para glorificarlo, a saber, la piedad, que consiste en la obediencia a su Palabra. El que traspasa estos límites no se ocupa de honrar a Dios sino, más bien, de deshonrarlo”.18 La obediencia a la Palabra de Dios significa refugiarse en Cristo para el perdón de nuestros pecados, conocerlo a través de su Palabra, servirle con un corazón de amor, hacer buenas obras en gratitud por su bondad y ejercitar la abnegación al punto de amar a nuestros enemigos.19 Esta respuesta implica rendición total a Dios mismo, a su Palabra y a su voluntad.20
Calvino dice: “Te ofrezco mi corazón, Señor, inmediata y sinceramente”. Éste es el deseo de todos los que son verdaderamente piadosos. Sin embargo, este deseo sólo puede realizarse mediante la comunión con Cristo y la participación de Él, pues, fuera de Cristo, incluso la persona más religiosa vive para sí. Sólo en Cristo pueden los piadosos vivir como siervos dispuestos para su Señor, soldados fieles a su Comandante e hijos obedientes a su Padre.21
Beeke, J. (2008). La espiritualidad puritana y reformada: Un estudio teológico y práctico tomado de nuestra herencia puritana y reformada. (J. S. Llamas & A. Valdez, Trads.) (Primera Edición., pp. 2–3). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.
12 Inst. 3.2.1; Calvin, Ioannis Calvini opera quae supersunt omnia, ed. Wilhelm Baum, Edward Cunitz y Edward Reuss, Corpus Reformatorum, vols. 29–87 (Brunsvigae: C.A. Schwetschke and Son, 1863–1900), 43:428, 47:316. A partir de ahora, CO.
13 CO 26:693.
14 OS 1:363–64.
15 CO 24:362.
16 Inst. 3.7.1.
17 CO 26:225; 29:5; 51:147.
18 CO 49:51.
19 CO 26:166, 33:186, 47:377–78, 49:245, 51:21.
20 CO 6:9–10.
21 CO 26:439–40.