«El Dios que adoramos” escrito por Gerald Nyenhuis apareció por primera vez en el año 1999 luego en 2003 en una edición revisada, publicado por la editorial Unilit. Este libro contiene un estudio programado por la Facultad Latinoamericana de estudios teológicos. Al final del libro, también hay un apéndice con apuntes de varios autores.

El autor dice en la introducción “Actualmente hay muchos que con gran sinceridad adoran a dios – en minúsculas – esto es, un dios creado a la imagen del hombre, y no conforme a Su revelación en La Creación, Las Escrituras y en Jesucristo, Dios encarnado”. [1] Todos tienen una idea de Dios aunque sea muy escasa, a través de La Creación (Romanos 1:20), pero conocerlo de manera personal es posible solo cuando Él se nos revela a través de Las Escrituras y su Hijo Jesucristo. Conocerlo como Creador es distinto de conocerlo como Padre. La relación con Dios es posible ahora, porque tenemos un Mediador, El Señor. Antes sólo el Sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo una vez al año, ellos lo conocían más como un fuego que consume, nosotros sabemos que lo es, es un fuego consumidor, pero lo conocemos como Padre misericordioso también.

¿Se han preguntado alguna vez cuando cantan en la iglesia, a quién le cantamos? ¿Y por qué cantamos? Debemos hacerlo para la gloria de Dios, para adorarle, como todo en la vida. El Dios que adoramos…¿pero qué ocurre si no conocemos a Dios?

A quien decimos adorar debemos conocer primero. Se trata de conocer a un Dios infinito, “estamos así ante una paradoja: la de conocer al Incomprensible”.[2]

El autor aclara que “cuando hablamos de incomprensibilidad queremos aseverar con ello que nuestro conocimiento de Dios se limita (1) a lo que Él revela y (2) a nuestra capacidad de comprensión”.[3]

Para conocer a Dios, se deben conocer sus atributos. Un atributo es algo que se conoce de Dios. Aquí el autor separa los atributos en dos: los comunicables y los incomunicables. “Los atributos incomunicables hablan de la trascendencia de Dios (significa que Él no forma parte del Universo creado, Dios creó el Universo pero NO es el Universo, ni tampoco depende de Su creación). Los atributos comunicables hablan de su inmanencia (la inmanencia se define como el hecho de que Dios puede relacionarse con el Universo que ha creado)”.[4]

Cuando veo lo que es Dios y cuando veo lo que soy yo, digo como Job: “De oídas había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza”. [5]

Leer este libro me recordó que debo tener cuidado hasta en la forma en cómo pronuncio Su nombre, Él es Santo, Su cercanía nos mataría si no fuese por su Hijo. Él merece más que el honor y la gloria.

Nyenhuis dedica un capítulo al nombre del Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la Biblia, Dios se presenta como YO SOY EL QUE SOY (Éxodo 3:14). Dios que existe por sí mismo – YHWH — el creador de todo lo que existe — ELOHIM, ELYON, ADONAI, EL SHADDAI es el DIOS grande que servimos. Sirvámosle en reverencia y santidad. Los hebreos no querían ni pronunciar el nombre más sagrado de nuestro PATER. Pienso y me doy cuenta que nunca entenderé el amor de Dios hacia mí, no merezco nada, el Dios que con nada se compara, que no tiene semejanza ni fin, me salvó y deja que mis labios impíos pronuncie su santísimo nombre.

Yo puedo tener un conocimiento limitado de Él, pero Dios conoce hasta las sombras más finas de mi corazón, y aun así no me desprecia, escucha los pensamientos más depravados pero igual aquí estoy, salva.

Conozcamos al incomprensible SEÑOR quien nos ama incomprensiblemente.


[1] Gerald Nyenhuis, El Dios que adoramos, p. 5.

[2] Ídem, p. 15.

[3] Ibídem, p. 17.

[4] Ibídem, p. 35.

[5] International Bible Society, Nueva Versión Internacional (East Brunswick, NJ: Sociedad Bı́blica Internacional, 1979), Job 42.5–6.

Encargado de la edición Germán Estobar