En La rosa púrpura de Cairo, un intrépido explorador con el nombre de Tom Baxter se escapa de la película que protagonizaba al enamorarse de una chica en la audiencia con tan solo verla y salirse de la pantalla. Lo que sigue, sin mencionar la comedia melancólica que depende de una época romántica solo existente en la mente de un director como Woody Allen, es un leve implicación de la constante lucha entre personaje y creador, el controlado y el controlador, el ser humano y Dios. Prácticamente cualquier ejemplo de la filmografía de Woody Allen abordan estas interacciones, como lo harían también las obras de muchos otros cineastas y escritores serios. Unos lo posan como meras dudas y otros le escupen al rol que la deidad tendría en aquello, auto-proclamándose como ‘maestros del destino’ al hacerlo. Pero cincuenta películas después, Woody Allen sigue con las mismas preguntas, y los autores serios batallan en comprender el mismo porqué. ¿Dios ya escribió la historia y nadie la puede cambiar? ¿Nuestro destino realmente no es nuestro? ¿Entonces porque batallar en buscar el control? Píldora difícil de tragar para muchos, pero gracias a la pequeña e insolente magia que el cine es, la he tragado sin mucho nervio. Y que satisfacción me da.

La soberanía de Dios se extiende más allá que el histórico conflicto entre Juan Calvino y Jacobo Arminio. Hablo de la esencia de Dios mismo, Todopoderoso, Omnisciente y Omnipotente. Antes de adentrarnos a cualquier psique rebelándose contra el Gran Controlador, es sabio reconocer exactamente Quién es este mismo Controlador. Él mismo lo hizo con Job cuando él demandó explicación por su sufrimiento (Job 38-41). El profeta Isaías no supo más que añadir salvo las palabras de Dios diciendo, ¨Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos mas altos que vuestros caminos…¨ (Isaías 55:9). El apóstol Pablo no se queda atrás en esas afirmaciones (Romanos 11:33-35). Antes de presentarle una duda ó gritarle una exclamación, solo recuerda que Él ya tenía previsto esas mismas palabras (Salmos 139:4). El mundo simplifica la idea de confrontar al Creador con lengua tan áspera pero con cerebro tan diminuto, creyéndolo tan fácil como arrancar la cortina y descubrir al Mago de Oz al mando de los controles. Las muertes del monstruo del Dr. Frankenstein y del Dr. Eldon Tyrell en Blade Runner son otros ejemplos de ficción de lo mismo que, si realmente presentaron este punto como la mayor culminación de sus historias, entonces sufrieron de una imaginación algo corta.   

Aquí entra el cine, narrativas audiovisuales que dependen de un protagonista que, a través de una serie de relatos y circunstancias, resuelve un conflicto interior que antes tenía. El cine presenta la ficción en su forma más vívida, pero cualquier forma de ficción —cuentos, novelas, poesía, etc.— también cuenta. Esta forma de arte es conformada por una serie de experiencias ficticias de la condición humana cuyo éxito depende de su relación con la audiencia, que tanto logra conectarse con ella en auto-reflexión y auto-superación. Para ello, el director, productor y guionista moldean la trama y sus personajes —con todo y sus luchas, victorias y derrotas— a tal grado de asegurar la misma. Cada escena, cada línea de diálogo, cada personaje, etc. Es todo elemento que la audiencia toma como la verdad ó una forma de ella. Entonces, si así lo es, ¿te ofendería algo como la idea de la predestinación, Dios escogiendo la historia del Universo y sus personajes por Su propia voluntad, al igual que Su propio rol en ello? Entonces la idea del cine debería insultarte— historias predestinadas con una trayectoria fija en la que un personaje resuelve un conflicto interior gracias a una serie de circunstancias y personajes secundarios. Es conscientemente fabricado, ¿no? Unos son héroes y otros villanos. Unos viven y otros mueren. Unos sufren y otros logran éxito. Y todos estos factores nacen, se desarrollan y se revelan desde la imaginación de un autor. Es el autor quien decide como desenvolver el conflicto, la raíz de la trama, en su protagonista en torno a su mundo. Necesita batalla, interior y exterior, para que su historia encuentre éxito al relacionarse con el espectador. Como audiencia, nos enojamos ante la testarudez del Príncipe Hamlet ó ante los errores de
Luke Skywalker porque nos vemos en ellos, no porque conscientemente reaccionamos a figuras de la imaginación de William Skakespeare ó George Lucas respectivamente— otra vez, hablo como espectador, posición de prioridad antes de hablar como cineasta ó crítico. Es la razón por la que nos reímos, lloramos, gritamos, jadeamos ó nos quedamos quietos al ver una película— porque le creemos a la pantalla. Porque su ilusión de la vida es tan potente que nos entregamos a ella como una forma de verdad, y nos quedamos satisfechos si hace bien su trabajo.

La única diferencia entre el cine popular y la vida del cristiano es que el verdadero cristiano vive en una película en la que no solo conoce e interactúa con el director, sino ya se sabe el final. Y wow… que paz le da. Lo único que le queda por hacer es avanzar a través de las escenas que llama ‘vida cotidiana’ y confiar los resultados en las manos del Gran Director. Puede hacerlo porque reconoce que en esta ‘vida cotidiana’, el mundo cayó en oscuridad por medio del propio hombre en pecado, aunque así no haya comenzado. Y solo la participación del autor, incluyéndose Él mismo en la historia sin dejar de contarla, se pone en posición del personaje y paga el precio en su lugar. Y así habilita al personaje, aquél que se entrega al rumbo que este autor trazó, a vivir la historia tal como debería ser vivida, con confianza y gozo ante cualquier escena de adversidad. Luke no pudo hacer algo similar en Star Wars al menos que George Lucas lo hubiera habilitado de tal manera. Hamlet ni siquiera escogió a Shakespeare, y diciendo que Shakespeare lo escogió solo acorta la imaginación. Le dio vida de tal manera que Hamlet se alzará y tomara mando de la historia que él como autor le concedió. ¿Contradicción? Lejos de eso. Son dos dimensiones trabajando en una sintonía perfecta, una mayor confirmando la menor. Imposible que las dos se contradigan solo porque son tan extremos. ¿Es acaso tan magnífica esta verdad? Obvio. Es la ardua tarea de una mente finita tratando de conocer un Dios infinito. Imposible en su totalidad, pero lo que se puede hacer se hace, y se hace con esmero a pesar de su dificultad.

Claro, lo que sería la soberanía del cine es, no obstante, imperfecta. El guión incluye demasiados personajes, alguna línea es improvisada, una escena es cortada de más, una tormenta destruye un set y se tuvo que filmar en otro escenario, un perro arruina el plano pero se le otorga el título ‘toque natural’, el director es despedido por conflicto con los productores y el nuevo director mezcla su visión con la anterior, etc. Etc. Etc. El cine es un caos controlado y nos entregamos a él siempre y cuando no nos desilusione por cualquier motivo. Y eso solo hace que la soberanía de Dios resalte sobre todo otro concepto imaginable con mayor luz, ¿no? Toda persona, acto, lugar, y palabra en su perfecto lugar bajo el mando y control del Perfecto Controlador. Esta verdad no nos roba de la responsabilidad humana que tenemos en matar la carne, crecer en el Espíritu, edificar a la iglesia y proclamar el evangelio. La historia no le roba al historiador, por tan extremo que sean sus realidades; simplemente confirma los roles de cada quién: el Autor y el personaje. De mi parte consta el ir y hacer discípulos de Cristo y reconciliar a la gente perdida de mis tiempos de vuelta al Dios de Gracia a través de Cristo. Lo demás —todo lo que ocurre a mi alrededor— está en Sus manos. Y con ello, descanso.

Y no tienes que llamarte Baxter, Skywalker ó Hamlet para comprender, ó tratar de comprender, este paso de fe. Solo tienes que creerlo y entregarte a ello. Por eso le llamamos ‘la paz que sobrepasa todo entendimiento’. Observa la pantalla y observa el espejo. Observa más de cerca.

Verás que son la misma cosa.