Este es otro artículo a cerca de la cautela, el cuidado y las advertencias que el cristiano debería tener con las películas. Pero esta vez hay unas diferencias importantes. No soy pastor. Tampoco soy teólogo (en su concepto popular, claro; ya que, técnicamente, todo cristiano es un teólogo). Y no soy un creyente en contra de toda manifestación cultural y artística simplemente por gustos contrarios, algo que muchos tristemente convierten en convicción firme de proporciones sacrílegas si estas son desobedecidas. De hecho, soy cineasta. También soy un crítico de cine y fiel cinéfilo. Mi trayectoria en esta carrera ha consistido en ver y estudiar el cine de toda época, de todo continente, de todo género, de todo trasfondo y de todo tipo de éxito. Así que créanme cuando les digo que el discernimiento —el poder de ver la diferencia entre lo edificante y lo destructivo de un producto moldeado por el mundo, y elegir lo sano— nunca me ha sido tan necesario. A mí y a todos nosotros.
Y es aquí cuando las palabras sexo gráfico, violencia inmoderada y lenguaje profano son mencionados. Meditando en el hecho de que la mayoría de los mandamientos comienzan con un claro No, y viendo que el ser humano es atraído a las tinieblas debido a su corazón rebelde, la conclusión parece ser que entre más evitemos estos tres factores visual y auditivamente, más a salvo estaremos de las artimañas del enemigo. En gran parte, sí es correcto. La Palabra es clara con todo lo que daña nuestro corazón y nuestra relación con Dios, con tan solo permitirle el acceso a nuestros ojos. Cada año Hollywood empuja la línea que separa lo aceptable y lo aborrecible, si es que aún usan esos términos. Celebran películas como la recién Cincuenta sombras más oscuras o la popular Deadpool y lo llaman bueno. El cristiano sabio, aquel que busca agradar a su Salvador y anhela lo que Él anhela, por definición encuentra incomodidad con lo que el mundo llama bueno. Le da tristeza y repulsión. Se aleja de su influencia y se asegura de escoger sabiamente antes de decirle sí a una película. El sistema nacional de clasificación de tu país o las estrellas con las que califican cintas en Netflix no hacen el trabajo enteramente. El póster de una película en el cine tampoco lo hará y, sin embargo, ese es muchas veces el determinante por el cual decidimos entrar a la sala. ¿Sabías que es posible revisar qué tan gráfico es el contenido alarmante de una película antes de verla? Entra a IMDb.com y revisa el contenido de una película en la sección Parents Guide: View content advisory. Si no sabes inglés, te costará otros cinco segundos para copiarlo y pegarlo al traductor de Google, y ahí tendrás una detallada descripción de todo lo que podría causarte tropiezo. El que sabe hacer lo bueno y no lo hace… bueno… lee Santiago 4:17.
Pero un error aquí es creer que el evitar el sexo gráfico, violencia inmoderada y lenguaje profano en el cine de alguna manera compensa con el cine que decides ver. Evitar estos tres factores no necesariamente te libra de la responsabilidad que tienes de glorificar a Dios con tu mente. ¿Por qué realmente decides ver una cierta película? ¿Solo porque no tiene algo que obviamente te causaría tropiezo? ¿Qué motivo tienes? Siendo honestos, nadie, en particular cristianos, va al cine con el deseo de aprender algo que marcará sus vidas. Vamos el cine casi de manera instantánea sin realmente pensar; reunión de amigos, la familia en una tarde del sábado, una cita amorosa, después de un día cansado, con ansias de ver lo más nuevo de Marvel o Star Wars, etc. Nuestras decisiones tienen que ver mucho con las intenciones de nuestros corazones y el estado de nuestras emociones en el momento presente.
Todo tipo de contenido, por edificante o destructivo que parezca, es solo la capa superficial de la historia. No es la historia misma la que lidia directamente con las intenciones del corazón. Es por eso que no debe existir una regla legalista en cuanto al cine que dependa solo de estos tres grandes factores; porque la vida del creyente se caracteriza por el corazón que define los motivos y de ahí sus acciones. Solo Dios puede saber lo que realmente ocurrió en tu corazón y en tu mente cuando te adentraste en una experiencia audiovisual. ¿Decides ver una película porque deseas ignorar un problema presente en tu vida? ¿Enfatizas el tiempo en este mundo ficticio sobre tu tiempo con el Señor a solas, o el tiempo con la familia y en la vida de la Iglesia? O inclusive del otro lado. ¿Tal vez te guste la ciencia ficción y fantasía en el cine porque te dan pequeños vistazos imaginarios de cómo se vería el Cielo? ¿Aprecias películas románticas que vivifican la idea del matrimonio, nunca perfecto pero siempre deleitoso? ¿Te gustan los dramas que demuestran las consecuencias del pecado o aquellas que lo glorifican? Esto y más, la manera como respondes al cine por definición revela lo que realmente está en tu corazón; solo te queda estar consciente de esto para moldear tus intenciones y decisiones a aquello que le agrada a Dios.Pero aún no termino. Después de todo, el discernimiento significa percibir lo malo y lo bueno y elegir lo bueno. Es esa parte, la de elegir lo bueno, la que considero aún muy ignorada en círculos cristianos. Hay miles de artículos acerca de la suciedad de Hollywood y la urgencia en evitar mucho de ello. Muchos de estos son muy ciertos y necesarios. Pero, ¿qué hay de la apreciación del buen cine, uno que estimule los sentimientos y el asombro a un mundo imaginario, nos haga reflexionar en nuestro caminar con el Señor y nos haga conectar con el prójimo e incrédulo más genuinamente? Y todo esto sin atender a la subcultura del barato y pobre cine evangélico que aún resuena con muchos creyentes. Vean a las familias que disfrutan de las comedias limpias de Pixar, Charlie Chaplin y Cantinflas.
O tal vez los padres y sus hijos adolescentes platicando acerca de cintas como El Señor de los anillos o Salvando al soldado Ryan. Quizás un grupo de amigas disfrutando de la más reciente adaptación cinematográfica de Jane Austen. El cine no es todo un ejercicio mental, lo entiendo, pero creo que nos hemos acostumbrado a tomarlo a la ligera demasiadas veces, viendo una película para pasar el rato sin alguna preocupación frente a la mente y el corazón. Es hora de tomar otro rol.
Platícalo. Descúbrelo. Ve el rol de Dios en ello. Disfrútalo. Examina lo malo y evítalo. Reconoce lo bueno y acéptalo. Los beneficios son muchos si tan solo hacemos el esfuerzo.
Apaga tu celular al entrar al mundo celuloide, pero nunca tu mente ni tu corazón. Estos ya le pertenecen a Dios y con ellos demuestras que verdaderamente lo amas. Y eso, mi buen amigo y hermano, es siempre sabio.