La experiencia en la predicación en la iglesia, generalmente incluye una audiencia mixta (creyentes y no creyentes), aunque también puede incluir únicamente creyentes— si esto sucede, regularmente hay un problema en cuanto a alcanzar a los inconversos. Sabemos perfectamente que los no creyentes necesitan el Evangelio con urgencia, pero ¿Qué hacemos con los oyentes creyentes?
El Evangelio de Dios, como le llama el apóstol Pablo en Romanos 1.1, debe ser el centro de la vida cristiana, la Iglesia también debe tener como centro al Evangelio en su desempeño como comunidad y familia. Si entendemos la centralidad del Evangelio en todo lo que hacemos, el mensaje que predicamos deberá estar saturado de él. Para que los oyentes puedan vivir vidas centradas en el Evangelio, deben estar constantemente expuestos a escuchar el Evangelio.
El error
Uno de los grandes errores que se comete en muchas iglesias locales el día de hoy, es creer que el Evangelio únicamente lo necesitan los no creyentes. Este problema acarrea complejidad en el proceso de desarrollo y estructuración del mensaje que se predica. Si en la audiencia únicamente se tienen creyentes, se busca un mensaje de acuerdo a las necesidades de dicha audiencia. Pero ¿cómo sabemos que únicamente asistirán creyentes al servicio de adoración?. En nuestras reuniones siempre debe existir interacción entre creyentes y no creyentes. Son los creyentes los que traen a los no creyentes a la iglesia, ya sea por evangelismo personal uno a uno, por amistad o por afinidad. Lo cierto es que en nuestras reuniones siempre debemos estar preparados para predicarles tanto a creyentes como a no creyentes.
Los no creyentes necesitan el Evangelio para su salvación y los creyentes necesitan el Evangelio para su santificación. La razón principal por la que los creyentes necesitan el Evangelio es porque muchos siguen atrapados o caen de regreso en querer ganar el favor de Dios por medio de sus obras.
La solución
Una manera de solucionar el problema es por medio de la predicación expositiva, la cual es la predicación que nos lleva a enseñar “todo el consejo de Dios” (Hechos 20.27). Si comprendemos que nuestro mensaje debe ser centrado en el Evangelio, entonces nuestra audiencia de creyentes y no creyentes [que todos juntos somos pecadores en necesidad y en potencia], escuchará esa «vieja historia» que jamás pasará de moda, la «historia» que ha salvado a millones de almas de experimentar la ira de Dios en el infierno por toda una eternidad, la «historia» que ha redimido pecadores y lo seguirá haciendo, la “vieja historia” que jamás deja de ser.
Es una historia eterna que impacta el destino eterno de nuestras pobres almas tan necesitadas, cambiándoles el rumbo inminente hacia la ruina eterna, hacia un rumbo diferente y glorioso donde habitan Dios y el Cordero, Jesucristo, en toda Su majestad. Esa “vieja historia” es el Evangelio.
El Evangelio explícito
Una aclaración importante es no caer en el error de creer que porque estoy mencionando la palabra Evangelio en mi sermón significa que lo estoy predicando. Podemos mencionar mil veces la palabra “evangelio” en el mensaje pero, esto no causará ningún efecto en la audiencia, la ‘palabra’ por sí sola no es el Evangelio.
El Evangelio debe ser explícito, debe ser predicado, enseñado y aplicado, esto significa que debemos hablar acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Debemos presentar las buenas noticias de salvación, la humillación de Cristo, su padecimiento, su redención, su muerte sustitutiva y expiatoria, su propiciación, su crucifixión y resurrección para perdón de pecados.
Recordemos que somos ministros del Evangelio, como predicadores este es nuestro servicio y nuestra vocación. Unámonos al pensamiento de Martyn Lloyd-Jones cuando dijo: “Para mí, el trabajo de predicar es el más grande y el más glorioso llamamiento al que alguien puede ser llamado jamás”.
Recordemos las palabras de Charles Spurgeon, uno de los predicadores que vivía bajo la gracia y la saturación del Evangelio:
“Cuando yo deje de predicar la salvación por fe en Jesús, pónganme en un manicomio, porque pueden estar seguros que mi mente se ha ido”.
“¿No hay Cristo en tu sermón, caballero? Entonces vete a casa y nunca prediques de nuevo hasta que tengas algo que valga la pena oír.”