Al final de cada año tendemos siempre a tener una retrospectiva de nuestra vida, vale decir, pensar si nuestros logros y metas se cumplieron, si logramos el éxito que anhelábamos, si nuestra familia es tan perfecta como deseábamos, entre tantas cosas más.Al pensar en esto muchas veces nos sentimos agobiados por no haber cumplido las metas que nos hemos trazado, y también pueden venir sentimientos de dolor por haber fallado a personas, o en haber perdido a otras.
En estos momentos puede que las palabras del salmista sea la expresión de un alma que ha sido bombardeada por miles de momentos tan distintos unos de otros.
Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos (Salmo 90.10).
Los sentimientos que hoy nos inundan son propios de las limitaciones de una criatura caída. Todas las experiencias que hemos vivido y compartido, escriben en nuestro corazón sentimientos de decepción y fracaso. Pudiendo incluso llevarnos a desertar en las actividades que hoy estamos realizando.
Las artimañas del enemigo es que nos quedemos en el estado de sentirnos inútiles con respecto a las cosas de Dios, en cuanto a nuestra santificación podemos llegar a pensar a que nunca podremos salir de los pecados que nos tienen prisioneros.Este 2016 debemos recordar estas palabras que aparecen en el Salmo 103 que deben estar grabadas en nuestro corazón, para entender que la obra es de Dios y no de nosotros.
1 Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
2 Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
3 Él es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
4 El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;
5 El que sacia de bien tu boca
De modo que te rejuvenezcas como el águila.
Dios nos llama a no olvidar ninguno de sus beneficios, así como Él no se olvidará de ti ni de mi jamás, debemos siempre recordar cómo nuestro Salvador nos sostiene: esto es perdonándonos, rescatándonos sanándonos, coronándonos y saciándonos en Cristo. El evangelio atiende todas las necesidades que están dañadas en tu vida de manera que Dios se compadece de ti, como un padre que se compadece de sus hijos y se acuerda que somos polvo (Salmo 103:13).
El valor que tenemos no radica en lo que hayamos podido hacer el pasado 2015 y las grandes metas que hayamos logrado, nuestro valor radica en nuestro gran Salvador. El alfarero de nuestra vida a puesto todas las circunstancias necesarias para que al finalizar nuestros días sobre la tierra seamos una pieza terminada de su gracia, preparada para servir por siempre en el festín del cielo. Una copa de bendición rebosando de la gracia divina (Salmo 23:5b).
Recuerda también el consejo de Jetro a Moisés, cuando las tareas cotidianas habían desviado la atención de Dios.
Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios (Éxodo 18.19)
Puedes pasar mucho tiempo delante de los hombres atendiendo sus necesidades, pero muy poco delante de Dios.
Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde (Éxodo 18.13)
Cuando en nuestra programación para este nuevo año no está poner delante a Dios primero, ya sabemos que como resultado tendremos un mal año antes que comiences cualquier cosa. Siempre nos entristecemos mayormente por no haber saciado nuestro corazón, antes que entristecernos por no haber puestos nuestros ojos en Cristo.
Nuestra esperanza siempre será Cristo, Cristo, Cristo. No fuimos creados para ser inteligentes, exitosos, millonarios, etc. Como oró Robert Murray M’Cheyne: “Hazme tan santo como lo pueda ser un pecador redimido”. Que esta sea nuestra constante oración este nuevo año.
Puedes descansar en tu salvación, siempre y cuando te ocupes en tu santificación.