La vida cristiana no es sencilla. Ese falso evangelio que promete tu mejor vida ahora, una existencia llena de deleites, sin dolor o dificultades niega que nuestra mejor vida viene después. Muchos siguen tal camino ancho que lleva a la perdición, engañándose y engañando a otros, pero no a Dios. ¿Qué hacer, entonces, cuando estamos cansados en medio de la carrera?

Seguir corriendo con paciencia

Esto no es una mera cuestión teórica o una salida fácil al asunto. Es una realidad. Veamos Hebreos 12:1-3:

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

En el capítulo anterior de Hebreos se nos hace un recuento de la fe de hombres como Abel, Abraham, Enoc y muchos otros. ¡Ellos también corrieron esta carrera! Creyentes en todo el mundo nos han precedido y ahora se encuentran gozando del Señor cara a cara. Sin embargo, las Escrituras nos dicen que debemos hacer algo mientras estemos aquí: despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia (v. 1), para luego advertirnos que corramos la carrera pacientemente.

El despojarnos de todo peso implica que quien participa no lleva nada que le impida andar por el camino que ha sido trazado. Como creyentes debemos tener claro que no estamos exentos de los asuntos de este mundo y, por lo tanto, tenemos que poner nuestras cargas, preocupaciones, dudas y problemas a los pies del Señor en oración y ruego (Filipenses 4:6): Él es el único que puede llevarnos adecuadamente por Sus caminos.

Esta frase del pecado que nos asedia, en realidad, podría ser traducida también como el pecado que tan fácilmente nos envuelve (LBLA). ¡Somos débiles y necesitamos a Cristo! A diario nos vemos acechados, como cuando una jauría de animales rodea una presa, lo que nos lleva a pensar en que es fácil que caigamos enredados por nuestra concupiscencia y las trampas del enemigo. Pero Dios, que es rico en misericordia (Efesios 2:4), nos fortalecerá para seguir corriendo de manera sistemática y consistente, porque la carrera que tenemos delante es la más importante de nuestras vidas. No hay nada tan definitivo como esto: creer en Cristo o no creer en Él.

Vivir con los ojos puestos en Jesús

Como toda carrera, la vida cristiana tiene mayores o menores obstáculos y grandes esfuerzos, tiene una distancia determinada y una meta. En esta carrera entramos y nos encontramos hoy por la pura gracia de Dios. Debemos mirar a Cristo y darle gracias por todo lo que ha hecho, porque hasta aquí nos ha ayudado (1 Samuel 7:12). El creyente no correrá más de lo decretado por el Creador, no se perderá a mitad de la prueba, no se rendirá para lanzarse por el tobogán de la condenación eterna, porque por el Espíritu Santo recibirá la fuerza necesaria una y otra vez para continuar, porque la convicción de pecado y el amor inalterable hacia su Amo lo harán fijar su mirada en Él con fervor.

La expresión que se utiliza aquí para puestos los ojos hace referencia a cuando alguien mira algo atentamente, sin distraerse, es decir, que quita la mirada de todo lo demás para concentrarse en una cosa. ¿Suena difícil? ¿A veces las cosas de este mundo, nuestros pecados, las tentaciones de Satanás, no quieren hacer que quitemos nuestra mirada del Señor? Cuando nos enfocamos en cualquier persona o situación distinta a Dios, estamos próximos a caer. Recordemos que la Escritura nos dice, por ejemplo, que la avaricia es idolatría y que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee (Colosenses 3:5; Lucas 12:15). Es precisamente el amor al dinero la causa de muchos males. ¿Por qué? Porque se pone a las riquezas por encima de Dios, como si fueran la meta de esta carrera.

Cristo es el autor, el dador de la fe, y quien la aseguró plenamente con su sacrificio, Aquel que efectivamente nos llevará a la gloria. A diferencia de las carreras deportivas, en la de la vida cristiana nadie deserta. ¿No es maravillosa tal seguridad de parte de Dios? El apóstol Pablo estaba plenamente convencido de que le esperaba una corona de justicia que le daría el Señor (2 Timoteo 4:8), así que no nos dejemos distraer por los destellos del mundo y los afanes de la vida, sino que, con los ojos puestos en Jesús como el único valioso, hagamos todo para Su gloria. Sometámonos, obedezcamos, confiemos, proclamemos el Evangelio, en todo teniendo como centro al Señor.

Cada día hemos visto la misericordia de Dios, su gracia inigualable, su amor en Jesucristo hacia nosotros. Vivir con los ojos puestos en Jesús es más que un decir, pues ser hallado en Él es nuestro precioso tesoro (Filipenses 3:9). La dirección correcta es hacia donde está Cristo, porque Él no es solo la meta, sino el camino mismo. Nadie gana una carrera yendo en el sentido contrario al demarcado, por eso debemos mirarle y confiar en que nuestra salvación es segura por el precio que Él pagó.

Aunque estés cansado en medio de la carrera, Dios ha prometido santificarte hasta el fin para llevarte hacia el trono de la persona más deseable y admirable en todo el universo: Jesucristo. ¿Lo crees verdaderamente?