En la parte anterior de esta serie leímos las palabras de Pablo a Timoteo: «Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha» (1 Timoteo 4:7,8). Jerry Bridges, en su libro La devoción a Dios en acción, nos explica que aquí “Pablo utilizó un término del ámbito deportivo. El verbo se traduce de distintas maneras en diferentes versiones de la Biblia: por ejemplo, como ‘disciplínate’ o ‘entrénate’. Originalmente se refería al ejercicio que hacían los atletas para prepararse para los juegos competitivos de la época” (p. 34). De la misma manera en que un atleta se entrena y esfuerza día a día para alcanzar su objetivo, así la Palabra de Dios nos ordena ejercitarnos en la piedad. Esto sin duda destruye toda idea de un cristianismo pasivo, sino más bien habla de un trabajo diario.
¿Podemos aplicar este consejo de Pablo a Timoteo (ejercítate)? ¿O debemos esperar con los brazos cruzados a que el Señor haga su obra en nosotros? Pablo escribió: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. 25Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. 26Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, 27sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre…» (1 Corintios 9:24-27). Somos nosotros los que debemos ejercitarnos para la piedad. Dios nos dio el querer como el hacer, pero nosotros no permanecemos pasivos en el proceso. ¿Quieres ser como Cristo? ¿Quieres más de Él en ti? ¿Todo tu corazón clama porque tu vida se asemeje a la de Él?
Aprende a los pies del Maestro
Alguien que no conoce a Cristo, nunca podrá ser como Cristo. Tú debes postrarte a los pies del Maestro como María (Lucas 10:38-42). Jesús visita a Marta y a María, las hermanas de Lázaro, y comienza a enseñar. Las dos hermanas tuvieron actitudes totalmente diferentes: Marta, en vez de escuchar a Jesús, estaba muy ocupada haciendo de todo. Tal vez pensó que Jesús, al ver lo responsable que era en su tarea, la elogiaría. Mientras tanto, María lo dejó todo y se sentó a los pies de Jesús y “oía su palabra”. Cansada Marta de la situación, es decir, de ver que era la única que trabajaba mientras que su hermana solo estaba sentada oyendo a Jesús, le dijo al Señor: “¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola?” Seguramente Marta esperaba que Jesús reprendiera la supuesta falta de diligencia de María. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”.
Uno puede pasar toda su vida renunciando a su propia comodidad para ayudar a los necesitados, evangelizando en zonas realmente peligrosas y muriendo a sus propios gustos y deseos, pero aun todo esto puede ser completamente desagradable delante del Señor. Todo eso puede estar bañado de motivaciones horribles y obras egoístas que no buscan más que autosatisfacción. No se trata de lo que haces, sino de por qué lo haces. ¿Qué es lo que te motiva? Cuando Jesús le dice a Marta “solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte”, no estaba diciendo que no trabajemos para Él. Estaba expresando lo mismo que Pablo a los Corintios cuando les dice: “si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:3). Puedo hacer de todo, pero si lo que hago no es un fruto de mi aprendizaje a los pies del Maestro, si no he entrado en el curso con Jesús para que Él me forme a su imagen, a ser como él, “de nada me sirve”. Siempre estaré haciendo lo equivocado, como Marta. Afanado y turbado con muchas cosas y pensando que con eso estoy agradando al Maestro, pero en realidad seré un metal que resuena sin amor (1 Corintios 13:1).
Sé que al hablar de sentarnos a los pies de Jesús, como María, muchos piensan que me refiero a dejar nuestros ministerios y dedicarnos a la oración y lectura de la Palabra (así casi siempre se predica sobre este pasaje). Pero esto es solo una parte. En todo lo que hacemos nuestra actitud puede ser la de María. Puedo estar trabajando y aprendiendo de Jesús. Puedo estar en el coche y en el medio de una carretera atestada y estar postrado a los pies del Maestro, aprendiendo a ser como él, paciente y manso. Puedo estar paseando con mi familia y estar escogiendo esa buena parte la cual no me será quitada jamás.
¿Quieres ser como Cristo? Debes aprender lo que significa estar a sus pies. Estar sentado a los pies de Jesús no es solo en oración o lectura de la Palabra. Esta sin duda es una parte muy importante, pero debe ir a la par de mi diario vivir. Y es ahí donde entra el consejo de Pablo a Timoteo: «Ejercítate para la piedad». Cuando alguien me traiciona puedo actuar como a mi carne le gustaría o puedo aprender de Jesús en la práctica, en el ejercicio, y amarlo. Cuando paso tiempo con mi familia puedo pensar solo en mí y si no hacen lo que a mí me gusta, aburrirme, o puedo aprender de Jesús en la práctica, en el ejercicio, y olvidarme de mí mismo y buscar la felicidad de ellos.
En el trabajo puedo contar los segundos que me faltan para irme, o puedo tener la actitud de María a los pies de Jesús y aprender de Él en la práctica, en el ejercicio, y servir a los demás, amarlos, tener compasión de ellos, escucharlos, ser de consuelo, ser paciente con mis compañeros de trabajo, predicarles el Evangelio aunque eso cause el menosprecio de todos ellos. Estar a los pies del Maestro como María es orar y leer la Palabra, pero es mucho más que solo eso. De día y de noche puedo vivir a los pies del Maestro.
Este Maestro, Jesús, no solo da lecciones orales, no solo enseña con palabras, sino que se trata de un curso que incluye lecciones prácticas, ejercicios de práctica. Este Maestro nos enseña en privado y luego nos dice: “Ahora ve y ‘ejercítate para la piedad’”. Estar a los pies del Maestro como María es escoger esa «buena parte» a lo largo de todo el día. En vez de hacer lo que a mi carne le gusta, en cada área, en cada situación, en cada relación, con todo lo que me rodea, aprendo del Maestro glorioso, experto en transformar simples pecadores en hombres llenos de gracia y piedad. Discípulos al molde de su Divino Maestro.